Haber ubicado a la educación como una de las metas principales del Plan Nacional de Desarrollo y expresar que la Reforma Educativa es la más importante de esta administración, intensifica el debate y expone al gobierno a un mayor escrutinio público.
Desde 2012, ha habido crítica, marchas, movilizaciones y diversas expresiones tanto de apoyo como de rechazo a las propuestas hechas por el gobierno de Enrique Peña Nieto en materia educativa. Ideas, opiniones y mucha tinta han corrido en los medios sobre los cambios al marco legal y al esquema de evaluación docente. Diversos actores—específicamente, algunas organizaciones civiles— han resaltado la necesidad de transparentar los recursos con que opera el sistema educativo y de desarrollar un modelo pedagógico acorde a los tiempos que vive nuestra democracia, aún muy frágil.
Pocos hemos guardado silencio sobre lo que ocurre en el sector educativo de México y esto ha servido para hacer más visible la prisa y verticalidad con que se cocinaron las leyes, las contradicciones que de ellas emanan y la dificultad de gobernar democráticamente un sistema educativo extenso y complejo.
Pero así como el debate público ha resaltado algunos vicios del gobierno en turno, también ha dejado ver maneras particulares de actuar y pensar de algunos actores no gubernamentales que en contraste con el presidente de la República o con el secretario de Educación Pública, han recibido pocas o nulas críticas. Quizás se piensa que lanzar dardos al político es más rentable y popular que dirigirlos al “intelectual”, comentócrata o académico “consagrado”. ¿Por qué los intelectuales mexicanos tendrían que ser inmunes al cuestionamiento? ¿Son acertados todos los juicios que se han pronunciado sobre la reforma educativa de 2013? ¿Están éstos basados en la búsqueda de la verdad? ¿Ha escuchado Usted a una persona de ideas, académico, escritor, profesor universitario o investigador que recapacite y exprese públicamente que se equivocó en sus juicios políticos sobre los recientes cambios en materia educativa? Hagamos un poco de historia.
Verdad o autoengaño
Desde las reformas a la secundaria y al bachillerato en 2004 y 2008, respectivamente, se han escuchado argumentos rudimentarios y simplistas de algunos académicos, comentócratas y escritores o también llamados por sus medios periodísticos afines, “intelectuales”.
Cuando a mitad del sexenio de Vicente Fox (2000-2006) se anunció la Reforma Integral de la Educación Secundaria (RIES), diversos actores se opusieron debido a que, según ellos, en los contenidos de la asignatura de Historia no se hablaba lo suficiente de los antiguos mexicanos. “Es una aportación más del gobierno del señor Fox para que perdamos identidad”, expresó en La Jornada el poeta Juan Bañuelos quien estuvo secundado en su “crítica” por Elena Poniatowska, quien dijo que con esa reforma se quieren “eliminar nuestras raíces” (18/06/04).
Investigadores educativos como Francisco Miranda y en aquel entonces coordinador de la reforma, escribió que el tema de las culturas prehispánicas sí estaba incluido en el plan de la nueva reforma, con la misma carga horaria, enfoque y orientación. Quizás, especula Miranda, un problema de comunicación generó un cuestionamiento generalizado y esto “vulneró la credibilidad de la propuesta”.
La pregunta aquí es, ¿qué buscaban los medios periodísticos y esos “intelectuales” cuestionando con ese tipo de argumentos la reforma a la secundaria de México? Parece que centrarse en el contenido curricular no tenía mucho fundamento, ni tampoco fue claro cómo esta crítica contribuía a elevar el logro académico de los jóvenes estudiantes de la secundaria de México. Pero, ¿algún lector de La Jornada se atrevió a cuestionar los argumentos de Bañuelos y de Poniatowska? ¿Organizó este periódico alguna “discusión razonada” sobre la reforma como lo propuso Observatorio Ciudadano de la Educación? No, hasta donde se supo. Quizás como señala Javier Marías, el escritor español, muchos individuos deseamos enterarnos sólo de lo que previamente nos gusta y aprobamos y pretendemos ser reafirmados en nuestras ideas o en nuestra visión de la realidad. No estamos acostumbrados a que nuestro periódico preferido cuestione tal visión. “El autoengaño carece de límites”, remata Marías.
