Autores neoinstitucionalistas arguyen que para asegurar el predominio político, el control de los símbolos es tan importante como el de los otros recursos del poder. Por símbolos entienden el material gráfico, pero más que nada los mensajes cifrados en ritos, ceremonias y el lenguaje, incluido el corporal: énfasis y ademanes.
Antier, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, ofreció las cifras de la primera evaluación del desempeño de los docentes. La prensa y los medios destacaron las cifras como la parte medular del informe; y en realidad son importantes. Excélsior sintetizó: “(El) 15.3% de los profesores no logró el puntaje mínimo y, por tanto, obtuvieron un resultado insuficiente, 36.2% alcanzó un nivel apenas suficiente, es decir, la puntuación mínima, mientras que 40.5% tuvo una calificación buena y sólo 8% alcanzó un nivel de excelencia”.
Son cantidades alarmantes. Aun con las deficiencias del examen y su aplicación esos resultados indican que algo anda muy mal en la educación nacional. Sylvia Schmelkes apuntó que no se debe culpar a los maestros, que las fallas son de todo el sistema, también de las autoridades. Pero su pieza no tuvo resonancia.
Más que en las cuantías y el examen, quiero centrar mi atención en la ceremonia del lunes en el patio del edificio de la Secretaría de Educación Pública, apropiado para mensajes con carga simbólica.
Parece que el secretario Nuño comienza a perder el sentido de las proporciones. Su pieza oratoria fue larga, reiteró de nuevo los siete puntos de su estrategia y abundó sobre las bondades de la evaluación.
Al secretario le tomó casi la mitad de su pieza llegar al meollo del mensaje: datos y consecuencias de la evaluación. Tuvo una buena apertura: “La evaluación no es un fin… ha hecho posible que estemos transitando de un sistema opaco e injusto a otro que privilegia la dedicación y el esfuerzo personal… A partir de ahora, el mérito será el único criterio para determinar el ingreso, la permanencia, la promoción y el reconocimiento en el servicio profesional docente”.
Sin embargo, luego le quitó énfasis a lo importante y se embarcó en 10 puntos para detallar su asunto. El discurso perdió eficacia. Mezcló cuestiones trascendentes (mérito) con retórica sobre las prácticas del pasado inmediato. Su pieza no tuvo un eje articulador, gastó varios cientos de palabras en agradecimientos, hasta individualizados, para luego hacer el elogio a la Reforma Educativa. Su hablar pausado —con ademanes reiterativos, repetición de conceptos y tono uniforme— comenzó a hastiar a los escuchas.
El secretario trató de resaltar los aspectos positivos, aunque el anuncio de los más de tres mil docentes que serán despedidos refleja que lo “punitivo” no desaparece de su raciocinio. Lo grave, desde mi perspectiva, es que perdió el centro. Quiso explicar el asunto con 10 puntos y, al hacerlo, trató de abarcar mucho y no apretó donde debiera. Y nadie le dijo que después de 20 minutos, la mente del auditorio comenzó a volar hacia otras latitudes. El secretario no conoce la economía de palabras.
La falta de control discursivo —y por lo tanto simbólico— se notó mucho más después de que el secretario recordó las siete virtudes de la Reforma Educativa. Fue cuando reconoció que debe haber cambios en el método para aplicar los exámenes. Pero aseguró que ese aprendizaje lo tomó de las visitas a escuelas cada lunes y a los diálogos que sostiene con maestros. Un desprecio a la academia, la prensa y a las organizaciones civiles que han detallado esas fallas, tal vez no con el mismo sentido de afectación que los sujetos a la evaluación, pero con argumentos razonables.
Reconozco que la pieza del secretario Nuño no fue mero artificio verbal. Tuvo sustancia, está metido en su encomienda, pero le falló el control de los símbolos. Lo que destaca la prensa y los medios son las cifras y una que otra frase, pero la cuestión del mérito —que era el foco de su pieza— pasó desapercibido.
RETAZOS
La visita de los lunes a las escuelas incurrió en la rutina. Su valor simbólico va a la baja.
El rector Graue quiere rescatar al Auditorio Justo Sierra. Si lo consigue será un mensaje contundente y nos dirá qué puede esperar la Universidad Nacional Autónoma de México de su rectorado.
Alguien quiere perjudicar a la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, mi Casa Abierta al Tiempo, con tanta amenaza de bomba. Causan daño, pero ya perdieron eficacia. Dejamos de hacerles caso.