Por Fernando Oziel Cruz Evangelista
Hace algunas semanas, la Secretaría de Educación Pública anunció la estrategia de “regularización” y apoyo a los maestros que presentaron la evaluación del desempeño docente en 2015. Al analizar dicha propuesta no pude evitar recordar, como profesor de secundaria, la gran cantidad de horas invertidas en cursos de “actualización” o “capacitación” para mejorar la calidad de la enseñanza en nuestras aulas.
Recuerdo muchas conversaciones con mis colegas al respecto, cuestionábamos dichos “cursos” por estar completamente alejados de la realidad en el aula y del interés de los participantes. ¿De qué nos servía llenar formatos de actividades preestablecidas por el sistema? ¿Cuál era el propósito de escuchar una y otra vez las mismas lecturas, las mismas presentaciones? ¿Cómo estos “cursos” se relacionan con el derecho a aprender de niñas y niños?
Una de las limitaciones de la formación docente que identificamos en nuestro estudio Prof. Recomendaciones sobre formación inicial y continua de los maestros en México [disponible gratuitamente en: mexicanosprimero.org] es que, al contrario de representar oportunidades de aprendizaje profesional, es vertical y simuladora.
Vertical porque desde “arriba” marcan expectativas de cumplimiento y definen lo que los maestros deben mejorar. Es simuladora por el reconocimiento desmedido hacia los diplomas y certificaciones, muchas de las cuales no impactan positivamente en el aprendizaje de los estudiantes y del maestro. Me gustaría abordar este diagnóstico en tres aristas mencionados en el estudio:
Primero, el “cumplimiento” de reglas desde arriba y desde afuera. Al hablar de un sistema educativo, encontramos infinidad de normas que llegan a convertirse en dogmas para muchos profesores. La instrucción docente se visualiza como una cascada que inicia con las autoridades, pasa a los directivos y llega a los profesores quienes, en la mayoría de las ocasiones, son ellos mismos los que capacitan a sus colegas. Entonces, ¿por qué no rescatar su experiencia en una dinámica de colaboración profesional?
Enseguida, la formación docente induce la repetición. Al tener un sistema que implementa las mismas fórmulas para cumplir con su propósito, es lógico que el profesor se sienta ignorado y excluido de su propio proceso de aprendizaje y, por tanto, buscará centrarse en opciones que privilegien navegar en un panorama poco innovador. El sistema debe visualizar un espacio para explorar nuevas técnicas y metodologías para acrecentar sus habilidades docentes.
Por último, se expone el concepto de maestros simplemente como operadores de algo indicado o diseñado por alguien más, destinados a seguir reglas y repetir esquemas como verdades absolutas. No es muy alentador observar la masificación de actividades de formación, ya que regresamos una y otra vez a decirle al profesor – directa o indirectamente – lo que se cree desde fuera que necesita mejorar.
Imaginemos un espacio donde el profesor defina, en relación con su práctica docente, lo que necesita aprender, aquello que considera útil en su contexto y pudiera impactar en el corto plazo en el aprendizaje de los alumnos. La formación docente inicial y continua debe ser una oportunidad de aprendizaje desde el interior y no una imposición para subsanar el exterior. Podrían desarrollarse una infinidad de procesos y recursos en un ambiente de respeto hacia un ser humano profesional, con la confianza en su responsabilidad.
Es de suma importancia rescatar el diagnóstico de la evaluación del desempeño docente y brindar una oportunidad a la horizontalidad en el colectivo, para que se tomen las decisiones pertinentes a corto y largo plazo, y así, maestras y maestros logren convertirse en las respuestas que necesitamos, en un elemento fundamental para la implementación de una reforma que apenas inicia.
Coordinador de Liderazgo Educativo en Mexicanos Primero.
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