Tradición o reforma
Al igual que la Reforma de la Educación Secundaria (RES) de 2004, la Reforma Integral de Educación Media Superior (RIEMS) de 2008 enfrentó diversos cuestionamientos. Los argumentos que se han utilizado para cuestionar el proceder de la SEP en este nivel son de carácter variopinto. Algunas críticas son fundamentadas — y fundamentales— y otras mas bien simplistas. Entre las primeras estuvo la decisión de omitir en el campo disciplinar asignaturas humanísticas como la filosofía, sin embargo, los analistas observamos como el entonces subsecretario de media superior, Miguel Székely escuchó los argumentos del Observatorio Filosófico por la Defensa de la Filosofía y rectificó con “rapidez y con respeto al interlocutor” (Rodríguez). Reconocer un error y tratar de enmendarlo es algo que pocas veces hemos visto en el campo de la política educativa de México.
Por otro lado, dentro de las críticas simplistas a la reforma del bachillerato, encontramos la del saliente rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro, quien rechazó participar en la RIEMS bajo el argumento de que el sistema nacional de bachillerato tendía a “homologar” la educación media y además, afirmó: “Nosotros tenemos la tradición, contamos con dos sistemas diferentes de bachillerato; por eso no nos convence que podamos ir en un solo trayecto o camino” (La Jornada, 02/05/09 nota de Emir Olivares)
En una sociedad supuestamente basada en el conocimiento, ¿es válido utilizar a la tradición como justificación para no cambiar? ¿No es éste un argumento conservador? ¿O es que la justificación del rector Narro se asienta en evidencia sólida de que los bachilleratos de la UNAM operan mejor que los del resto del país como para no entrar a la RIEMS? ¿Alguien desde la izquierda y desde La Jornada refutó al “jefe nato” de la UNAM? No, hasta donde se supo.
Ocasionalmente se piensa que al expresar un cuestionamiento a la máxima casa de estudios uno se convierte, de modo automático, en derechista o como ahora está de moda decir: en un neoliberal. Con este caso, recordé las Notas sobre el Nacionalismo, de George Orwell quien afirmaba que todos los nacionalistas tienen el poder de no ver los parecidos entre conjuntos similares de hechos. Quizás un unamita podría llamar sin reparo conservador a Vicente Fox, pero no a Narro. Las acciones, prosigue Orwell, se tienen por “buenas o malas”, no por su propio mérito sino de acuerdo a quien las lleva a cabo.
¿Ha evolucionado la oposición en el sector educativo?
¿Se han afinado los argumentos a favor y en contra de la reforma educativa desde el 2004 y el 2008? Es curioso que aunque sea contradictorio, el término “neoliberal” se sigue utilizando para descalificar a la actual reforma cuando por otro lado se advierte que existe un marcado centralismo del gobierno para “recuperar la rectoría” de la educación.
Por otro lado, la visión conspiracionista se ha impuesto como modelo de análisis de política educativa. Antes era el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional quienes, según algunos, dictaban lo que el gobierno mexicano debía hacer; ahora el villano favorito es la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que está “impulsando las privatizaciones de la educación en todo el mundo” (Bartlett) y que según otros, recomienda cosas que no están de acuerdo con nuestra idiosincracia. En este mismo espacio, he cuestionado esta visión simplista diciendo que cualquier estudiante que tome un curso de política comparada podría sostener que las interacciones entre los funcionarios nacionales y las élites internacionales han existido históricamente y son complejas; y que así como México ha adoptado racionalmente políticas y programas de otros países también los ha transferido. Además, la experiencia internacional en materia de políticas públicas tampoco es mala per se, aunque no faltará quien diga que nuestras tradiciones son más valiosas que lo que viene de “afuera”.
