Por Edgar Barroso
En el 2002 conocí a mi esposa, Ulla, una austriaca muy especial con un corazón que no cabe en este planeta. Una de las primeras cualidades que me enamoró de Ulla, es que parecía una biblioteca dentro de una “chaparrita cuerpo de uva”. Ulla tenía 19 años cuando la conocí y nunca había visitado México; cuando supo que yo era mexicano me preguntó por Cuauhtémoc Cárdenas, Fox y Colosio, y por algunos sitios arqueológicos sobre los que yo no había escuchado nada y que a ella le interesaba conocer. Yo sabía cero de política o geografía austriaca. ¿La diferencia entre lo que ella sabía de mi país y lo que yo sabía del suyo? La lectura.
La primera vez que Ulla vino a México en un verano, estuvo seis semanas en el país y lo primero que me pidió es que la llevara a una librería. Estuvimos un largo rato viendo libros, después nos encontramos en la caja para pagar. Compró doce libros de un jalón, ¡todos en español! Pensé que era una broma, pero no lo era para ella.
Para Ulla era normal leer uno o dos libros por semana; y como eran vacaciones, seguro podría leer por lo menos dos, quizá tres.
Después de catorce años de estar juntos, y gracias a la hospitalidad de la familia de Ulla, he tenido la suerte de hacer una inmersión profunda en la cultura austriaca. Ha sido maravilloso ver como dos culturas tan distintas como la mexicana y la austriaca, se pueden complementar tan bien. Si bien nunca tiene sentido generalizar ni querer comparar las culturas, -porque todas son distintas y hay que celebrar la diversidad- para mi tiene sentido aprender lo que nos gusta y lo que nos enriquece de cada una de ellas. Amo a México, y por lo mismo, como mexicano me interesa mucho aprender a fomentar en mi país el amor por la lectura que tienen los niños y adultos de Austria.
Porque creo que un país que lee, es un país con futuro
Para empezar, en Austria todas las casas que he visitado tienen una biblioteca. Todas. He encontrado bibliotecas caseras de todos tamaños, chicas, medianas o grandes, provistas con libros de todo tipo, algunos muy buenos y otros no tanto. Lo que me parece maravilloso es que siempre hay libros en las viviendas. Sin embargo, lo que más me gusta y me sorprende cada año que estoy aquí, es que los niños, desde que nacen, tienen una especie de biblioteca en sus habitaciones en la que atesoran cientos de libros de cuentos de todo tipo. Estos niños no pueden imaginar la vida sin libros, nacieron con ellos, son parte de su vida, como lo es respirar, subirse a un columpio o pegarle a una pelota.
De una cosa estoy convencido: un niño que crece con una biblioteca, será un adulto con una biblioteca
Los cuartos de los niños en Austria y los de los niños de México, tienen una diferencia que para mi es importante: la proporción entre juguetes y libros. Diría “a ojo de buen cubero”, que los niños de las casas austriacas que he visitado tienen en su habitación un juguete por cada 80 libros. Es decir que apenas tienen uno que otro “juguete” semejante a los que poseen en abundancia algunos niños en México. Aquí escasean monos de plástico, soldados, tanques, pistolas de juguete, réplicas de iron man o el hombre araña, muñecas y princesas -que parecen bulímicas- carros de control remoto, etc. Me refiero a ese tipo de objetos desechables -frecuentemente tóxicos- cuya vigencia termina cuando otro juguete se pone de moda; artículos que promueven el consumismo desenfrenado, la violencia y la pasividad mental, y que invariablemente acaban arrumbados como el cachivache más inútil de una casa. (En este sentido, la aberración más grande que he visto son “los puños de Hulk”: unos puños enormes de plástico verde con los que un niño apenas juega durante unos 10 minutos y nunca más los vuelve a usar, porque son terriblemente aburridos.)
