Los temas centrales de mis inquietudes son las reformas en la educación. Aunque he coordinado grupos de investigación y participo en varias redes, mi trabajo académico tiene mucho de aislamiento. Poco sé de los efectos que generan mis textos extensos. Mi labor periodística en Excélsior, por el contrario, me permite pulsar el sentir de los lectores y tantear qué reacciones provocan mis escritos, más aún hoy con las versiones electrónicas.
Varios de los lectores —que me honran con sus glosas en el blog del periódico y en comunicaciones a mi buzón electrónico— me suscitan ideas y corrigen mis desvaríos. Es imposible responder a cada una de las acotaciones de mis comentaristas, pero varias notas a mi artículo de la semana pasada me estimulan a fijar mi posición académica y política respecto de la Reforma Educativa en marcha:
- Analizo las propuestas y hechos —también las reacciones en contra y a favor— que surgen del poder político. La mudanza que comenzó en 2012 tiene los atributos de lo que ciertos académicos llaman una reforma de arriba hacia abajo. El gobierno de Enrique Peña Nieto no consensuó con los actores del acto educativo antes de lanzar su iniciativa.
- No critico de manera severa esa actitud. Estoy convencido de que pactar con las camarillas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación hubiera consumido al sexenio y las consecuencias serían magras, como las del Acuerdo nacional para la modernización de la educación básica y la Alianza por la calidad de la educación.
- Considero que la reforma era necesaria. El estado de la educación nacional, según todos los diagnósticos conocidos, era desastroso.
- Coincido con tres de los propósitos centrales: 1) mejorar la educación, 2) hacer un sistema más amplio e incluyente y 3) ordenar la administración del sistema. Esto último implica que las autoridades recuperen la rectoría de la educación que a lo largo de décadas el Estado fue cediendo al SNTE, a grado tal que sus camarillas dirigentes lo convirtieron en un monstruo voraz.
- Por ello celebro que el gobierno le haya arrebatado al sindicato el control de la carrera magisterial y a los gobiernos locales el Fondo de aportaciones a la educación básica. Los gobernadores dilapidaron la poca autoridad que les transfirió el gobierno federal en 1992.
- Una frase que puse en mi artículo anterior, referente a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos suscitó resquemores. Sostengo que ciertas propuestas que vienen del orden global no son reaccionarias. Bienvenidas las apuestas por transparencia y rendición de cuentas.
- Disiento con ciertos grupos y funcionarios que culpan de todos los males a los maestros y que a ellos se les asigne la falla principal. Las políticas de rendición de cuentas no son parejas: mucha evaluación de maestros, estudiantes y directivos escolares y nada de valoración para las burocracias alta y media.
- Me alegro de que el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación tenga autonomía constitucional. No es la panacea, pero los grados de independencia de la SEP que disfruta la Junta de Gobierno del INEE son reales.
- No soy ingenuo, sé que todavía sucede en varias partes del país, pero la herencia y venta de plazas es una costumbre corrupta en extinción. ¡Qué bueno! Es más, espero que esto contagie a otras dependencias. Es una vergüenza que en los sindicatos del sector público se hereden o vendan las plazas. Es más ignominioso que el gobierno lo consienta o, incluso, que lo promueva.
- También sé que la limpia de comisionados sindicales y aviadores apenas toca las puntas de un iceberg gigante. Pero en lugar de oponerme a ello exijo que se profundice en los procesos de depuración.
- Critico a quienes se escudan en la “defensa de la escuela pública”, para resguardar privilegios, como los dirigentes del SNTE y de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
- Cierto, la reforma no llega todavía al aula ni a los maestros, no hay acciones pedagógicas. Pero no me conformo con criticar ese hecho. Reclamo que se avance más y que docentes, padres de familia, académicos, organizaciones civiles y periodistas participen en forma amplia.
En fin, califico mi postura como de optimismo crítico. No todo lo que promete el gobierno se cumplirá, pero me asumo como un educador que demanda realizaciones por el bien de la educación mexicana.
RETAZOS
En otra entrega analizaré lo de maestros comisionados a labores burocráticas