Para Shantal, con admiración y cariño
“Considero desde hace muchos años que las escuelas normales son irreformables y he criticado la perniciosa endogamia del gremio magisterial. Intentar desmantelar el “normalismo” es para muchos imposible; yo no comparto esa opinión.” Esto dice Pablo Latapí, al referirse a las deficiencias del magisterio, en “Finale prestissimo. Pensamiento, vivencias y testimonios” (2009), su último libro antes de morir.
La incorrección política de Latapí contrasta con la “blancura”, si habláramos de ropa recién lavada, de las “Directrices para mejorar la formación inicial de los docentes de educación básica”, que acaba de emitir el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE).
Para el INEE las escuelas normales sí son “reformables” y quizá es imposible desmantelarlas, por lo que emite, de acuerdo con el Comunicado de Prensa 27, las siguientes cuatro directrices:
“Directriz 1: Fortalecer la organización académica de las escuelas normales. Su propósito es mejorar la calidad de la oferta educativa de las escuelas normales a través de la adecuación del currículo, la consolidación de sus cuerpos académicos y el fortalecimiento de las trayectorias escolares de sus estudiantes.
“Directriz 2: Desarrollar un Marco Común de Educación Superior para la Formación Inicial de docentes. Tiene como finalidad construir un referente común de formación inicial de docentes entre las escuelas normales e instituciones de educación superior, que permita compartir, ampliar, integrar y mejorar la oferta educativa disponible.
“Directriz 3: Crear un Sistema Nacional de Información y Prospectiva Docente. Tiene como objetivo desarrollar investigaciones, sistematizar información y realizar ejercicios prospectivos sobre la oferta y demanda de docentes, a efecto de disponer de un robusto sistema de planeación sobre la formación inicial docente, en los ámbitos local, regional y nacional.
“Directriz 4: Organizar un Sistema de Evaluación de la Oferta de Formación Inicial de Docentes.
Tiene el propósito de evaluar los distintos componentes, procesos y resultados que configuran
la oferta de formación inicial de docentes, para obtener información que permita, de manera periódica, la identificación de áreas de oportunidad.”
Estas directrices del INEE deben “contribuir a las decisiones tendientes a mejorar la calidad de la educación y su equidad, como factor esencial en la búsqueda de la igualdad social.” En este caso, desde la perspectiva de la formación inicial de maestros. Hasta aquí todo va bien.
Sin embargo pienso que no puede obviarse el contexto en el que deben hacerse operativas. Me considero promotor activo de la idea de que el gobierno y la sociedad debemos asumir con toda responsabilidad las directrices del INEE. Esto también implica tratar de llevarlas lo más lejos posible. En esta perspectiva hago algunos comentarios y le propongo al INEE algunas líneas de mejora:
Lo primero que diría es que las directrices no arriesgan. Ni una vez se menciona la palabra “Ayotzinapa”, acaso como referencia a una situación actual que debe superarse. Tampoco aparece entre las 81 cuartillas del documento la frase “normales rurales” o el término “pobreza”. Las violaciones de derechos en muchos otros ámbitos, además del educativo, no existen en el documento. El problema no es sólo educativo, pero la sola idea ni se menciona. Esto me llama la atención, sobre todo si consideramos la experiencia de los consejeros del INEE. ¿Por qué esa redacción descafeinada? Tal vez no quisieron hacer enojar a uno (en este caso a la autoridad educativa; el Houdini de la posevaluación), o alebrestar al otro (léase CNTE o los demás enemigos declarados de la reforma educativa). O simplemente obedece a una inclinación académica a redactar con aparente neutralidad, como si los fenómenos ocurrieran en abstracto y como si sólo por expresar las cosas de ese modo la autoridad hiciera caso.
No olvidemos que de lo que se trata es de acabar con las malas condiciones y los malos resultados de las normales en México. En este sentido, me parece un error político no poner en primer plano del propio documento argumentos políticos, como la importancia de un compromiso renovado del Estado con el magisterio, para garantizar que niños y niñas puedan contar con un maestro que efectivamente garantice aprendizajes. Si los maestros reciben poco, niñas y niños recibirán poco. No digo que deba aparecer en cada línea el término “Ayotzinapa”, pero no veo la forma de evadirlo, si se quiere recuperar un símbolo para hablar de una nueva normal de maestros que reconozca nuestras desigualdades, las condiciones socioculturales y políticas de los estudiantes, y tenga como prioridad la protección de sus derechos humanos.