En este país la lectura es un regalo vigente, el amor por leer comienza a gestarse desde los primeros años. Hace un tiempo asistí a una fiesta de cumpleaños de una niña de cuatro años, donde la mayoría de los regalos eran libros. Cuando vi esto pensé, “pobre niña, se va a aburrir.” Pero a la hora de abrir los regalos, la niña se sorprendía con cada uno de ellos. Además, pasó algo muy interesante: cuando la niña terminó de recibir los obsequios, se sentó con cada persona que le había regalado un libro, y ambos empezaron a leerlo juntos. Esto hizo que la niña tuviera un momento especial con cada invitado; y luego algo maravilloso pasó, de manera natural los demás niños empezaron a acercarse a la niña del cumpleaños para leer los libros a su lado. La lectura unió a los niños que no cesaban de preguntar por las historias ilustradas e impresas de los libros.
Los libros forman comunidad
Leer desde una edad temprana enseña a los niños a empatizar con los personajes que conocen a través de los libros. Por ejemplo, las primeras lecturas los llevan a preguntarse, ¿quién es el oso?, ¿por qué está triste?, ¿quién es su amigo?, ¿quién lo ayudó? Este beneficio de la lectura también ayuda a niños que han sufrido experiencias traumáticas. Una persona muy cercana a mí, a quien respeto enormemente, es voluntaria al cuidado de niños sirios refugiados en Austria, que cargan en su memoria historias terribles de abuso y violencia. Ella me contó que la lectura ha sido muy importante para la integración y autoestima de estos niños, principalmente porque leer crea un vínculo emocional extraordinario: “…leer con ellos -explica mi amiga- no se trata solamente de aprender historias, se trata de que sientan, y de que sientas con ellos una conexión emocional compartida a través de esas historias. Cuando esto ocurre, los niños empiezan a perder el miedo poco a poco, aprenden a juntarse con los otros, perciben que son parte de una comunidad”. Cuando leemos con los niños hay una conexión emocional. Es un momento en el que tenemos un contacto físico y afectivo único. No es casual que los niños quieran que les lean un cuento antes de dormir, porque ello genera fuertes vínculos amorosos entre los padres y los hijos.
Los niños que se van a la cama leyendo, serán adultos que se irán a la cama leyendo, y no viendo la televisión
Esa es otra consecuencia interesante del hábito de la lectura: los niños que leen no ven -casi nada- la televisión. Ulla y yo hemos tenido el honor de cuidar niños lectores de entre 4 y 6 años, y ninguno de ellos nos pidió, nunca, que encendiéramos la televisión. Con ellos hemos leído, jugado legos, fútbol, escondidas, etc., pero nunca vimos televisión. Desde mi opinión, la televisión y los videos dan muchos problemas a los niños; quizá el problema más grave que veo del contenido televisivo es que satura a los menores con estímulos que les impiden reflexionar y comprender la profundidad de las imágenes y sonidos que presencian. Pregúntenle a un niño de menos de 6 años de qué se trató una caricatura. La mayoría de las veces no tienen ni idea. En cambio cuando un niño ve una ilustración o lee un libro, sólo o con un adulto, puede tomarse el tiempo de actuar a su ritmo, reflexionar, sentir, imaginar, conectar los distintos elementos de una historia, preguntar, quedarse en la misma página todo el tiempo necesario hasta saciar su curiosidad, hasta entender la complejidad de los personajes. Si lo pensamos, la mayoría de nosotros nos acordamos de las historias de los libros que leímos en nuestra niñez, y cuando nos acordamos de ellas sonreímos. ¿No es cierto? En cambio ¿de cuántas historias de caricaturas nos acordamos? La televisión es una aplanadora que avanza con una sola velocidad aplastante, la cual hace que los niños estén pegados a ella, como hipnotizados, como zombies con cerebros planos. Por otro lado, sabemos que ver la televisión nos quita horas de sueño, apaga nuestro pensamiento crítico, constructivo y relajado, y nos lleva a confundir una sensación de adormecimiento mental con una de relajación real.
