Por Pablo Velázquez
La formación docente en México no se ha pensado en términos del aprendizaje. Similar a lo que pasa con los alumnos, donde se valora más el diploma que el aprendizaje y la asistencia antes que el conocimiento, la formación de los profesores ha sido desvinculada del aprendizaje de ellos mismos y de sus alumnos. Se crean cursos, se desarrollan programas de formación, se “atan” incentivos económicos a indicadores de asistencia y presentación de exámenes escritos sin que exista evidencia del impacto de éstos en el aprendizaje.
Esta problemática empieza a partir de la formación inicial y persiste en la formación continua. Los aspirantes a maestros se gradúan a pesar de no dominar los conocimientos requeridos para acreditar la educación Normal, según evidencian los exámenes de egreso del CENEVAL realizados hasta 2012. Y aún considerando que dominen dichos conocimientos y competencias, el Perfil Docente (SEP, 2014) sobre el que serán evaluados en su carrera profesional difiere del Plan de Estudios en el que se formaron (2012 para preescolar y primaria; 1999 para secundaria). Básicamente, los preparamos para una cosa, en el servicio se encuentran con circunstancias distintas, y utilizamos elementos sobre los que no han sido preparados al momento de evaluarlos.
Una consecuencia de esta desorganización es que el enfoque docente está puesto en acumulación de cursos, no en el aprendizaje. Por ejemplo, en 2003, 75% de los maestros de educación básica pertenecían a Carrera Magisterial, el programa gubernamental de promoción horizontal que tiene el objetivo de “mejorar la calidad educativa, mediante el reconocimiento y apoyo a los docentes” (SEP, 2014). Nueve años después, el porcentaje de maestros en Carrera Magisterial ya rozaba el 80% mientras que 55% de los alumnos todavía se encontraban en nivel insuficiente (OCDE, 2012). Evidentemente, el haber tomado más cursos y recibido incentivos económicos atados a su asistencia no se tradujo en un mayor aprendizaje de niñas y niños.
Actualmente, tenemos un esquema de formación caduco y desalineado de las necesidades de maestros y alumnos. Si buscamos resultados distintos, el modelo de formación debe ser distinto.
La formación debe estar al servicio del docente, con la mira puesta en el alumno. Debe estar enfocada en satisfacer las necesidades del docente para mejorar su práctica, ya sea con base en los resultados de la Evaluación del Desempeño o en lo que el propio docente señale. Pero además, para que dicha oferta de formación tenga frutos, es necesario que los docentes interactúen, critiquen y discutan lo aprendido. Hace falta que propongan y cambien lo que no funciona en su práctica a través de la valiosa reflexión, la continua observación y la humilde retroalimentación de y hacia sus colegas. No basta tener más oferta de formación; es necesario que dichas oportunidades sean reforzadas a través de interacciones entre docentes y para ello, es necesario destinar tiempo, espacio y herramientas para que los maestros reflexionen, analicen y mejoren su práctica pedagógica.
La nueva estrategia de formación docente presentada por la Secretaría de Educación Pública hace una semana debe ser tomada con cautela.
Mientras la capacitación se enfoque en pasar el siguiente examen y no sea una formación que transforme, cuando sea necesario, la práctica pedagógica ni agregue valor a las discusiones entre profesores, se convertirá en un simple pase de obstáculos sin seguir impactando en el aprendizaje de docentes y alumnos. Millones de pesos se han destinado a programas que resultaron improductivos. No debemos repetir el mismo medicamento equivocado con diferente nombre.
Si desea conocer más sobre este tema, échele un vistazo a “Prof. Recomendaciones sobre formación inicial y continua de los maestros en México”, disponible de manera gratuita en www.mexicanosprimero.org
Investigador en Mexicanos Primero
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