Cuesta volver a empezar cuando te despiertas en pleno año nuevo y te topas con una alcaldesa asesinada más –Gisela Mota en Temixco– y con Donald Trump, todavía y en contra de todos los pronósticos, en los primeros lugares en las encuestas para candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos.
Con noticias así, dan ganas de volverse a escapar a algún lugar recóndito al que no lleguen ni los periódicos ni el internet; muchas ganas. Pero toca seguir y tratar de sacar fuerzas de donde sea para mirar adelante con algo que se parezca a ponerte un par de ojos nuevos para empezar el año con algo distinto que la mirada cansada de ayer y antes de ayer.
Encuentro razones para reencender mis ganas de tirar para adelante en un lugar resiliente a cual más. Me refiero a Pittsburgh, capital mundial del acero en la primera parte del siglo XX y hoy, tras largas décadas de batallar con la obsolescencia y la desesperanza completa, ciudad llena de vida que aspira a convertirse en punta de lanza de la robótica a nivel global.
Nunca había estado en Pittsburgh y nunca tampoco se me había cruzado por la cabeza la idea de visitarla. Confieso, de hecho, que antes de llegar no sabía bien a bien dónde se ubicaba exactamente. Aterricé ahí para pasar unos días con una amiga muy querida quien se mudó ahí recientemente.
Leí alguna cosa sobre mi destino antes de dejar México. Vivir y recorrer esta ciudad con tantos puentes, situada entre tres ríos, ha sido, sin embargo, una experiencia incomparable a casi cualquier lectura. Caminar y descubrir Pittsburgh ha sido un viaje al pulso potente de aquellos industriales y empresarios –Carnegie y Mellon, entre otros– que construyeron con sus fábricas y su ambición sin límites una parte central del poderío norteamericano y de la textura y la arquitectura básica del mundo moderno. Para dar una idea de cuánto, basta recordar que en 1945 Pittsburgh producía solito más acero que el resto del mundo junto.
Sobre ese sustrato de poder ya muerto, se alzan hoy, por todas partes, edificios y más edificios del University of Pittsburgh Medical Center. También hay museos para tirar para arriba: el Warhol, fantástico y fantásticamente bien montado; el de Historia, con una exposición temporal en estos días sobre la Segunda Guerra vista y leída desde Pittsburgh; el Mattress Factory, espacio locochón para el arte contemporáneo, súper divertido. Barrios y más barrios en plena renovación, universidades de primerísima talla, y un pedacito colorido de la ciudad dedicada a darle impulso a las artes a partir del impulso generoso de un hombre que decidió armar un proyecto para darle asilo a escritores perseguidos de diversas partes del mundo.
Toda esta vitalidad no fue producto del azar o de la buena fortuna. Ha sido la obra de hombres y mujeres decididos y persistentes que se resistieron a dejar que el fin del reinado del acero, el pesadísimo lastre de la contaminación infernal y la catástrofe económica y social consumiera su mundo. No se rehízo la ciudad en un día ni en dos. Ha tomado décadas y varias generaciones vencer la carga monumental de ese barco gigantesco hundiéndose y arrastrándolo todo al fondo del olvido.
La reconstrucción y el relanzamiento de la ciudad son como el ruido de un motor que se escucha por todas partes. En la forma en la que te saludan en las tiendas y en los restaurantes, en los gestos del que te muestra por dónde queda la dirección que buscas. El proceso está en plena marcha y está lejos de haber sido completado.
Estas ganas de levantarse de la tumba y agarrar el futuro por los cuernos me resultan enormemente inspiradoras. Me tocan y me conmueven por muchos lados. Me impacta en especial la prodigiosa capacidad de los pittsuburghenses para armar un futuro con mayúsculas, construyendo sobre lo más poderoso de sus raíces –robótica, tecnología médica de punta y reparación ambiental siglo XXI sobre los fierros, las máquinas y el acero de antes– y dejando atrás de ese pasado todo lo que ya no sirve.
Algo así deseo para México: ganas y capacidad de organizarnos para abrir futuro en serio, abrevando de lo mucho de potente y posibilitador de nuestro pasado, sin quedarnos amarrados a sus taras y sus lastres.
Twitter: @BlancaHerediaR