Ulla y yo nunca hemos comprado una televisión, nunca lo haremos
Los temas de los libros que leen los niños austriacos, son otra cosa sorprendente. Por ejemplo, hay libros muy simples que enseñan a los niños a lavarse los dientes y prepararse para dormir; hay otros que les enseñan nombres de pájaros -que ni yo sabía como se llamaban, qué comen y dónde viven. Todos esos libros tienen algo en común: el gozo por imaginar y aprender. Ese tipo de libros me hicieron pensar que quizá uno de los problemas de la lectura en países como México, es que en nuestro país queremos enseñar el criterio para evaluar textos literarios, antes de fomentar el amor por leer. ¿Recuerdas qué leíste en la primaria y secundaria? A mi me tocaron La Ilíada y la Odisea de Homero, y el poema del Mío Cid editado por Ramón Menéndez Pidal. Sin duda se trataba de grandes obras, pero francamente mis compañeros y yo las leíamos a regañadientes, sin gozarlas porque nadie nos preguntó si eso nos interesaba. Tampoco olvidaré otro libro de texto de mis primeras clases de español, “El Galano Arte de Leer”, un libro con buenas intenciones pero que realmente despertaba muy poco interés entre nosotros, los pubertos. En cambio, lo que he visto en Austria es que lo importante es experimentar en carne propia el gusto de leer, como una forma de aprender y pasarla muy bien a partir de lo que se lee. Lo importante es leer: los contenidos no se imponen, sino que son sugerencias para continuar disfrutando la lectura. El criterio lo crean los niños después, de la propia iniciativa de ellos.
Y si creemos que la lectura no es importante en los temas relacionados con la tecnología, el emprendimiento y los negocios, pensémoslo otra vez. Para afrontar un problema matemático tenemos que entenderlo, analizar sus elementos y explicarse claramente el procedimiento que les permitirá resolverlo; dicho de otro modo, debemos tener una lectura clara del mismo. En cualquier carrera, oficio o trabajo tenemos que entender lo que leemos, tener una explicación firme de la información que procesamos e interpretamos. Por ejemplo: la capacidad de conformar una narración coherente y un discurso bien estructurado es indispensable a la hora de emplear lenguajes de programación para desarrollar software, “armar” casos legales o contar la historia de tu empresa a un inversor. Leer frecuentemente es uno de esos hábitos que nunca pasan de moda y que, al contrario, como los buenos vinos, con el tiempo serán más y más valiosos, pues irán de la mano con la transformación digital y los avances tecnológicos que experimentamos en nuestros días.
Cuando le preguntaron a Elon Musk -uno de los innovadores más importantes de nuestro tiempo- cómo hizo para fundar Tesla o Space X, respondió: “realmente me gusta leer muchos libros.”
Es aplastante la evidencia sobre los beneficios de leer a los niños de manera interactiva, especialmente antes de los 4 años de edad. Me impactó particularmente un artículo científico sobre el modo en que leer a los niños de preescolar mejora el desarrollo de distintos tipos de inteligencia: http://pps.sagepub.com/content/8/1/25.
Por todo lo dicho, he decidido que cada vez que le de un regalo a un niño o niña será siempre un libro como postura filosófica, y no me importa que el regalo sea percibido como algo conservador o “aburrido”. Yo sé que no lo es. Un libro te puede cambiar la vida, y no puedo pensar en un mejor regalo que contribuir con un granito de arena al amor por la lectura en un niño. Con un libro que regalemos a la vez, estaremos contribuyendo a formar el hábito de leer, de explorar, con el potencial de formar ciudadanos curiosos, críticos y con más herramientas para ser quienes quieren ser. Además de leer frecuentemente, creo que todos los niños en el mundo deberían aprender a tocar un instrumento musical y hacer algún deporte.
Espero que después de leer este artículo te animes a regalar más libros a los niños e incluyas algunos en su Lista de Reyes o simplemente en general. Nunca es tarde para empezar. Yo leo mucho menos de lo que debería y me hubiera gustado leer más de niño.
Si pudiese ir atrás en el tiempo y volver a ser niño, me gustaría que me hubiesen regalado más libros y menos juguetes, porque casi todos los juguetes de mi infancia se me olvidaron y francamente no me sirvieron de mucho; también porque estoy seguro de que la lectura mejora la calidad de vida del lector y de los que están a su alrededor. ¿No crees?
Twitter: @edgarbarroso
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