Por Julieta Guzmán
En México, cada 30 de abril celebramos el “día del niño”. En los hogares, las escuelas, los parques, las plazas públicas, explanadas municipales y centros comerciales, se realizan actividades culturales, deportivas y recreativas para festejar a niñas y niños. La mayoría de estas actividades se caracterizan por estar especialmente pensadas para ellas y ellos y ser divertidas.
Nada hay de raro en que una celebración esté pensada para asegurar que los festejados la disfruten. Al contrario, lo que llama mi atención es el poco tiempo y espacio que tienen las niñas y niños en México los otros 364 días del año para divertirse, para jugar. En un contexto social en el que la seguridad se ha vuelto tan precaria, cada vez menos los espacios públicos se prestan para ser el lugar de encuentro y de convivencia de niñas y niños. Esto es alarmante, pero no quiero centrar mi comentario en lo preocupante que es la situación de inseguridad en la que vivimos, ni en la nostalgia que invade a algunos cuando recuerdan su niñez jugando en las calles de su colonia o barrio con sus amigos a las escondidas, las traes, bote pateado, avión o soccer.
Quiero aprovechar este espacio para reflexionar sobre la importancia que el juego tiene, tanto para los adultos, como para el desarrollo infantil. Si más allá de la nostalgia pensamos en todo aquello que aprendimos a través del juego, no dudaríamos en afirmar que es una de nuestras formas favoritas de aprender. Incluso si pensamos en aquellas actividades en las que mediante el juego los adultos nos invitaban a organizar nuestra habitación –como lo hace Mary Poppins- o aprender las tablas de multiplicar con canciones, podemos conectar con una sensación de diversión y disfrute vinculada estrechamente al proceso de aprendizaje.
El juego nos permite explorar, practicar e intentar hacer frente a los retos de diversas maneras. Cada vez más estudios constatan que habilidades como la resolución de problemas, la creatividad, la empatía, la comunicación y el trabajo en equipo tienen su base en el juego (LEGO Foundation, 2010). Pienso ahora en las actividades cotidianas en una estancia infantil de SEDESOL, IMSS, ISSSTE o DIF. ¿Cuánto tiempo de la jornada diaria se destina al juego físico, con objetos, simbólico, o socio-dramático? Y si pensamos en los niveles posteriores, vemos como desde el preescolar hasta la educción media superior, el tiempo de jornada regular que se destina al juego se va reduciendo. Así también es notorio que a medida que vamos creciendo aprovechamos cada vez menos las actividades cotidianas (la hora del baño, la hora de la comida, los tiempos de traslado) para jugar.
Cuando nos damos cuenta, somos adultos y nos hemos convertido en una especie garante del orden. ¿Cuántas veces hemos oído a alguno de estos garantes del orden, dirigirse a niñas o niños y decir: “ya dejen de jugar”? Los adultos olvidamos que a través del juego niñas y niños se motivan por la satisfacción de ser llamados a formar parte de las actividades, en un nivel de desafío e interés propios.
En el juego, las habilidades cognitivas, emocionales y físicas se integran para dar paso a una experiencia de aprendizaje en la que tenemos la oportunidad de establecer objetivos propios, mantener el enfoque, ser flexibles cuando las circunstancias cambian y, al mismo tiempo, ser apasionados.
El juego, además, es un derecho a través del cual podemos fomentar otros derechos de las niñas y niños como el derecho a un sano desarrollo integral, a la educación, el de participación y de asociación.
Es tiempo de que los adultos recordemos que cuando jugamos, estamos contentos, involucrados activamente con nuestros cuerpos y mentes, tomamos riesgos y experimentamos, generamos ideas y preguntas, creamos cosas, y solucionamos problemas. Usemos de pretexto este 30 de abril para empezar a dirigirnos a los niños con la siguiente pregunta: ¿jugamos?
Investigadora de Mexicanos Primero
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