Por Manuel Bravo
La docencia es la cuna de todas las demás profesiones. Más que despertadores –que también lo son- los docentes son quienes, por medio del aprendizaje, nos hacen soñar en los muchos otros que podemos ser. Pienso en la fortuna que he tenido de conocer a maestros tan diversos, sobre todo aquellos entrañables que han logrado que su profesión les dé tanto sentido a su vida. Son los niños, sus niños o sus muchachos, –como suelen decirles- los que les hacen sentir que el trajín diario, las grillas de todo tipo, el amarillismo de los medios, la carga administrativa, los prejuicios de la sociedad sobre su trabajo y todo el ruido de la política educativa desaparezca, o por lo menos se aquiete, cuando ingresan al aula y aparezca la magia del: “¡Maestro! ¿me ayuda? ¿me explica? ¿me abraza?”
Los pienso ahora y sonrío. Su forma tan profesional y apasionada de ejercer su profesión me da una esperanza demencial. Me entusiasmo por las relaciones que construyen con sus niñas y niños, y gracias a ellos, creo otra vez en México. Su trabajo cotidiano, y que haya más como ellos, es lo que muchas veces le da sentido al mío.
Y pienso también, ¿qué tienen en común estas figuras tan gigantes que nos marcan a todos de por vida? Seguro son varios rasgos, pero descubro una poderosa creencia: “creen que sus alumnos pueden llegar muy lejos”. Reflexiono en dicha creencia aún más porque en mis recientes conversaciones escolares con maestros, me he topado con pocos, pero aferrados discursos fatalistas de ciertos maestros que no creen en sus alumnos. Según la encuesta regional del IFIE (2012) aplicada en la educación básica 50% de los maestros piensa que sus hijos llegarán a licenciatura, pero cree que solo 15% de sus alumnos lo harán y a posgrado un 3% (IFIE, 2012).
Su pesimismo me duele, porque el impacto es muy grande. Un análisis reciente de la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo en 20 sistemas educativos encontró que las altas aspiraciones académicas parece ser el indicador más fuerte y consistente en resiliencia académica (IEA, 2015). Los alumnos resilientes son aquellos que logran romper favorablemente todo pronóstico en su trayectoria escolar al estar en entornos desfavorecidos; transforman sus adversidades. Los alumnos resilientes necesitan una persona significativa que los empuje, que crea en ellos, como podrían ser sus maestros o sus padres (Silas Casillas, 2008). El estudio de la IEA encontró que en casi la mitad de los sistemas educativos, la probabilidad de ser resiliente es 75% más alta para los alumnos que afirmaron que su maestro piensa que pueden obtener buenos resultados con material difícil. Otros especialistas educativos de reconocimiento internacional, como Ben Levin (en sistemas educativos) y John Hattie (en aprendizaje), han mostrado el poderoso impacto que tienen las creencias y expectativas del docente en el aprendizaje de sus alumnos.
La docencia no es un espacio -o no debiera serlo- para pesimistas. La docencia es el espacio de la posibilidad, de soñar un mundo distinto, pues tienen el privilegio de convivir diariamente con el rostro de la esperanza: nuestras niñas y niños. No hay espacio para la nostalgia y el determinismo, pues son nuestros agentes del cambio.
Este 5 de octubre celebramos el Día Mundial de los Docentes, la más grande de las profesiones, proclamada ese día por la UNESCO en 1994. Celebro y agradezco en este día a esos docentes mexicanos que creen que sus niños lo pueden todo. Independientemente del desenlace en la vida de ese niño, ya lo marcaron al decirle: “yo creo que tú sí puedes”. Gracias porque con ese hábito de creer en ellos, los hacen volar y a nosotros soñar.
Twitter: @manubravo26
Co-Director de Participación (Maestros y Familias) en Mexicanos Primero