Escenografía. Desde muy temprano en la vida, quien esto escribe supo de tal oficio en el teatro. Uno de nuestros mayores —en todos los sentidos de la palabra— lo ha ejercido a lo largo de sus años. Cuando ya tuvimos hijos, le pidieron a David que los llevara a una función para saber cómo era su trabajo. El puñado de niños y nosotros ocupamos casi toda la cuarta fila. Al terminar la obra, nos llevó al escenario para que vieran de cerca su quehacer. El más pequeño, desconcertado, dijo: oigan, no son libros de verdad. Tocaba los lomos de los aparentes volúmenes en la también falsa estantería del salón en el que transcurrió la última escena. Son de cartón duro, nada más están pintados. Parecían tan ciertos, remató. Con paciencia, le explicó al pequeño, y a todos, cómo se hacían esas piezas y los llevó a la parte posterior del proscenio donde estaban otros artilugios empleados esa noche. El caso es que parezcan ser lo que tus ojos miran, decía sonriendo, y veas una biblioteca, o una calle, según se necesite para que ocurra la historia. A eso me dedico.
Lo que en el teatro es un arte, parte sustancial de su existencia, suele imitarse para pésimas artes en la política: simular, fingir y engañar. Es muy claro con la visita de Francisco. Valga, como ejemplo sublime, la foto del gobernador Duarte, de Chihuahua, en el penal de Ciudad Juárez. Su abultada presencia en primer plano no oculta lo que quiere mostrar como realidad sin serlo: instalaciones que poco piden a un hotel con muros altos, recién pintados. Hay, al fondo, una torre de vigilancia, es cierto, pero sobresale en la imagen un campanario moderno pues, afirma, la cárcel tiene una capilla donde los reclusos oran a diario, luego de haber pasado su jornada en los talleres impecables de la prisión. Esperamos al Papa con gran esperanza, declara. ¿De veras son así las prisiones del país? ¿Permanecerá así cuando el visitante se retire? La ficción pretensiosa es aberrante, y no el escenógrafo, sino el demagogo, celebra su mentira. Sonríe. El mismo que inició su gobierno de un modo, y lo terminará como próspero banquero.
Durante décadas, en el siglo pasado, cada informe de gobierno en Chiapas daba cuenta de haber asfaltado la carretera que une a San Cristóbal con Palenque, vía Ocosingo. Y claro, de su costo. Al llegar a la desviación para tomar esa vía, los letreros eran nuevos y, hasta donde alcanzaba a verse el camino, la obra relucía. En realidad, pasada la curva, se terminaba el simulacro: bienvenido a la terracería con más baches y socavones que metros planos. En esos ayeres, llegaba en helicóptero a una comunidad un grupo que montaba la pequeña clínica, prefabricada. Se amueblaba y luego de la inauguración por parte de alguna autoridad, con la misma celeridad la desmontaban para emplearla en otro sitio.
Hace unas semanas, las profesoras de un prescolar en el norte del país escribieron: fíjense que iba a venir el secretario de Educación a nuestra escuela. No nos avisaron con tiempo, pero alcanzó para organizarnos y protestar por la evaluación tan mala, y a la mala, que están imponiendo. Seguro se habrá enterado porque siempre no vino. ¿Y saben qué? Luego de más de 10 años pide y pide que pavimentaran la calle de la escuela, en la mañana del día que iba a venir estaba reluciente, con chapopote fresco, y árboles en la banqueta. Les alcanzó con el fin de semana. ¿Cómo la ven?
El Papa verá un penal de relumbrón. Hay carreteras concluidas en el papel y clínicas abandonadas. La tele retrata al secretario de Educación en escuelas atildadas con premura, o lucidoras: propaganda.
Millones vivimos en otro país que el de la simulación y el oportunismo. Desde ese lugar, sin maquillaje y además laico, sabemos bien que su México no es tal: es una vil mascarada, remedo del tamaño de su cinismo.
Twitter: @ManuelGilAnton
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México