En una conferencia en Chile la semana pasada, escuché una frase que me dejó pensando: “América Latina ha sido el continente de la esperanza, y el continente de la frustración”.
La frase, dicha por el ex Presidente chileno Sebastián Piñera, no podía ser más oportuna esta semana, en momentos en que gran parte de la región enfrenta una tormenta económica perfecta, y una nueva era de desencanto.
Los países sudamericanos, que disfrutaron de una fiesta económica en los últimos años gracias a los altos precios mundiales de las exportaciones de materias primas, se encuentran de repente afectados por la desaceleración de China, la caída de los precios de las materias primas, una huida de los inversionistas de los mercados emergentes y un dólar fuerte que hace que sus importaciones de productos manufacturados del primer mundo sean más caras.
Para complicar aún más las cosas, Brasil, el motor económico de muchos de sus países vecinos, sufre una de sus peores crisis económicas y políticas de su historia reciente. La economía brasilera tendrá un crecimiento negativo de alrededor del 2 por ciento este año, y -en medio de una serie de escándalos de corrupción gubernamental- hay dudas sobre si la Presidenta Dilma Rousseff será capaz de terminar su mandato.
Por primera vez en los últimos 25 años, con la única excepción del 2009, el crecimiento económico de América Latina en su conjunto podría ser negativo este año.
Proyecciones económicas recientes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las Naciones Unidas pronostican un crecimiento estimado del 0.5 por ciento para la región este año, pero es probable que la cifra sea revisada hacia abajo -a un crecimiento nulo o negativo- durante la reunión anual del FMI y el Banco Mundial en Lima, Perú, el 9 de octubre, me dicen varios economistas.
¡Qué diferencia con los titulares sobre la región que veíamos hasta hace poco! Tan recientemente como a finales de 2009, la revista The Economist llevaba un artículo de portada bajo el titular “Brasil despega”. Y en 2012 proclamó, en otro artículo de portada, “El ascenso de México”.
En 2013, la revista Foreign Affairs publicaba un artículo titulado “¡México lo logra!”, y muchos de nosotros nos referimos -con diversos grados de confianza- al “Momento de México”. Pero México, que se suponía crecería a tasas de 4 por ciento, sólo crecerá un 2.2 por ciento este año.
Argentina crecerá un anémico 0.7 por ciento este año. Y en Venezuela, el Presidente Nicolás Maduro logró convertir uno de los países petroleros más ricos del mundo en el peor desastre económico de América Latina, con un crecimiento negativo del 7 por ciento y una tasa de inflación de casi un 200 por ciento, la más alta del mundo.
No es sorprendente que la popularidad de varios presidentes de la región se haya desmoronado. La aprobación de Rousseff en Brasil ha caído al 8 por ciento, mientras que la del Presidente peruano, Ollanta Humala, cayó al 17 por ciento, la de la Presidenta chilena, Michelle Bachelet, al 23 por ciento, la del venezolano Maduro al 24 por ciento, la del Presidente colombiano, Juan Manuel Santos, al 28 por ciento, y la del Presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, al 34 por ciento.
Alejandro Werner, director del departamento de América Latina del FMI, me dijo en una entrevista que la nueva era del crecimiento lento en América Latina “va a durar varios años. No hay nada en América Latina que nos diga hoy que en siete años, digamos, va a crecer a tasas anuales del 4 por ciento”.
Aunque se negó a comentar sobre si el FMI pronosticará próximamente un crecimiento negativo para la región en su conjunto, me dijo que las proyecciones actualizadas de la institución probablemente reflejarán “una ligera revisión a la baja de México” y “una considerable revisión a la baja de Brasil y Venezuela”.
Mi opinión: La nueva era del desencanto en América Latina -en muchos casos agravada por demagogos populistas en Venezuela, Argentina y otros países que han despilfarrado la bonanza económica de sus países- debería convertirse en una oportunidad para la región de reducir su dependencia de China, diversificar sus mercados y productos de exportación, mejorar la calidad de su educación, innovación e infraestructura, solidificar su estado de derecho, y decir “nunca más” a sus errores recientes.
Nunca más deberían los países latinoamericanos postergar su inversión en educación e infraestructura. Y nunca más deberían creer en líderes carismáticos que ahuyentan las inversiones, se apoderan de las instituciones democráticas y constantemente buscan pelearse con todo el mundo para justificar su acaparamiento de cada vez más poderes.
La región ya ha visto varias de estas eras de falsas esperanzas, que siempre han terminado mal. Es hora de romper el ciclo.
Twitter: @oppenheimera