Texto publicado en Reforma, reproducido con autorización del autor
En 1926, cuando el campo mexicano seguía sembrado con casquillos de la Revolución, la Normal Rural de Ayotzinapa fue fundada por Rodolfo A. Bonilla, padre del actor Héctor Bonilla, y Raúl Isidro Burgos, legendario educador que hoy da nombre a la escuela.
Las normales pertenecen a un periodo de enorme confianza en la pedagogía. A la distancia, sorprende la dimensión épica de un empeño que asoció el porvenir con el conocimiento y cuyo último saldo significativo fue la construcción de Ciudad Universitaria. Ayotzinapa nació en plan grande, un internado para varones con instalaciones deportivas y aulas que dominaban los verdes montes de Tixtla.
Durante el cardenismo llegó a haber 36 normales rurales. Hoy, en una nación mucho más poblada, quedan 16. En forma taimada pero sistemática, el gobierno ha querido liquidar esta forma de enseñanza. Una peculiar tradición hace que los políticos mexicanos piensen que abandonar los asuntos equivale a resolverlos. En vez de encarar los problemas y asumir las consecuencias, esperan que se pudran y se aniquilen a sí mismos. Así, la agenda nacional se convierte en el pantano de las cosas pendientes.
En lo que toca a las normales rurales, el gobierno no ha decretado su desaparición, pero ha hecho lo posible para que agonicen. Si en dos años no hay inscripciones, la institución cierra sus puertas. Para favorecer esta situación, se recorta la matrícula, no se lanza una nueva convocatoria y se entorpece el proceso de admisión. Cada año los alumnos se manifiestan y presionan para que la Secretaría de Educación Pública cumpla su obligación. Los futuros maestros deben estar en pie de lucha durante todo su ciclo escolar, protagonizando la crónica de una represión anunciada.
No es de extrañar que Ayotzinapa tenga tradición combativa. Lucio Cabañas salió de ahí para organizar un movimiento democrático; ante la cerrazón del gobierno, optó por las armas. Otros egresados actuaron en la arena cívica, como Othón Salazar, líder del magisterio, o Florencio Encarnación Ursúa, que encabezó a los copreros.
Con frecuencia se demoniza a las rurales como “nidos de guerrilleros”, simplificación equivalente a decir que la Compañía de Jesús es una fábrica de insurrectos porque formó a Simón Bolívar, Fidel Castro y el Subcomandante Marcos. Una cosa es cierta: la educación favorece la conciencia crítica y, ante la injusticia, eso lleva al descontento. Lo que más se teme de las rurales no son las manifestaciones, sino que enseñen a leer y a pensar por cuenta propia a las comunidades pobres. Los libros son un producto de alto riesgo en un país donde el Presidente no puede decir los nombres de tres de ellos.
La persecución a los maestros tiene larga historia. Durante la guerra cristera le cortaban las orejas a esos emisarios de la educación laica y en 1935 Lázaro Cárdenas presidió un acto en honor a diez maestros asesinados.
Arturo Miranda Ramírez, egresado de Ayotzinapa y autor de Los 43 normalistas que conmocionaron a México, fue condiscípulo de Lucio Cabañas: “Lo que más me impresionaba de Lucio era su dedicación al estudio”, me dijo. “Cuando había exámenes nos separaban para que no copiáramos y él se colocaba más lejos. No soportaba que alguien hiciera trampa en un examen”. ¿Qué sucede cuando un maestro encara un país donde el gobierno hace trampa?
La generación 2011-2015 comenzó en forma trágica. El 12 de diciembre de 2011 la Autopista del Sol fue bloqueada para pedir mejores condiciones para la Normal Raúl Isidro Burgos. Ese día de la Virgen, la Policía Federal disparó contra los jóvenes, asesinando a dos de ellos.
A esa promoción pertenecen los 43 estudiantes desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014. En compañía de Héctor Bonilla, Rafael Barajas El Fisgón, Marta Lamas, Elena Poniatowska, Armando Bartra, Gabriel Retes y Luis Hernández Navarro, fui padrino de la generación incompleta que se graduó el 18 de julio, bajo el lema de “Sangre, resistencia y esperanza”.
Aunque el dolor ha marcado a los alumnos, la Normal no deja de ser su casa. La ceremonia fue un acto disidente en la medida en que puso en práctica un gesto rebelde en el México de hoy: la alegría. La palabra “Ayotzinapa” le ha dado la vuelta al mundo como sinónimo de indignación; sin embargo, según reza el lema de los recién graduados, también lo es de resistencia y esperanza.
Actualmente hay 147 solicitudes para ingresar a Ayotzinapa. El dato es esencial: quienes recogieron las balas de la Revolución y pensaron que el campo mexicano podía cambiar con letras, no estaban equivocados.