El viernes de la semana pasada participé en una conferencia sobre temas educativos organizada por Club EPE, Suma por la Educación y el Centro OCDE en México. El público era grande y estaba constituido, fundamentalmente, por maestros en servicio de básica y, sobre todo, de educación media superior.
A mí me tocó integrar y moderar un panel en el que participaron el doctor Gabriel Cámara, quien habló sobre Comunidades de Aprendizaje; la doctora. Margarita Tarragona, experta en el desarrollo de habilidades socioemocionales y la doctora Ana Razo, especialista en observación de interacciones en aula. Al finalizar las presentaciones, varios de los maestros que asistieron al evento hicieron preguntas muy reveladoras sobre el tipo de retos que enfrentan, día a día, en sus aulas.
Dos temas, si bien no desconocidos, me llamaron la atención por el tono casi angustioso con el que fueron planteados por los maestros. El primero tiene que ver con los desafíos que, para los maestros, supone la presencia de fuertes problemas de desintegración familiar en muchos de los hogares de sus alumnos.
Al respecto, una maestra de educación media superior del Estado de México comentó que una proporción importante de sus alumnos vive en condiciones de abandono, de hecho, por parte de sus padres, es decir, solos y sin supervisión u apoyo cotidiano de estos. A fin de generar condiciones mínimamente viables para los procesos de enseñanza-aprendizaje, esa maestra nos contó que ella se daba personalmente a la tarea de prepararles un desayuno caliente a la semana. Otro docente, éste de básica, hizo una pregunta que aludía al mismo tema: ¿doctores, cómo le hacemos para ser padres, además de maestros?
La segunda problemática que se hizo poderosamente presente a través de los comentarios y preguntas de los asistentes se refiere a los retos (mayúsculos) planteados por los, con frecuencia, radicalmente distintos niveles de preparación de sus alumnos. En relación a este asunto, un profesor de química de media superior de la Ciudad de México nos refería que en su clase había muchos alumnos que no tenían claros los conceptos de multiplicación y/o de división, mientras que, en el otro extremo, algunos otros dominaban los fundamentos requeridos para cursar esa asignatura. Tal diversidad, nos explicaba, le suponía retos formidables a la hora de dar sus clases.
Para fortuna nuestra, recién había hablado el doctor Cámara y todos teníamos muy fresco lo poderoso que es y puede ser, para enfrentar estas y otras muchas problemáticas, el método pedagógico –Comunidades de Aprendizaje– desarrollado e instrumentado por el doctor Cámara, durante ya muchos años, en muchas partes del país.
En un apretadísimo resumen, dicho método se basa en un supuesto fuerte (sin vínculo personal-afectivo no hay aprendizaje) y en un formato pedagógico clave: hacer de los alumnos participantes activos en el proceso de enseñanza-aprendizaje a través de dinámicas que promuevan el que los estudiantes se enseñen entre sí. Por ejemplo: la alumna que sabe más de matemáticas le enseña a el/la que tiene rezagos en esa materia: el que domina las conjugaciones verbales apoya a compañeros/as con deficiencias en esa área y así. En el camino, los alumnos se vuelven actores de su propio aprendizaje, refuerzan lo que ya saben (nada mejor para aprender bien algo que tenerlo que enseñar), generan vínculos personales fuertes, fortalecen su autoestima, su motivación y su sentido de pertenencia.
En este modelo pedagógico, el/la maestro/a retiene un papel centralísimo, pero uno distinto al tradicional. En el contexto de una “Comunidad de Aprendizaje”, el maestro, deja de ser el único que sabe y el que tiene todas las respuestas, para convertirse en una suerte de director/a de orquesta que propicia, facilita y orienta la construcción colectiva de aprendizaje. El tránsito del rol tradicional de impartidor de una verdad única al de facilitador que detona y estructura el aprendizaje recíproco y compartido no es fácil. No lo es, pues le supone al docente, entre otras cosas, redefinir el basamento de la autoridad del docente frente a sus alumnos, al tiempo que le exige desarrollar o fortalecer a este habilidades como la escucha, la observación, la empatía y la capacidad de argumentación.
Si bien plantea dificultades, la verdad, es que hay pocos otros modelos de enseñanza-aprendizaje que ofrezcan tantos beneficios y tantas herramientas valiosas para enfrentar las muy difíciles condiciones que enfrenta una alta proporción de los docentes mexicanos. Por eso vale la pena conocerlo a detalle y promover el que nuestros maestros pudiesen usarlo para lidiar con las duras realidades que muchos de ellos enfrentan cotidianamente.
Twitter:@BlancaHerediaR