En la primera parte de esta colaboración se hizo referencia al origen y objetivos del programa brasileño denominado Ciencia sin Fronteras, iniciado por el gobierno de Dilma Rousseff en 2012.
El proyecto se articuló a la política pública de incidir sobre la competitividad de la economía brasileña mediante la incorporación al aparato productivo de recursos humanos de alta calificación, quienes serían formados en las mejores universidades del mundo. Se tomó la decisión de concentrar recursos en becas para especialidades tecnológicas y disciplinas de ciencias naturales y exactas, dejando para mejor ocasión la posibilidad de apoyar a las ciencias sociales y a las humanidades. Se estableció la meta de generar, en el cuatrienio 2012-2015, más de 100 mil apoyos, principal, aunque no exclusivamente, becas para estudios de posgrado en el exterior.
La prioridad asignada a Ciencia sin Fronteras hizo posible que el programa despegara con brío, aunque ese no fue el único factor asociado a su éxito inicial. Debe tomarse en cuenta, además, que se aprovechó la larga experiencia de las instancias que en Brasil se encargan de la política de ciencia y tecnología, es decir, de la Coordinación de Superación del Personal de Nivel Superior (CAPES) y del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPQ). Ambos organismos fueron fundados en 1951. En la actualidad, CAPES opera bajo la autoridad del ministerio de Educación y CNPQ es un organismo del Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación.
Los datos del desempeño del programa hasta el primer trimestre de 2016 indican que se han implementado un total de 92,880 becas, es decir, que la meta programática ha sido cubierta en aproximadamente 90 por ciento de la previsión inicial. No obstante, la crisis económica brasileña de 2015-2016 ha obligado al gobierno a replantear las expectativas de crecimiento de la iniciativa. En el segundo semestre de 2015 el Congreso brasileño, en la autorización del presupuesto para 2016, tomó la decisión de recortar el gasto de 3.5 miles de millones de reales (gasto ejercido en 2015) a 2.1 miles de millones de reales (gasto programado para 2016). Las razones argüidas en torno al recorte fueron la imposibilidad de sostener el escenario financiero del programa en vista de la devaluación del real frente al dólar, la disminución del precio internacional del petróleo, y la expectativa de déficit fiscal.
Como es de suponerse, la reducción económica causó inquietud en la comunidad científica brasileña y desde luego alarma entre la población beneficiaria. Ante ello, el órgano de gobierno de Ciencia sin Fronteras determinó que se daría prioridad al mantenimiento de las becas en ejercicio dejando en suspenso la asignación de nuevos apoyos. Además, con el beneplácito del Congreso, se autorizó el mantenimiento del programa en el marco del Plan Plurianual 2016-2019. En dicho plan, elaborado por el ministerio de Planeación, Presupuesto y Gestión se proponen un total de 54 programas que articulan la orientación de las políticas públicas del gobierno brasileño para los próximos años, uno de ellos la continuidad de Ciencia sin Fronteras. Este marco es importante porque ubica a la iniciativa en calidad de política de Estado, aunque de ninguna manera asegura la prospección financiera de los recursos porque ello depende de la recuperación económica nacional.
La discusión parlamentaria en torno al presupuesto 2016 así como la toma de decisiones para la determinación del objeto de gasto aprobado para el programa implicó una demora en la distribución de recursos en el primer trimestre de este año. Un efecto de esta situación fue la reacción de varias universidades de Estados Unidos en el sentido de suspender la ministración de la becas a estudiantes, y en algunos casos la posibilidad de suspender los servicios educativos, en tanto el gobierno de Brasil no hiciera entrega de los recursos comprometidos. Aunque este problema logró ser superado en su mayor parte, es un aviso inequívoco de lo que ocurrirá al cerrarse la llave financiera del programa. Para las universidades del mundo anglosajón, en las que participa la gran mayoría de los becarios de Ciencia sin Fronteras, la prioridad no es la formación de los recursos científicos y tecnológicos de Brasil, sino el acceso a las becas del programa. Simple y sencillamente.
Aparte de la estrechez financiera a la que se sujeta el futuro de Ciencia sin Fronteras está el complejo escenario político brasileño. Como se sabe, la continuidad de la presidencia de Rousseff está en el aire, como también la de los principales cuadros políticos de su gobierno. Todo puede cambiar en la coyuntura inmediata y con ello los programas claramente identificados con la gestión presidencial en crisis.
Por último, aunque de no menos importancia, están las críticas que ha generado la gestión del programa. Hay quejas de su excesivo centralismo, de su concentración exclusiva en las áreas de ciencia y tecnología, del uso de rankings internacionales, como el Times y el QS, para determinar la calidad de las universidades extranjeras (que es un criterio para aprobar las solicitudes de becas), así como la falta de mecanismos objetivos de evaluación y seguimiento de resultados. Junto con las anteriores, una crítica central se enfoca a la debilidad de los mecanismos de inclusión de los egresados en el sistema universitario brasileño, en el sector gubernamental y en la empresa privada. ¿Cuál ha sido el efecto del programa en términos de la competitividad de la economía brasileña? Seguramente es pronto para medirlo, pero los críticos de Ciencia sin Fronteras argumentan, quizás con razón, que aún no se ha diseñado un procedimiento para valorar resultados.