A Pablo Latapí Sarre, en su sexto aniversario luctuoso.
El año pasado, Claudio Magris (Trieste, 1939) fue galardonado con el premio de Literatura en Lenguas Romances que se entrega en la prestigiosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Este merecido reconocimiento al escritor, traductor y periodista italiano constituyó una valiosa oportunidad para conocer y difundir más su obra en nuestro país.
Además, las expresiones literarias como las de Magris bien podrían apoyar los procesos de enseñanza-aprendizaje dentro de las escuelas y universidades, que ahora parecen más preo-cupadas en cumplir requisitos burocráticos que en “cultivar la imaginación” (Nussbaum) de los estudiantes. Para la filósofa Martha Nussbaum, los ciudadanos no podemos relacionarnos bien con el complejo mundo de hoy al echar solamente mano de nuestro conocimiento factual (hechos) y lógico; requerimos promover en los estudiantes la habilidad para que piensen cómo sería estar en los zapatos de la otra persona que es diferente a ellos, deberán convertirse en “lectores inteligentes” de la historia de cada persona y comprender sus emociones, anhelos y deseos. Esta habilidad —que Nussbaum llama “imaginación narrativa”— se cultiva precisamente por medio de las artes, la poesía y la literatura.
La literatura de Magris podrían contribuir a fomentar esa “imaginación narrativa” de la que habla Nussbaum debido a que posee una aguda sensibilidad para captar momentos de la vida que con la palabra traduce en una narrativa hermosa, profunda y sencilla. Magris hace relatos de la belleza con una emotiva naturalidad y nos enseña a sentir esa humanidad que no pocas veces olvidamos. En “El Conde”, el relato de un personaje que rescata cádaveres de personas ahogadas, escribe: “un delfín que no le tiene miedo a nada, porque cuando salta en el aire y en el sol ese azul y esa luz de oro son todos para él”. En una situación tan tétrica como andar buscando muertos en el fondo del agua, y en donde el “fango te pudre más rápido”, surge el saltador delfín con los colores oro, gris y azul.
Al recibir el premio de la FIL en Guadalajara, Magris leyó un bello discurso llamado “Lápices de Colores”. Para el triestino, “toda escritura —así fueran unas cuantas líneas— es un texto, un tejido de planos diferentes, rico en referencias”. Al finalizar su discurso, Magris puso una pregunta que muchos nos hemos hecho y que respondió de manera lúcida y creativa. “¿Por qué se escribe? Por tantas razones: por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer un orden, otras para deshacer un orden preestablecido; para defender a alguien, para agredir a alguien. Para luchar contra el olvido, con el deseo —tal vez patético pero grande y apasionado— de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión del tiempo, de la muerte. Escribir es también un intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar —deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable— cada vida.”
Y Magris concluye, una vez más, de manera magistral dejando abierta la incertidumbre que es verdadera: “No sé qué color tenga este grácil y maltrecho barquito de papel que podemos construir con nuestras palabras; sabemos que está destinado a hundirse pero no por eso dejamos de escribir. Y si se hunde, su escritura no será de color negro, que es ausencia de color, sino blanco, o sea la unión de todos los colores”.
Aparte de la belleza en la obra literaria de Magris, sus escritos revelan ideas, opiniones y posturas éticas muy valiosas. En 1998, escribió en el periódico Corriere della Sera, lo siguiente: “Laico es quien sabe abrazar una idea sin someterse a ella, quien sabe comprometerse políticamente conservando la independencia crítica, reírse y sonreír de lo que ama sin dejar por ello de amarlo; quien está libre de la necesidad de idolatrar y de desacralizar, quien no se hace trampas a sí mismo encontrando mil justificaciones ideológicas para sus propias faltas, quien está libre del culto de sí mismo”. ¿Cuántos maestros y académicos enseñamos así el laicisimo en las escuelas y universidades públicas de México?
Distante de las cándidas versiones de la interculturalidad, Magris habla de la diversidad cultural y de la identidad con conocimiento, inteligencia y razón. No podría hacerlo distinto siendo un triestino. “La nación, la patria, la identidad, no son un ídolo inmóvil, nacen viven y se transforman en el tiempo, los pueblos no son eternos, como proclamaba Stalin, sino que pasan lo mismo que los bosques y los dioses”. En su magnífico libro Microcosmos (1997) asienta: “Si la identidad es el producto de un querer, es la negación de sí misma, porque es el gesto de uno que quiere ser algo que evidentemente no es y por lo tanto quiere ser distinto de sí mismo, desnaturalizarse, mestizarse”. La identidad entonces implica un razonamiento individual y una aspiración humana; no una imposición del grupo o del experto.
Las obras de Claudio Magris son excepcionales por encaminarnos al humanismo que la vida cotidiana usualmente nos quiere arrebatar. Con su sensible inteligencia, el escritor triestino nos dice que la vida humana es rica en colores y texturas y que nosotros podemos dejar de ver esos colores y pintar nuestra existencia de negro —pero también de blanco, que representa la unión y diversidad cromática—. Con lo último vale la pena vivir.
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro
Twitter: @flores_crespo