Quizás debido a nuestra herencia, la fascinación por el personaje, líder o caudillo no cesa en México. Dos sucesos recientes me recordaron que pese a que México es una República democrática, nos seguimos centrando demasiado en la persona que ostenta el poder y mucho menos en el proceso de gobernar, que incluye a múltiples actores, normas e instituciones.
El primer suceso fue el relevo en la Secretaría de Educación Pública. Una horas después de que se anunció que Aurelio Nuño sustituía a Emilio Chuayffet como titular de la SEP, diversos medios de comunicación buscaron la opinión de académicos, investigadores y representantes de las organizaciones de la sociedad civil. Con gran optimismo, algunos analistas veían en la persona de Nuño la continuación del proyecto de reforma que emprendió el gobierno de Enrique Peña Nieto cuando otras voces críticas han señalado las fallas y vacíos de tales cambios y por lo tanto, la necesidad de hacer un alto en el camino para reflexionar y rediseñar la reforma, específicamente, el marco de evaluación docente
Si bien el mérito individual de las maestras y maestros es una mucho mejor idea para obtener una plaza que venderlas o heredarlas, también es cierto que la realidad nos está poniendo a prueba como sociedad y no veo cómo una persona, por más ligas políticas que tenga o credenciales académicas que posea, puede modificar esa realidad; a menos, claro, que utilice diversos recursos no democráticos para “convencernos” de que ese es el único y verdadero camino.
Una cosa es desearle éxito a un nuevo servidor público —como yo lo deseo en el caso del maestro Nuño— y otra muy distinta opinar de su perfil y capacidades omitiendo que opera en un ambiente institucional y democrático; por lo tanto, conflictivo y condicionante de su voluntad y actuación. Cuando se es secretario del ramo uno opera dentro “del imperio de las restricciones”, confensaría un antecesor de Nuño.
El segundo suceso que me remitió a la década de los setenta fue el Tercer Informe de Gobierno. A paso veloz, al estilo Tony Manero, el presidente Enrique Peña Nieto recorrió los pasillos del Palacio Nacional bajo la “grandeza” de los murales de Diego Rivera hasta llegar al presídium para dar su mensaje con motivo del informe de gobierno. Antes, saludó a la bandera, hizo señas al estilo Adolfo López Mateos y luego se regocijó con los aplausos y “honores” de más de mil invitados. Quizás pensó: “¿Para qué ir al Congreso a debatir el estado que guarda la nación si uno puede sentir así el cariño de los mexicanos? A la glosa del informe, que vayan otros”.
Un acierto de este administración fue ubicar a la educación como uno de los cinco ejes estratégicos de su plan de desarrollo. La educación, por lo tanto, ha tenido una visibilidad notable desde 2012 y esto contribuye a hacerla más “pública”. Sin embargo, en el mensaje de Peña dirigido a la “nación” hubo temas cuidadosamente seleccionados y otros deliberadamente ignorados. Entre los últimos de éstos fue el rezago educativo. Para el “ciudadano” que aplaudía a Peña en Palacio Nacional bajo la “grandeza” de Rivera (Diego), no estaría mal saber que, según el Informe escrito, “el porcentaje del rezago educativo total del país disminuyó casi un punto porcentual, con relación al año anterior, al pasar de 37.6 a 36.7%”. Esto significa que México tiene casi el mismo nivel de personas mayores de 15 años que son analfabetas y que no han completado su educación básica. Ya ven porque no aplaudimos.
Por otro lado, el presidente dijo que ahora la escuela es el “centro” del sistema educativo. Por ello, los programas referidos a ella ocuparon un espacio privilegiado en el discurso de Peña. Gracias al “esfuerzo presupuestario del Gobierno de la República y de las 32 entidades federativas”, el Programa de Escuela Digna ha servido para rehabilitar y dignificar a más de 15,812 planteles educativos. Esto, según el titular del Ejecutivo, representa un avance de 59 por ciento con respecto a la meta sexenal que es de 26,930 planteles.
Sin duda esto es un logro, sin embargo, lo que no mencionó el presidente fue que este programa ha sido calificado, en años anteriores, como uno de “nivel de desempeño escaso”, según Gestión Social y Cooperación (GESOC). ¿Y qué significa registrar un nivel de desempeño escaso? Para esta organización de la sociedad civil, este tipo de programas “presentan condiciones de bajo nivel de cobertura de su población potencialmente beneficiaria”, baja calidad en su diseño y “avances mediocres en su cumplimiento de metas”; por lo tanto, prosigue GESOC, este tipo de programas no “justifica ningún incremento presupuestal” y se recomienda una revisión integral de los mismos”. En esta misma clasificación están otros programas educativos como el de laptops para niños que cursan quinto y sexto grado de primaria y aún más grave, el Programa del Sistema Nacional de Formación Continua y Superación Profesional de Maestros de Educación Básica en Servicio.
Es preocupante que actualmente por un lado se evalúe a los maestros a diestra y siniestra y por otro, haya indicios que los programas de formación sean ineficientes, ¿o es que ya los corrigieron para dar cifras de manera tan triunfalista? ¿Qué posición asumirá la SEP encabezada por Aurelio Nuño con respecto a la evaluación de las políticas y programas educativos? ¿Hará algo radicalmente distinto para lograr legitimidad ante las voces críticas y discordantes? Un nuevo esquema de gobernabilidad democrático y eficiente está por construirse en México y éste no pasa por cultos a la personalidad, rituales y majestuosas ceremonias.
Poscríptum: Agradezco a Andrea Flores y a Denn Rodríguez su apoyo para hacer este artículo.