Juan Marsé, escritor catalán, aseveró que en España el auténtico ministerio de cultura es la nefasta televisión. En México pasa lo mismo, y quizá de manera más cruda por ausencia de tal elefante burocrático que ya pretenden crear en un sexenio obsesionado con promover reformas.
Desde mi perspectiva, la cultura es todo aquello que queda cuando se agotaron las actividades programadas por la secretaría de cultura, o cuando se está lejos de la escuela. Es aquello que hace la gente por gusto en su intimidad, cuando nadie lo ve o para que los otros aprecien sus gustos. Allí, lejos de la parafernalia oficial, nuestros niveles culturales son inquietantes.
En una medición reciente del rating entre niños de 4 a 14 años, el primer lugar lo ocupaban las telenovelas, enseguida, los reallity shows. Repito para escandalizar un poco: niños de entre cuatro y catorce años educan sus emociones con la maestra Laura en América y la basura que produce abundantemente la televisión mexicana, Televisa, principalmente.
Son ellas, Laura Bozzo y las telenovelas, las pedagogas más influyentes entre la gran mayoría de niñas y niños en este país. Ella son las educadoras emocionales de los niños de hoy, ciudadanos de mañana, futuros electores.
Según el Primer Informe para los Derechos de la Audiencia Infantil los niños mexicanos ven la televisión un promedio de cuatro horas y 34 minutos cada día. Y todo eso, durante siete días a la semana, tiene un poderoso efecto que sin duda compite (y combate) con la escuela. ¿Qué currículum es capaz de contraponerse a esos aprendizajes?
¿Le preocupa a la autoridades ese tipo de minucias, que no fueron tocadas ni por el pétalo de la más sensible reforma?
Una reforma educativa que desconoce, ignora o desdeña esa realidad, que niega la posibilidad de construir alternativas culturales y pedagógicas, es una reforma que está destinada al fracaso en lo más hondo: en los saberes de los niños y la transformación de las prácticas docentes.
Es esta una de las aristas por las que he sostenido que no tenemos una reforma completa, de largo aliento, pedagógica, centrada en la realidad y que conciba lo educativo en su más compleja dimensión: como un proceso que también ocurre en la escuela.
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