Recientemente visité un conjunto de preparatorias de excelencia, públicas y privadas, en Estados Unidos. Todas ellas ofrecen educación de altísima calidad, cuentan con maestros e instalaciones fuera de serie y consiguen que la inmensa mayoría de sus egresados sean admitidos a las mejores universidades de ese país. De las siete que visité las que más me impresionaron fueron tres, pero una de ellas me dejó francamente maravillada. Se trata de un colegio sólo de mujeres, laico, privado, y enormemente exigente en lo académico.
Al igual que varias otras de las escuelas que visité, el alumnado de este colegio proviene de familias de niveles socioeconómicos altos y para ingresar debe aprobar un proceso de admisión enormemente competitivo y selectivo en términos académicos (en promedio, una admisión por cada seis postulantes). Lo que me impactó de este colegio fue el clima que se respiraba en sus aulas y corredores; lo animado y participativo de las sesiones de clase; la familiaridad fluida entre las chicas, y entre éstas y sus maestros y maestras. Un pequeño oasis de mujeres moviéndose con una libertad extraordinaria, sin poses y sin las armaduras usuales; jovencitas llenas de vitalidad fresca discutiendo, haciendo preguntas directas, inmersas en un ambiente que las empuja a sacar lo mejor de sí sin cortapisa. Le pregunté a una de las alumnas ¿qué es lo que más te gusta de tu escuela?, me respondió sin titubear: la libertad para ser quien soy y el que aquí todas las representantes de clase, las líderes y las capitanas de equipo seamos mujeres.
Entre otras muchas cosas, la experiencia me hizo pensar en las dificultades que varias profesoras de la Harvard Business School han observado entre sus alumnas del MBA, programa en el cual la mitad de la calificación de los cursos se basa en participaciones en clase y en el que las mujeres, a pesar de ser enormemente capaces y competitivas, tienden a participar menos que los hombres y a recibir, por tanto, menores calificaciones.
Más generalmente, la experiencia me hizo pensar en la conveniencia de explorar más a fondo qué tanto la educación diferenciada por sexo pudiera contribuir a desarrollar en niñas y jóvenes las habilidades socio-emocionales que les permitiesen enfrentar de mejor manera los muchos y muy variados obstáculos y limitaciones que enfrentan las mujeres para desarrollar su potencial y, en particular, para acceder a posiciones de liderazgo en muchos países del mundo.
La educación diferenciada por sexo suele identificarse en México y en muchas partes del mundo con opciones educativas conservadoras y/o religiosas. Las razones para ello tienen mucho que ver con que en nuestro país y en muchos otros, las únicas escuelas diferenciadas por sexo que siguen existiendo son religiosas y, con frecuencia, conservadoras.
Desde hace algunos años, sin embargo, se han producido cambios importantes en la política educativa de diversos países desarrollados, mismos que han flexibilizado las restricciones en contra de la diferenciación educativa por sexo en las escuelas públicas. A raíz de cambios en ese sentido en Estados Unidos introducidos en el 2006, el número de escuelas públicas con alguna modalidad de educación diferenciada por sexo, si bien pequeño, ha aumentado de forma importante. Algo similar ha venido ocurriendo en países como Alemania, Suiza y Corea del Sur.
La investigación científica sobre el tema es todavía relativamente escasa y está lejos de arrojar resultados concluyentes. Ello, en parte, por la novedad del fenómeno y, en mucho también, por las dificultades de desentrañar el impacto de la educación diferenciada dado que la matriculación en escuelas diferenciadas intervienen procesos de autoselección (por ingreso, creencias, y otros) que hacen muy difícil separar su impacto de la de otros factores.
Muchos estudios, en especial en Estados Unidos, sugieren que, controlando por ingreso familiar y características de los planteles tales como razón alumnos-profesores, el impacto de la diferenciación por sexo es marginal o nulo. Dos trabajos muy recientes y rigurosos, ambos sobre bachilleratos, uno para el caso de Suiza y otro para Corea del Sur que aprovechan situaciones que aproximan experimentos naturales (asignación por lotería a alumnos a escuelas mixtas y de un solo sexo) muestran, sin embargo, muy fuertes efectos positivos de la educación diferenciada sobre los aprendizajes de los alumnos (tanto entre hombres como mujeres).
Falta mucha investigación, pero los resultados son muy sugerentes. Convendría estudiar más el asunto y convendría, desde luego, no quedarnos como país fuera de esta discusión.
Twitter:@BlancaHerediaR