Falta una buena vuelta de tuerca. Son “correctas” las directrices, pero no sacan la carrera magisterial de donde está. La verdad no se entiende la corrección política del INEE, por decirlo de alguna manera, cuando lo que necesitamos es una verdadera sacudida. Un antes y un después lo marcaría la integración de la carrera docente en las distintas universidades del país. ¿Hasta cuándo tendremos en las escuelas de educación básica maestros universitarios?
Tenemos que reconocer a los maestros y ponerlos en el escenario de más alto nivel de formación y prestigio. Sin embargo, todo indica que continuaremos como hasta hoy, sin que la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) reconozca a las escuelas normales como instituciones de ese nivel educativo.
No tendremos una carrera magisterial tan buena o tan mala como nuestras universidades. Los maestros permanecerán viéndose a sí mismos.
Son “correctas”, pero no asumen que el tiempo es oro, un recurso no renovable, y que a ese paso, no sé si empezaremos algún día. ¿Cuántas generaciones de niñas y niños falta por desperdiciar para que siquiera el cambio empiece a vislumbrarse? Pareciera, como dice Latapí en su libro mencionado, que el INEE desconoce que los tiempos en la SEP “son los tiempos burocráticos sobre los tiempos de las urgencias reales de la sociedad.”
Efectivamente, falta un tono de urgencia. Entiendo que el espíritu reformista pueda estar tallado, así sea en parte, en el largo aliento. Pero no hay que olvidar que el juego de la lentitud también favorece a los dinosaurios y afianza el tiempo de un pasado que no acaba por irse de México. Tal vez en un futuro se extingan esas criaturas políticas, pero mientras seguirán saturando las pantallas en la película de la educación en cada estado de la república.
La formación inicial de los maestros es estratégica. Sin embargo, como dice Latapí en “La SEP por dentro” (2006), “feudos privilegiados del poder sindical han sido las escuelas normales y, en parte, la UPN.” La cúpula del sindicato “interviene directamente en el nombramiento de sus directores, aprobación de planes y programas de estudio, normas organizativas y otros aspectos.” Esta es la razón de fondo, dice el investigador, de la “endogamia normalista, del rechazo a abrir la formación del magisterio al ámbito universitario y del lamentable rezago y deterioro de este sector fundamental del sistema educativo.” (Latapí, 2006)
En el documento del INEE se anota que, de acuerdo con foros de consulta en 2014, las estrategias para mejorar sus resultados académicos han sido poco efectivas: “los programas de mejora instrumentados en los últimos 28 años no han logrado impactar en el cambio de las prácticas docentes en las instituciones formadoras de docentes” (INEE, 2015)
También ahí se explica que en las escuelas normales ya se han realizado diversas reformas curriculares, políticas y administrativas “sin que medie evaluación alguna o exista evidencia que permita debatir la pertinencia de las nuevas propuestas. (…) las normales han tenido escasa posibilidad de tomar decisiones y poco margen de actuación; mantienen fuertes tradiciones y, no obstante los cambios que han experimentado, son instituciones que siguen desarrollando prácticas que no repercuten en mejores resultados para sus estudiantes y egresados.” (INEE, 2015)
La formación inicial de docentes se distingue “por la presencia de programas aislados; acciones poco articuladas, y mayor énfasis en la gestión institucional que en los procesos sustantivos de orden académico (…) no ha habido una política integral que establezca objetivos y rutas articuladas de trabajo en torno a la mejora de las escuelas formadoras de docentes.” Dice el documento del INEE que este reto “será, sin duda, de la mayor relevancia en el futuro inmediato en el marco del Reforma Educativa puesta en marcha actualmente por el Estado mexicano.”
¿Por qué no han avanzado las reformas anteriores a estas directrices? ¿Por qué NO CAMBIAN las normales? ¿Por qué la propuesta del INEE tendría que prosperar, a diferencia de las anteriores?
El documento del INEE incorpora la sustancia de la evaluación y de la investigación educativa, cosa que está muy bien. Pero las directrices carecen de un marco que permita explicar los desafíos y de un mensaje político que oriente lo que se necesita para, esta vez, lograr una reforma exitosa.
La incorrección de Pablo Latapí nos puede ayudar a mirar las directrices del INEE desde una nueva perspectiva, como la de no seguir postergando la incorporación de la formación inicial de maestros en el nivel de la educación superior. Y reconocer que debemos exigir una autoridad educativa “idónea”, como se dice a propósito de los docentes que requerimos, para llevar adelante estas directrices.
Pienso que el INEE pudo haber apostado por una narrativa más poderosa en lo social y lo político, lo que no quiere decir irrespetuosa o irresponsable. El INEE puede apostar más fuerte y buscar opciones de formación inicial de maestros ligada a las universidades, que asuman la agenda marcada por las directrices.
Twitter: @LuisBarquera
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