“Y entonces salimos a contemplar de nuevo las estrellas”
El Infierno, Dante
Siempre que se cumple un aniversario más de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki, recuerdo a Kenzaburó Oé, en Cuadernos de Hiroshima (1965), cuando habla de los hibakusha y “del modo concreto en que perdieron la vida o sobrevivieron a costa de padecer sufrimientos atroces”.
Oé habla de los que decidieron suicidarse para mostrar su protesta, de los que optaron por ocultarse de las miradas y de los que lucharon todo el tiempo que les restaba antes de alcanzar una muerte terrible, así como de los ciudadanos que asumieron la atención de las víctimas.
Decía este autor japonés, en 1964, que la gente de Hiroshima, “en lugar de guardar silencio u olvidar esa tragedia extrema de la historia humana, está tratando de hablar sobre ello, de aprender sobre lo que pasó y registrarlo todo. Es una tarea formidable que exige un esfuerzo extraordinario. La gente de fuera difícilmente podemos comprender el alcance y la intensidad de los sentimientos de la gente de Hiroshima, incluyendo la aversión que sienten a exponerse al público y que deben vencer para poder llevar a cabo su tarea. Ellos son los únicos que tienen derecho a olvidar y a mantener silencio sobre Hiroshima. Sin embargo, suelen elegir hablar, estudiar y dejar constancia con toda su energía. El grupo de mujeres que publica Los ríos de Hiroshima, los defensores del documento en blanco, los médicos del Hospital de la Bomba Atómica y todas las víctimas que han hablado de sus amargas experiencias aunque lo hayan hecho con modestia y en voz baja, poseen una inequívoca dignidad. Es a través de vidas como las suyas como aparece gente dignificada en nuestra sociedad.”
Oé habla de gente que no se rindió nunca: “en lugares donde no se podían encontrar esperanzas concretas para la vida, escuché la voz de la gente sana y firme, gente que seguía adelante despacio pero con una genuina resolución.” Y del increíble espíritu de autocontrol de la gente de Hiroshima, aunque tuviera la justificación para hacer cosas terribles: “Su situación era amarga y desesperada; si hubiesen caído en la inmoralidad, en la locura o en el crimen, lo habríamos juzgado como una razón muy humana. Pero no sucumbieron a ninguna de esas tentaciones. En lugar de eso, vivieron con entereza y dignidad hasta el final. Después, traspasaron en silencio la puerta de la muerte.”
Para Oé la campaña para lograr la redacción de un documento en blanco sobre las víctimas y daños causados por la bomba atómica era “un importante camino para lograr que el sufrimiento humano de la ciudad sea completa y fielmente reconocido en el mundo entero al igual que sucede con el caso de Auschwitz (…) A menos que cumplamos con ese deber, no seremos capaces de evitar que la gente desesperada continúe suicidándose como única forma de afirmar que ya no existe esperanza o salvación.”
Gracias a la tenaz lucha de los hibakusha, los nombres de las cerca de 300 mil víctimas de la bomba se han colocado a lo largo de 70 años en el Parque de la Paz para no olvidar jamás esta gigantesca barbaridad de la II Guerra Mundial.
¿Qué nos conecta con la experiencia de los hibakusha? La lucha por la dignidad, el reconocimiento y la paz.
Sirva este espacio para decirle a usted, amable lector, y a todas las víctimas y sus familias de esta criminalidad gigantesca y absurda que nos inunda, que la lucha por la dignidad y el reconocimiento no se lleva con el silencio y el olvido.
Que nunca se nos olvide que el pasado 31 de julio, en la colonia Narvarte, en el Distrito Federal, fueron asesinados:
-Alejandra Negrete
-Milé Virginia
-Yesenia Quiroz
.Nadia Vera
-Rubén Espinosa
Y que además de Rubén, sólo este año, han sido asesinados los periodistas Moisés Sánchez, Armando Saldaña, Juan Mendoza, Abel Bautista, Filadelfo Sánchez y Gerardo Nieto.
Y que están pendientes de justicia los crímenes de Tlatlaya, Ayotzinapa y Calera.
Cuando pienso en las víctimas que todos los días produce el crimen y un estado omiso en nuestro país, que difícilmente podremos avanzar si no reconocemos su humanidad, su dignidad y su sufrimiento.
Nos falta mucho por hacer para que no se acepte lo inaceptable. La experiencia universal de los hibakusha nos toca porque no debemos perder nunca de vista que nos hace falta mucho por hacer, que nos hace falta mucho por hablar sobre lo que está pasando, por reconocer a las víctimas de la violencia y por hacer efectivos los derechos humanos en México. Todos, muy en particular los periodistas, son responsables de esta tarea en la conversación pública.
Kenzaburó Oé dice que aprendió a protegerse de la vergüenza o la humillación, esforzándose por “no perder nunca de vista la dignidad de la gente de Hiroshima”.
A mí también los hibakusha me ayudan a poner en perspectiva mi propia vida (sobre todo cuando me quejo demasiado por algo que en realidad es mucho más pequeño). También a entender mejor que la lucha de los hibakusha por mantener su dignidad, dotando a su sufrimiento de sentido, es la única manera de conservar la esperanza, esa que Oé nos transmite al recordarnos ese maravilloso verso de Dante.
Twitter: @LuisBarquera
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