El proceso educativo formal mexicano no puede estar peor. Es imposible porque si te vas de la escuela, o “te van” de las aulas, e incluso si permaneces (sobrevives) 12 años, saber lo necesario para seguir aprendiendo en la vida es patrimonio de muy pocos. Ese es el problema central de la educación, pública y privada, en el país.
Los resultados del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea), examen elaborado por la SEP “acompañada por el INEE”, muestran, luego de aplicarse a los alumnos inscritos en 2015 en el último año del bachillerato (tercero de prepa) a un sistema educativo destrozado, a un Estado educador fallido: la inmensa mayoría de las muchachas y muchachos que asisten todavía a la escuela van al desbarrancadero.
Datos: de 1 millón 16 mil estudiantes evaluados, sólo 124 mil consiguen colocarse en el sitio en el cual deberían estar todos. Sólo 12% comprende lo que lee de manera adecuada. De cada 100, 88 no lo consiguen y 67% están en los Niveles I y II: no pueden “identificar, relacionar y ordenar elementos de información explícitos o implícitos que aparecen a lo largo de distintos tipos de texto”. En matemáticas la situación es peor: 6 ¡de cada 100! aprenden lo esperado luego de 2 mil 400 días de clase. Los demás, 962 mil no pueden “aplicar procedimientos aritméticos, geométricos y algebraicos para la solución de problemas”. En los agrupamientos más bajos, hay dificultades serias al realizar “operaciones aritméticas con números enteros”. Si hay decimales, ni se diga.
¿Qué pasa? Hay dos hipótesis muy socorridas: la reforma administrativa, en curso, arrancó y sigue varada en la cómoda simplificación del estigma: la clave está, primordialmente, en los malos profesores y maestras, y la solución es evaluarlos a mansalva. Otros afirman que aunque todos los resultados son malos, los peores se presentan en los que está la CNTE: no hay evidencia pues con más del 50% con fallas graves están Chiapas, Guerrero y Michoacán, acompañados por Tabasco, Tlaxcala y el DF. En unos está presente “el diablo”, en otros “la santidad” del añejo acuerdo corporativo.
No se ha comentado, creo, algo que tiene un poder explicativo muy fuerte: en materia de lectura, si se distinguen los entornos con muy alta marginación, 66 de cada 100 están en el Nivel I, el sótano del edificio, mientras que donde el grado de marginación es muy bajo, se ubicó al 40%. Son 26 puntos porcentuales la brecha. Aunque pocos, en tratándose de leer bien, los menos afectados por la exclusión social colocaron al 15, y los amolados al 7%, menos de la mitad. Hacer cuentas con solvencia registra la misma directriz: fracasa 64% de los pobres y 48% los más avituallados en sus contextos. Si hasta en los micros hay rutas, el impacto de la desigualdad social en el aprendizaje es notable.
Los resultados del esquema educativo son muy malos en general: el sistema reprueba. Endilgar todo a los profesores es un prejuicio con gran perjuicio a la imagen y talento de los más importantes socios para arreglar este camión destartalado. Asustar con el diablo del sindicalismo radical no tiene evidencia frente a resultados semejantes donde Dios-Díaz manda.
Planea lo confirma: el grado de marginación es factor crucial. Pienso, luego insisto: al desbarrancadero nos lanzan muchos factores, y la reforma nunca será educativa si no lo entiende, y atiende. Sin enmendar los pésimos programas de estudio, el abandono de la inversión y creatividad en la formación normal, los ambientes en las escuelas y sin hablar del golpe a la educación del proyecto de desarrollo nacional que excluye a los más, los exámenes dirán lo esperable, y los medios acusarán al magisterio. Muy sencillo, aunque inútil: la zanja crece y carece de puentes, ni planos para construirlos.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Twitter: @ManuelGilAnton
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