En mi interpretación, la causa de que América Latina sea el continente más desigual y violento del mundo es la combinación de estados débiles y sociedades que quieren privilegios.
En México específicamente, el fuerte Estado del siglo XX se derrumbó con la transición en 1997, y su debilidad permitió el crecimiento de los llamados poderes fácticos: crimen organizado, empresarios oligopólicos, líderes sindicales, gobernadores, que han capturado espacios de autoridad para cimentar e incrementar sus privilegios. Antes, durante el tiempo del Estado fuerte, esos privilegios los repartía el Estado, precisamente, a sus miembros (políticos) y sus amigos. De ahí vienen las grandes fortunas que hoy existen en México.
Puesto que esos privilegios son los que permiten el enriquecimiento, como había sido común en todas las sociedades humanas antes del siglo XVI, las personas quieren participar de ellos. Durante el siglo XX, no era fácil en México ser exitoso si no era sumándose a esa forma de actuar. Si usted quería ser empresario, o participaba de la corrupción o se resignaba a tener un éxito moderado y a enfrentar trabas continuas.
Así que no teníamos muchos empresarios. Por lo mismo, no había muchas empresas, ni producción ni empleos. Me sorprende que esta secuencia no sea clara para muchísimas personas.
En los últimos 25 años vivimos la transformación de la economía nacional, la caída del régimen, el ascenso de los poderes fácticos (es decir, el deterioro nacional), y ahora presenciamos las dificultades para recuperar un Estado fuerte y al mismo tiempo limitado por la ley (insistiré una vez más en la importancia del sistema anticorrupción).
Pero todo eso será insuficiente si no logramos que la sociedad se convenza de que la única forma de que nos vaya mejor a todos es terminando con los privilegios. Esto quiere decir que los mexicanos aprendan que toda riqueza que no se obtiene produciendo es ilegítima. Sólo así tendremos la mentalidad productiva necesaria para que México sea un país exitoso.
Pero esto implica que nuestros niños y jóvenes aprendan algo diferente a lo conocido. No podemos transmitirles la admiración por narcotraficantes, o la envidia por políticos corruptos, o las reverencias a empresarios cuya riqueza provino del mismo Estado. Y no podemos seguirles diciendo, como lo hizo el populismo del siglo XX, que hay líderes iluminados que dirigirán a las masas de obreros y campesinos.
Ese cuento costó millones de vidas.
La riqueza resulta de evadir la suma cero. Si uno gana lo que otro pierde, no hay riqueza generada. La riqueza aparece cuando todos ganan, aunque uno gane más que otros. Y ese fenómeno sólo ocurre cuando hay un riesgo de por medio. Otra vez: sólo se genera riqueza enfrentando al riesgo. Por esa razón, quien enfrenta los riesgos es quien es indispensable para que un país sea exitoso. Esa persona que enfrenta los riesgos es el verdadero empresario, y ese empresario es el que hace a un país exitoso.
En consecuencia, lo que tenemos que enseñar a nuestros niños y jóvenes es a enfrentar la incertidumbre. Sin duda, importa que aprendan bien el español y las matemáticas, y ayudaría mucho que también aprendieran inglés, y música, y programación. Pero lo verdaderamente importante es que sean capaces de lidiar con la incertidumbre.
La incertidumbre es la esencia de la democracia, y es la esencia del crecimiento económico. Aprender a vivir con ella, a aprovecharla, es indispensable para que un país sea exitoso. La religión evade la incertidumbre, e inventa salidas a ella; el autoritarismo, igual; las tradiciones son para que haya certezas. Bueno, pues todo eso hay que reducirlo o desaparecerlo si el objetivo es tener un país democrático, competitivo y justo.
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