Para Xóchitl Meseguer, por nuestra búsqueda
Con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil rescato una entrevista que me dio mi querida Paz Lemus, en octubre de 2013, en Zacatecas, Zac., y que yo convertí en un relato en primera persona para escuchar su voz. Aquí se reúnen los riesgos, la losa del machismo, los efectos de la exclusión y la infancia perdida en la lucha por la sobrevivencia, pero también los sueños de una niña a la que la escuela rescató de las garras del trabajo infantil y dio autonomía. Urge que en México un verdadero sistema de protección especial, que ordene tomar medidas pertinentes para eliminar el trabajo infantil y garantizar que todas las niñas, los niños y los adolescentes ejerzan su derecho a la educación y logren alcanzar su máximo potencial.
En Santiago, Nayarit, donde nací, trabajé desde chiquita. A los ocho años ya vendía flores, fruta, calabacitas, elotes. Mi mamá compraba todo lo que pasaba por ahí y luego lo vendíamos. Una vez compró un camión de sandías. A veces compraba puercos, que luego engordaba para venderlos. Cuando no vendía una cosa vendía otra. También le ayudaba a mis hermanos en el trabajo del campo. Ensartábamos el tabaco en un hilo muy largo para ponerlo a secar. Recogíamos frijol, algodón y maíz, para juntar dinero. Era duro para un niño. Trabajé de dependienta en una casa de abarrotes y de ropa. Otra vez estuve en una casa de chinos, donde ayudaba en lo que se ofrecía. Ahí me pagaban un peso diario; todo lo junté y se lo di a mi mamá para comprarnos una casa. El chino me molestaba y me perseguía todo el tiempo. Me compró un anillo de compromiso con tal de que me dejara atrapar. Sólo paró hasta que su mamá le dijo: “si le haces algo te caso con ella”. Yo tenía 12 años y él 22. Una niña se expone mucho cuando trabaja.
De chiquita mi mamá me metió en la única escuelita que había. Cuando entré no había primaria completa; mucho menos secundaria. Había sólo hasta 4º. Luego pusieron el 5º y el 6º. Ahí terminé la primaria. Volví a estudiar muchos años después. Pude estudiar porque mi mamá me consiguió una beca. Mi mamá era muy activa, le gustaban las fiestas, la política, las reuniones donde se trataba cualquier problema. Le gustaba la vida, conocer a la gente y divertirse. Un día un señor del gobierno le dijo a mi mamá que había unas becas del general Cárdenas para campesinos y que si no le gustaría que su hija tuviera una porque nadie las aprovechaba. Mi mamá corrió a buscarme para decirme: “Mira, Paz, es tu oportunidad de estudiar y de hacer lo que tú quieras”. Y yo pensé que era mi oportunidad de aprender y de salir de ese rancho y de ver otras cosas y de hacer mi vida de otra manera.
Pasé el examen gracias a una maestra que tuve en la primaria. Había dejado la escuela desde los 12 y no me acordaba de nada. Ella me sopló todo el examen. Así pasé la prueba y después estudié enfermería en el internado. Hasta entonces dejé de trabajar, cuando estaba dejando de ser niña. Estudié gracias al empeño de mi mamá. Ella era muy inteligente y sabía que la salida era estudiar. De alguna manera sabía que estudiar te ayuda a hacer tu vida, tus planes y a poder elegir entre más cosas.
Para mi mamá era muy importante que fuéramos a la escuela, pero al que no le importaba eso era a mi papá. A un hermano mío lo arrancó de la puerta de la escuela para llevárselo a trabajar, aunque la maestra le rogó que lo dejara porque era muy listo para el estudio. La verdad es que a mi papá ni lo conocí. Llegaba de noche y se iba temprano. No me quería porque era niña. Tampoco le gustaba que fuera blanca porque él era prieto. Yo era blanca y era mujer, razón por la que nunca me quiso. Nunca me hizo un cariño. No me hablaba. Ni siquiera me tocaba la mano. No me registró porque no quiso, decía que él no tenía niñas, puros hombres. Nunca le dije “papá”. Una vez me pidió que le pasara un cigarro y no lo escuché. Yo estaba jugando con un molinito moliendo tierra cuando sentí el azote. Salí corriendo y me subí a un guamúchil, desde donde me la pasé viendo la corrida de toros. De ahí no me bajé hasta que regresó mi mamá. Luego ella lo corrió y él nunca volvió a la casa. A mi mamá no le gustaba que nos pegaran ni nos maltrataran.
Me hubiera gustado aprender más, mucho más. Quería ser ingeniera. Me gustaba la mecánica. Estudié yo sola en libros que me compré, pero me hizo falta la escuela. No me gustaba la enfermería, pero luego le agarré el gusto. Estudiaba todas las noches hasta aprendérmelo todo. Me encantaba estudiar y jugar beisbol. Era catcher y fui campeona con mi equipo. Amaba a mi equito y todas nos queríamos mucho.
Ya no regresé a Santiago y me fui a México. Y pude hacer lo que quise. Allá trabajé y me empeñé en que mis hijas estudiaran y fueran felices. Los niños deben dedicar su tiempo a estudiar y a jugar, no a trabajar. Les di lo más que pude, gracias a la enfermería. Y hoy, a los 88 años, en Zacatecas, me doy el gusto de leer todo lo que quiero porque aprender es lo más importante.
Twitter: @LuisBarquera
http://odisea.org.mx/odisea_global/