Ante las opiniones que expresé en Educación Futura sobre el plan de La escuela al centro, el cual fue presentado por Aurelio Nuño el lunes 25 de enero, una representante de una organización de la sociedad civil me escribió para cuestionarme. “A ustedes los académicos, nada les gusta” y prosiguió: “¿por qué no reconocen las grandes carencias que tienen las escuelas y le dan el beneficio de la duda a la SEP? Hay cosas positivas en la propuesta”, remató.
Agradezco sinceramente el mensaje de la ilustre dama; porque me hizo pensar si en verdad los académicos estamos tan amargados como para que así nos perciban algunos empresarios. Pero también le respondí que así como a ella no le sorprende nuestra reacción, a mí tampoco me asombró su complacencia. Quizás a los primeros nos falta una dosis de realismo y a los segundos una crítica desinteresada. Pero, gracias a este intercambio de posiciones, pude reelaborar mi juicio, el cual presento aquí con el ánimo de que cada quien saque sus propias conclusiones.
¿En qué baso mi crítica al plan de La escuela al centro? Pese a que considero que hay cosas interesantes como la posibilidad de que las escuelas decidan, por medio de un ejercicio deliberativo, sus horarios; también observo que el problema es más de fondo. En primer lugar, no me parece un programa innovador. Desde tiempo atrás se ha dicho que la “política y los programas educativos no deben considerar a la escuela como el final de la cadena en la toma de decisiones […] Por el contrario, debe ser el punto de partida y la principal fuente de información de donde surjan las propuestas…” (SEP, Equidad, Calidad e Innovación en el Desarrollo Educativo Nacional, 2005).
Si después de 11 años se sigue proponiendo lo mismo es porque o no hemos avanzado o la administración actual desconoce las políticas anteriores. Ambas cuestiones son graves y el debate educativo habría sido más rico si Aurelio Nuño y sus asesores hubieran revelado las causas por las cuales no hemos podido construir organizaciones escolares autónomas. En ello, una visión menos idealista de la “escuela mexicana” habría sido útil para tratar de movilizarnos a su favor. Es lamentable constatar —una vez más— que los funcionarios del actual gobierno no sean capaces de reconocer fallas y omisiones cuando la educación es pública. Es decir, a todos nos compete.
Esa actitud de Padre Inmaculado o Gran Reformador es lo segundo que cuestiono. Por lo que vimos en la presentación del lunes 25 de enero, la actitud del secretario es marcadamente centralista cuando, de manera paradójica, lo que se pretende es facultar a las diversas comunidades escolares. ¿Empodero diciéndoles a todos lo que deben hacer? Contrario a esta posición, el Programa Sectorial de Educación 2013-2018 (PROSEDU) señala diez “condiciones” para ubicar a la escuela en el centro del Sistema Educativo. El Prosedu muestra un tinte mucho más federalista de lo que revela la actitud del titular de la SEP. Por ejemplo, destaca la necesidad de “trabajar con los estados”, apoyarlos para que desarrollen “capacidades técnicas para emprender iniciativas que fortalezcan a sus escuelas”. Además, se sugiere que la SEP debe autorregularse y por lo tanto, propone que los “programas educativos federales respeten el ámbito de responsabilidad de los estados, para apoyar el buen desempeño escolar”.
Del Prosedu ya casi nadie habla, parece que se lo “comió” la reforma educativa, pese a que recomienda “[e]liminar los requerimientos administrativos que distraen innecesariamente a las autoridades educativas y a las escuelas de sus funciones sustantivas”. Últimamente, los programas sectoriales de educación han perdido fuerza como base primordial de política educativa y habrá que discutir las consecuencias de esta práctica.
Mi tercer y último punto de crítica al plan La escuela al centro tiene que ver con la simpleza con que la SEP enfrenta la problemática educativa. “Como hay mucha burocracia, creamos la figura del subdirector de gestión escolar”, “como nuestro reloj está desajustado con respecto al de la OCDE, cuadremos el número de horas”. No obstante, con respecto a este último punto, algunas investigaciones han detectado que no hay una relación directa entre tiempo de estudio y aprovechamiento escolar (Razo). Lo aconsejable es entonces potenciar las “experiencias significativas” que estimulan el aprendizaje de los estudiantes más que pensar en alargar o acortar la jornada escolar. ¿Conocerán los asesores del secretario Nuño cuáles son estas experiencias y cómo se pueden potenciar en cada escuela del país?
Aunado a la manera tan lineal de actuar de la SEP, también existe cierta ligereza para presentar sus iniciativas. Si quisieran elevar el nivel de debate, podrían haber fundamentado mejor sus propuestas. En lugar de usar evidencia anecdótica, habría sido relevante que citaran las evaluaciones practicadas a programas como el de Escuelas de Calidad para sostener que, por ejemplo, los centros escolares necesitan manejar sus propios recursos “para poder enfrentar el día a día”. Por otro lado, cuando hablaron de hacer más “efectiva” la participación social, me hubiera gustado saber por qué no tomaron en cuenta las cuatro recomendaciones de política pública del Conapase. En Mexico, pocos políticos nos tienen acostumbrados a un nivel de debate moderno y es sintomático que ni en la SEP se practique la buena argumentación.
En resumen, considero que el plan de La escuela al centro es simplista, poco innovador y centralista. Esta crítica no es para regodearse. Aún creo que al señalar de manera pública las fallas y omisiones de los gobiernos democráticamente electos, hay posibilidades de que estos reaccionen y traten de mejorar su desempeño. Y si no lo hiciesen, pues nos veremos la cara en las urnas en donde el ciudadano puede removerlos por medio del voto.
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro
Twitter: @flores_crespo