Así como hay críticas muy lúcidas sobre la necesidad de revisar y modificar radicalmente el esquema de evaluación docente, otros siguen pensando que la Ley del Servicio Profesional Docente (LSPD) funciona sólo para “controlar” a los maestros sin reparar en dos cosas. La primera es que ese control lo ha ejercido de manera clientelar una “camarilla” (en palabras de Carlos Ornelas), la cual no tiene la legitimidad para hacer políticas educativas. ¿Es meramente cambiar de manos el control y por lo tanto, el poder? Quizás, pero en el primer caso lo ostenta el Estado que está mandatado a asegurar una educación de calidad para todos. El segundo punto que se omite es que así como hay críticas que ven al control como algo absolutamente negativo, del otro lado han habido defensas a los maestros que no parecen reconocerlos como individuos responsables, sino como menores de edad desamparados e indefensos. Las defensas cándidas y paternalistas a los profesores de educación básica en aras de “criticar” a la reforma revelan ese “amor a lo contraproducente” que detectaba Carlos Monsiváis cuando en alguna movilización política se utilizaban estrategias que dañaban más a la causa que beneficiarla.
Por otro lado, los críticos acérrimos de la evaluación docente tampoco han articulado argumentos de por qué heredar o vender plazas es mejor estrategia que haber echado a andar un sistema de evaluación (perfectible) basado en el mérito. ¿O es que los intelectuales, académicos y profesores universitarios no creemos en el mérito como una condición para desarrollarnos individual y socialmente? ¿Se creerá que aún se tiene el “derecho divino” a estar invariablemente encumbrados? Ricardo Cayuela, en su incisivo artículo sobre los intelectuales y la democracia, asegura: “Uno de los aspectos más decepcionantes de la transición en México ha sido la actitud de los intelectuales. No me extraña. Leszek Kołakowski había alertado de la incomodidad que sienten con la democracia. No se trata del mejor ecosistema para esta extraña especie. Las sociedades débiles necesitan interlocutores que los representen frente a los poderosos […] Las sociedades en que los ciudadanos saben exigir, votar y promover sus intereses tienen menos necesidad de guías culturales que les señalen el buen camino” (La Jornada, octubre 2010). Podemos criticar la reforma educativa sin tregua y con razón, pero también valorar que el mérito, pese a sus limitaciones teóricas y prácticas, es un camino más justo para distribuir los puestos públicos.
La crítica como insumo del desarrollo de políticas
En resumen, es difícil que una oposición o una disidencia pueda ser efectiva y benéfica para la educación pública del país si persiste en utilizar las mismas estrategias del gobierno autoritario al cuestionar las políticas o una reforma. ¿Cuáles son estas estrategias? Un desprecio absoluto por el contrario, sesgos de información, argumentos simplistas o pedestres y una supuesta superioridad moral. Lo malo es que tampoco tenemos suficientes debates y no son tan plurales como esperamos para poder afinar nuestras opiniones y poder rectificar públicamente.
Entonces, así como demandamos que los representantes del gobierno sean honestos y responsables, también deberíamos luchar porque los intelectuales, investigadores, profesores universitarios y escritores actúen con congruencia.
La crítica — no el escándalo— es imprescindible para hacer más públicas las políticas educativas y si la crítica es “feroz”, como dice Sergio Aguayo, ésta puede legitimarse si se respeta “la veracidad de los hechos y se evita la difamación”. No se puede mentir al criticar; no es honesto intelectualmente y lo peor es que como bien afirma Armando González Torres, no parece haber una “sanción social hacia el intelectual ligero y locuaz, hacia el profeta equivocado o hacia el apólogo de la violencia; por el contrario, el brillo y estimación dependen más de la postura inflamada y la figuración frecuente que de la seriedad de los argumentos o la congruencia de las actitudes (La Jornada, septiembre 2008).
Es tiempo de dejar de pensar que los únicos que deben ser cuestionados son los políticos, los críticos también cometemos graves errores y en consonancia con los primeros, parece que en ocasiones actúamos en la plena impunidad y de pilón, nos aplauden.
Twitter: @flores_crespo