Con el propósito de analizar el estado de la ciencia mexicana y detectar áreas de oportunidad para su mejor desarrollo, la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC), iniciaron el proyecto que lleva el título de arriba. Se trata, principalmente, de organizar mesas de discusión por área de conocimiento en donde se identifiquen líneas de investigación que podrían impulsarse poniendo atención a dos criterios: “su importancia científica” y “su posible impacto en el desarrollo de México”.
Bajo una magnífica y eficiente organización, el pasado 12 de octubre se realizaron ocho mesas referentes a las Ciencias Sociales y cuyos temas fueron: (1) ¿Por qué no crece la economía mexicana, (2) violencia social, (3) opciones de vida para la juventud, (4) política social, (5) sistema de justicia y penal, (6) dinámica demográfica y (7) ¿por qué no mejora la educación básica de México? Tuve la fortuna de coordinar el grupo que trató este último tema, el cual estuvo formado por destacados colegas de distintas instituciones de educación superior como Emilio Blanco (Colmex), Graciela Cordero (UABC), Sergio Cárdenas (CIDE), Frida Díaz Barriga (UNAM), Yolanda Jiménez (UV), Felipe Martínez Rizo (UAA) y Carlos Ornelas (UAM-X).
¿Por qué no mejora la calidad de la educación básica? Aunque esta pregunta es atractiva para alarmar a los televidentes, el código académico nos exige ser rigurosos y más precisos. Nuestra educación básica, que está compuesta por el nivel de preescolar, primaria y secundaria, ha registrado importantes avances en los últimos años. Por ejemplo, gracias a los datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), uno puede saber que de 2006 a 2010 bajó la proporción de niños de tercero de primaria ubicados en un nivel de logro “por debajo del básico”. Hay entonces menos niños en niveles académicos malos.
Pese a este logro, no se puede dejar de reconocer que, por un lado, no estamos mejorando al ritmo que la sociedad y el mundo exigen y por otro, que los avances educativos registrados no son iguales para todos. Mientras a nivel nacional se reduce la proporción de niños en niveles educativos bajos, en la opción escolar indígena y comunitaria, aumenta. ¿Qué explica que haya, en cuatro años, más niñas y niños indígenas ubicados en un nivel de logro escolar malo? ¿Son las condiciones de vida de esos niños y sus familias lo que explica tales resultados? ¿Será que las pruebas para conocer el aprovechamiento académico de las poblaciones menos favorecidas son limitadas?
En el grupo de educación tratamos de dar respuesta a estas preguntas; nos formulamos otras y además, tratamos de pensar en líneas de investigación que nos acerquen mejor a saber por qué el sistema educativo de México en lugar de atemperar las desigualdades, en algunos casos, las amplifica. También nos abocamos a sugerir qué acciones tendríamos que emprender para darle cauce a esas líneas de investigación.
En lo particular, resalté la necesidad de considerar los distintos planos y dimensiones en donde los individuos actuamos como el de la familia y la escuela para explicar la desigualdad educativa y no sólo focalizarnos en las condiciones socioeconómicas, las cuales, aunque centrales, están en constante interacción con otros planos como el individual. Buscar explicaciones más amplias de la desigualdad educativa exige impulsar debates académicos para ir renovando nuestros enfoques teóricos.
Dos corrientes de la literatura que podrían enriquecer esos debates son, por un lado, el de la eficacia escolar, que sugiere que la escuela sí puede hacer la diferencia a pesar de operar en condiciones en desventaja y la segunda que sostiene que al identificar de manera temprana las necesidades de los niños, y otorgándoles un apoyo apropiado, es posible combatir de manera más efectiva las desventajas que se presentan en los procesos de aprendizaje a futuro.
Dada la idea de desigualdad que se tenga y las causas que supuestamente la generan, es como se diseñan las políticas y programas para combatirla. De ahí la importancia práctica de la teoría.
Según el grupo de trabajo, aún se requiere, entre otras cosas, generar mayor conocimiento sobre las implicaciones de transitar de una escuela tradicional a otra a la que se le exige promover competencias de avanzada. Asimismo, es necesario emprender estudios más profundos sobre la apropiación que hacen los estudiantes y maestros del conocimiento en un mundo cada vez más complejo y diverso; ¿cómo se valora el conocimiento en la sociedad mexicana y para qué sirve? Las técnicas de recolección de información también tendrán que renovarse y al igual que lo plantearon los otros grupos distintos al de educación, hay que generar información más confiable y además, emprender estudios de tipo longitudinal para observar de manera más precisa los efectos de las reformas o cambios educativos en los mismos grupos de personas a través del tiempo.
El diálogo con los colegas investigadores fue por sí solo fructífero. En este sentido, me quedó bastante más claro que para poder hacer avanzar la ciencia, no sólo hay que conocer un campo de estudio, sino también criticar y discutir abiertamente y sobre todo, buscar nuevas formas de organización e interacción académica. Este es un reto para los investigadores educativos del país.