No obstante que existe la tendencia a mirar las políticas de educación con ojos nacionales, no escapa la ascendencia de organismos intergubernamentales, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Mundial y la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Algunos perciben esa influencia como nociva, como imposición, otros la toman como algo útil, aprender de los demás.
La educación básica mexicana, desde mediados del siglo XX y lo que va del presente, ha incorporado perspectivas internacionales, en especial en la construcción del currículo. Mas dado el nacionalismo revolucionario y un raciocinio de que lo local —parroquial, dicen en Europa, doméstico, en Estados Unidos— es más valioso, se mantenían en cámaras privadas, estudios y recomendaciones de esos organismos o de académicos que planteaban “ideas viajeras” que podrían adaptarse en diferentes países.
En cierta medida, la educación mexicana, nunca fue del todo cien por ciento mexicana. Vasconcelos, por ejemplo, nunca negó que sus ideas venían del ancho mundo: del Oriente, de la tradición árabe y más de la europea; trataba de calzarlas con las “buenas” usanzas del periodo precolombino: aclamación a Quetzalcóatl, repudio a Huichilobos. Pero la estructura del sistema que comenzó a edificar desde la Secretaría de Educación Pública, reproducía matrices de Francia y Estados Unidos.
El fin de semana pasado leí dos artículos en Prospects (Vol. XLV, No. 173) que coadyuvan a entender por qué la reforma que impulsa el gobierno de Peña Nieto pone tanto énfasis en estándares. Esta palabra aparece poco en los documentos oficiales, pero se repiten sinónimos como perfiles e indicadores. Más aún en las evaluaciones del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
El artículo de Rita Hofstetter devela que desde que se fundó la Oficina Internacional de Educación, dentro de la Unesco, comenzó la construcción de un código internacional para la educación pública. Los países del planeta poco a poco se incorporaron a éste que, no está por demás decirlo, refleja los conceptos, estructuras e instituciones de los países avanzados. Establece reglas comunes para traducir ideas y normas culturales bajo un entendimiento básico. Por ejemplo, la escuela primaria es semejante en todo el mundo.
La pieza de Florian Waldow ofrece dispositivos para comprender los procesos de legitimación que se asociaron a los estándares, así como su evolución en Estados Unidos, de donde se diseminaron al resto del globo.
Primero fue la influencia del taylorismo y del movimiento que se denominó de “eficiencia social”. Éste, en breve, abogaba por que se introdujeran conceptos y métodos de la producción industrial a la organización de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Si bien ese movimiento dejó huella, pronto los estándares comenzaron a tomar vida propia y construyeron sus propias fuentes de legitimación. Waldow encuentra el punto de quiebre en el famoso estudio, A Nation at Risk, de 1984. Otros autores señalan que esa pieza también marcó el inicio de los ataques neoliberales contra la educación pública.
Waldow concluye su reflexión mirando al orbe, no nada más a Estados Unidos. Arguye que las reformas educativas que se basan en estándares tienen cierto grado de legitimidad y no representan más la idea de la eficiencia social para controlar el currículo.
Hoy los estándares son atractivos porque aluden a conceptos que caben en agendas de Reforma Educativa distintas —algunas evocan cierto aire de progreso intelectual y moral— como “educación centrada en los niños”, “educación para el crecimiento intelectual y el juicio crítico”. Otras apegadas a demandas de grupos sociales como “rendición de cuentas en educación”.
El argumento central de Waldow es que los estándares son instrumentos de legitimación porque invocan la idea de “cientificidad”. Los proponentes de esas reformas presentan la construcción de estándares como una vía científica y racional para construir y controlar el currículo.
Sospecho que cuando el secretario Nuño presente las bases del Nuevo modelo educativo —aunque no con preeminencia— estas coordenadas estarán presentes, no el viejo nacionalismo. No hay de que asustarse. Lo que importa es presionar para que los elementos de progreso intelectual, equidad, justicia social y democracia rijan en el currículum. ¡Otro tipo de legitimación! Un enfoque cosmopolita.