Hacía tiempo que una conferencia no me resultaba tan estimulante. El viernes pasado en el programa Talentum-Universidad, 2016 del PIPE/CIDE tuvimos una conversación extraordinaria entre José Antonio Aguilar y Carla Medina. Hablaron de lo público, de lo que significa y de por qué pudiera importarnos. Lo hicieron frente a un grupo de jóvenes de todo el país para quienes el tema no es ni ha sido central en sus vidas.
Para los mexicanos de 20 años, como –imagino– para los norteamericanos o los españoles o los chilenos de la misma edad, lo “público” no es lo mismo que era/es para la gente de mi generación. Los veinteañeros de hoy no conocen otra cosa que no sea el mundo desde la cosmovisión neoliberal. Desde ese universo conceptual y moral en el que el Estado es un mal mayor, a ratos, necesario; lo público es algo sospechoso que sirve, fundamentalmente, para que los políticos (corruptos, por definición) nos esquilmen; algo nebulosamente “malo”, innecesario, e idéntico a lo gubernamental.
Lo “público” para las generaciones nacidas en los últimos 30 años es, fundamentalmente, lo que no es “privado” y, por tanto, algo que suele tener signo negativo y resultar un tanto incomprensible. Si acaso y leído en lave de propiedad privada, “eso” que “compramos” con nuestros impuestos y que se roban, sistemáticamente, los políticos y sus aliados privados; cuando más, esa cosa incómoda que no es de nadie y que puede ser, siempre y en todo momento, apropiada por el más “abusado”.
Lo “público” mencionaban los veinteañeros presentes en la conferencia/conversación que comento es también o además lo que nos expone, nos exhibe, nos vulnera. Lo que nos impide, en pocas palabras, disfrutar de las mieles de lo única, exclusiva y deliciosamente privado y/o, en casi su única acepción positiva: lo que hace posible exhibir las trapacerías de los políticos. Poco o nulo entusiasmo en relación a la noción de lo “público”; sobre todo, ceños fruncidos, miradas tratando de entender, pura imposibilidad de conectar con alguna noción del concepto que aluda a importancia sustantiva o a espejo reconocible. Básicamente y, en el mejor de los casos, arma para exhibir a los malos políticos.
Aquí hemos llegado. Justo lo que nos ha dado ventaja comparativa en términos evolutivos, es decir, la capacidad de imaginarnos juntos y de hacer de ello trampolín para conquistar el mundo, olvidado y perdido.
Mal síntoma, muy malo.
Me reconforta, con todo, saber que los mexicanos somos resilientes, como pocos, pues contra todo pronóstico, hemos logrado, a lo largo del tiempo largo, conectarnos y construir los puentes necesarios para asegurar nuestra supervivencia colectiva. Me inquieta, con todo, el olvido creciente de las prácticas y las pulsiones que nos han hecho posible organizar y justificar nuestra unión a pesar de nuestras (abismales) diferencias. Me preocupa, pues nuestras diferencias se han venido haciendo, de un tiempo a esta fecha, cada vez más abismales.
Lo “público”, insistieron los ponentes durante el evento que comento, es lo que compartimos; lo que es de todos en plural y de ninguno/a en singular. Lo “público” –el espacio público, los bienes y servicios públicos– es aquello que podemos usufructuar en virtud de nuestra condición de miembros de una comunidad y es, también y centralmente, aquello que nos toca cuidar en conjunto. Lo “público” son, como ha escrito José Antonio Aguilar, las banquetas que nos desnudan y, como ha señalado Fernando Escalante, lo que en común tenemos, aunque sea inventado y se nos haya olvidado de qué está hecho y para qué nos sirve.
Lo público no es sólo lo gubernamental y tampoco es tierra de nadie. Lo público requiere de un imaginario compartido en el que nos reconocemos como “nosotros”, de un conjunto de valores y prácticas comunes, y de un aprecio, también compartido, por eso que en común somos y tenemos. Lo público se materializa cuando se coordinan los vecinos de un barrio para resolver problemas a carencias de ese colectivo y/o cuando se organizan para exigir o apoyar la intervención de las autoridades para ello.
Lo público se construye, administra y gobierna no desde los intereses de los individuos en solitario o desde los derechos pensados como individuales y preexistentes al colectivo, sino desde el reino de los derechos. Derechos y obligaciones derivados de la membresía en el grupo, de la pertenencia a eso que entre todos conformamos.
En estos tiempos de roturas y desgarramientos sociales, resulta especialmente urgente generar espacios para hablar de lo público y para reconstituirlo o constituirlo desde lugares distintos.
Twitter:@BlancaHerediaR