En parte porque, en comparación con El príncipe, es una de sus obras menores; en parte porque tiene el mismo título que el libro de Sun Tzu, El arte de la guerra de Maquiavelo es poco conocido. En éste, ofrece consejo a los príncipes en campaña. En un pasaje asienta: “Importa, sobre todo, saber quién es el general enemigo, quiénes le aconsejan, si es temerario o cauteloso, tímido o audaz”.
A juzgar por los hechos al comienzo del gobierno de Peña Nieto, los estrategas escrutaron bien a Elba Esther Gordillo, la conocían al detalle, sabían quiénes eran sus asesores o vicarios, y a quiénes podrían comprar —convencer es un verbo sublime— para que la traicionaran. El gobierno la hizo.
Regresé a la cita de Maquiavelo cuando me puse a pensar en cómo la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, sin tener un liderazgo personalizado que aglutinara a las masas y dirigiera sus movimientos, pudo tener tanto éxito a lo largo de tres y media décadas. Es —o era, dirán quienes cantan su ruina definitiva— un ejército sin generales.
Tal vez a ello debió sus victorias, como en las guerras de guerrillas que atacan en varios flancos a la vez y luego se repliegan. Pero la falta de un líder hoy cuenta para inscribir los descalabros de la CNTE. Sus derrotas no nada más son mérito del gobierno.
Si uno se atiene a las notas de la prensa, entre abril y noviembre de 2013, la Secretaría de Gobernación se preocupó por saber cómo se manejaba el liderazgo de la CNTE, buscó asesoría de expertos para “generar inteligencia”, decían. Pero el especialista que la Segob consiguió resultó poco inteligente, aunque sí experto en mañas: José Murat, exgobernador de Oaxaca. En la Segob, se enfocaron mucho en los dirigentes de la Coordinadora —acaso en busca del general—, pero poco en las líneas de avituallamiento, las fuerzas en la retaguardia o los apoyos dentro de las mismas filas del oficialismo.
Si es cierto lo que se decía en esos tiempos, eso explica —en parte, nunca tengo explicaciones acabadas— porqué el subsecretario Luis Enrique Miranda le ofrecía concesiones a la CNTE. Fue lo que Murat hizo siendo gobernador. Él consiguió aliados —pero nunca fieles— y pensó que ellos eran los generales. A la Segob también le falló el cálculo.
Tras la reconquista del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca por los gobiernos federal y estatal y el arribo de Aurelio Nuño a la Secretaría de Educación Púbica, el panorama cambió. Se acabaron las negociaciones y las dádivas a los dirigentes de la CNTE. Hubo mudanza de disposición. El gobierno tomó la iniciativa y lanzó una ofensiva sin concesiones.
La estrategia ha tenido rastra, pero no ha finiquitado a la CNTE. Parece que, para lidiar con la disidencia, el secretario Nuño —a la cabeza del gobierno para este asunto— centra su estrategia en dos protocolos: sanciones y uso de la fuerza pública.
La aplicación de penas —blandas: descuentos de salario por faltas injustificadas; duras: despido por ausencia de más de tres días en un mes— acosa al contrincante y fortalece al gobierno. Poner en ejercicio tales tácticas desgasta a las autoridades locales —véanse las penurias de los gobiernos de Chiapas y Michoacán en estos días— y no ofrece efectos tangibles, no todavía.
Quizás, el uso de la fuerza pública fue necesario para proteger a los maestros que se presentaron a la evaluación del desempeño docente y para evitar desmanes de los disidentes más agresivos. Pero es un recurso muy costoso —en términos financieros y políticos— y tampoco ofrece frutos en plazo breve.
Sin embrago, al gobierno se le agota el sexenio. No se puede extinguir la acción de la CNTE apresando a un “general”. La Coordinadora, aun sin sus plazas fuertes, es un contendiente de cuidado. Sus jefes quieren dar la impresión de que sus soldados no se fatigan, que están preparados para una guerra prolongada.
Hoy, lo que les interesa a sus grupos más radicales es resistir hasta el final de este gobierno, prorrogar al máximo la batalla y esperar; el tiempo está de su parte.
Mientras tanto, el gobierno da otros pasos en la reforma. No nada más se concentra en la CNTE. Quiere, como aconsejaba Maquiavelo, conquistar la voluntad de los ciudadanos (el filósofo florentino hablaba de súbditos, pero pensemos que ya cambió el mundo). Si gana ese asentimiento para su causa, tal vez sea innecesario conocer al general de los rivales. Pero urge que se perciban los frutos, que se note que la reforma no sólo es laboral.