Aunque Maquiavelo se refería al príncipe, su máxima sobre si los gobernantes —o líderes sindicales— prefieren ser amados o temidos calza bien con Elba Esther Gordillo. Acaso ella quería ser amada, al menos por el magisterio, pero muchos dudan que los maestros de base la quisieran. Lo que logró fue ser temida mientras poseyó poder. Tal vez tuvo un vínculo de gratitud de sus fieles, compró su devoción, disfrutaban de gajos de poder, sus subordinados la trataban con reverencia y eran miembros de un club exclusivo. Muchos eran conscientes de ser súbditos, no seguidores convencidos.
Gobernadores, senadores, diputados y todo tipo de políticos también le temían, no deseaban ser blanco de sus inquinas. Demostró su capacidad depredadora con Roberto Madrazo, en las elecciones de 2006, cuando le sentenció que como “enemiga soy perfecta”. Altos funcionarios temblaban ante ella, otros la adulaban, nadie la contradecía en persona. Tenía a periodistas que bebían de su mano y una red de protección de camarillas menores a las que permitía trapacerías a cambio de fidelidad. Muchos de sus vicarios le guardaban fervor por temor a ser excluidos. Para ellos la señora Gordillo quizá fuera una heroína. Pero nadie la visitó en la cárcel.
En el otro extremo de la balanza consideraban a Elba Esther Gordillo una villana despiadada que explotaba a los maestros; ella y su camarilla hacían con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación lo que querían. Por medio de mil mecanismos, los trabajadores de la educación se convirtieron en peones de los pactos electorales de la señora Gordillo. Atención, no se afirma que fueran manipulados como santos inocentes, mas se disciplinaban a las exigencias de la camarilla en espera de mejores oportunidades o de no perder el favor de los líderes. Los fieles obtenían recompensas, como alguna comisión sindical o protección contra todo castigo por faltas cometidas.
Sus enemigos de toda la vida, agrupados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, además de llamarla charra y ladrona, la acusaban de asesinatos y represión de líderes disidentes. En la prensa y la academia sus detractores la vilipendiaban, reporteros y columnistas documentaban su riqueza y estilo de vida suntuario, su tratar despótico y su soberbia, aunque le reconocían audacia y olfato político. Muchos aplaudieron cuando el gobierno de Enrique Peña Nieto la puso en la cárcel, el 26 de febrero de 2013.
La señora Gordillo se pone de nuevo en el pandero de la discusión pública. Dadas las disposiciones legales, parece que pudiera esperar su juicio en prisión domiciliaria, en alguna de sus residencias de lujo. Pero ella quiere más, exige que se limpie su nombre y declara airada que los maestros la aman, que quiere recuperar el mando del SNTE y amenaza que —si no le cumplen su deseos— hablará de pactos oscuros con el Presidente, altos funcionarios y quien fuera su vicario y hoy sustituto, Juan Díaz de la Torre.
Para aquellos comentaristas que siempre la admiraron —y columnistas honestos que ven las pifias de la Procuraduría en la consignación— Elba Esther Gordillo aparece como mártir de un sistema selectivo en el manejo de la ley; nada más la aplica a enemigos o —como a ella— quienes se rebelan contra el poder. Piden que se le deje en libertad o que también se encierre a los líderes de los otros sindicatos corporativos que son igual o más corruptos que ella.
Max Weber, en La política como vocación subraya que las cualidades importantes del político son la pasión (entrega exaltada a la causa del dios o del diablo que la domina), el proceder responsable y el sentido de las proporciones. En marzo de 2013, escribí. “Elba Esther Gordillo cumplió con esos atributos por mucho tiempo. Se entregó a la causa sindical con pasión, aunque la fundía con sus intereses personales. Su actuar nunca fue responsable, pero entregaba beneficios tangibles a sus seguidores, les respondía. Pero poco a poco perdió el sentido de las proporciones. Su trayecto de triunfadora que culminó con un trato, de igual a igual, con los presidentes Fox y Calderón, la llenaron de soberbia y vanidad. Se creyó intocable”.
Hoy paga las consecuencias (el diablo de la vanagloria le cobró la factura). Pienso que su soberbia y el reto al Presidente —por muy débil que esté su gobierno— la mantendrán en la prisión. El Juez ya dijo no a la prisión domiciliaria. Dudo que la apelación prospere.