¿Qué sentido tiene boicotear la aplicación de los exámenes cuando una proporción considerable de maestras y maestros registrados —entre 73 y 83 por ciento— lo han presentado? ¿Qué fuerza puede tener la disidencia magisterial si la gran mayoría de las entidades federativas (29) pudo organizar los concursos? ¿Con qué argumentos se opondría uno a la evaluación docente si la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) declaró, por unanimidad, su constitucionalidad? Hasta los amparos promovidos recientemente por los maestros ya fueron resueltos por la Corte. Se trata, por lo tanto, de una batalla perdida para la coalición disidente (maestros, medios, académicos).
Habrá que asumir esta derrota con inteligencia y madurez y conste que al decir esto no significa caer en la “resignación gozosa” (Latapí) de las cosas; sino en tratar de desarrollar una nueva postura crítica —y sobre todo–, no beligerante.
A partir de este nuevo escenario se abren posibilidades para formular nuevos cuestionamientos y planear otras acciones. Hay más elementos de la reforma que hay discutir serenamente. El primero de ellos es qué se hará con la información arrojada por los procesos de evaluación docente. Aunado a las implicaciones laborales; habrá que poner atención a las propuestas que hará el poder legislativo y ejecutivo con base en los resultados de la evaluación, ¿o es que acaso no habrá ninguna?; qué tipo de seminarios organizaremos los investigadores y académicos, ¿buscaremos la objetividad o la verdad militante?; qué presión va a ejercer el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para mejorar las condiciones de sus agremiados, ¿será en beneficio colectivo o de grupo?; y qué argumentos van a desarrollar las organizaciones de la sociedad civil, empresarios, prensa y televisoras: ¿más linchamiento o una exposición responsable de la realidad? Cada uno, en los próximos meses, vamos a tener que “presentar el examen” para demostrar si tenemos el perfil idóneo para ejercer la democracia.
Repito, no se trata de conformarse ante la nueva realidad; sino de reflexionar y actuar bajo las nuevas condiciones. A medida que la reforma educativa avanza, la crítica pública no puede cesar. Bajo este argumento, es necesario preguntarse cómo la evaluación podría servir de insumo para mejorar su práctica docente. En esto, el papel que podría desempeñar el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) es clave porque ha aprobado instrumentos que componen un marco más integral de la evaluación, contrario a lo que ocurrió en el pasado. Sabía usted que aparte del examen sobre sobre conocimientos y competencias didácticas, habrá un cuestionario estandarizado que responderá “la autoridad educativa inmediata” para indagar cómo realiza el maestro la planeación didáctica, cómo atiende a sus estudiantes y cómo promueve la participación en la escuela. También se tomarán en cuenta trabajos de los estudiantes y “rúbricas” que serán aplicadas por los evaluadores certificados del INEE. Esto último con el objetivo de “valorar las evidencias de enseñanza y los argumentos de planeación didáctica”. Se trata entonces de triangular diversas fuentes de información sobre el desempeño del maestro para poder tener una valoración más amplia de su desempeño.
Los académicos también podríamos debatir si por medio de las actuales evaluaciones en verdad se puede seleccionar y promover a los “mejores” maestros y si no, proponer mejores esquemas de reclutamiento y reconocimiento laborales. Ya Alberto Arnaut, especialista en el tema, ha hablado de la evaluación por pares. Confiar en la maestra y maestro —en tanto individuo responsable— puede empezar a marcar la diferencia en la política de profesionalización docente. Con ello, el titular de la SEP, Emilio Chuayffet, respaldaría sus palabras de que la reforma educativa está a favor de los mentores y no en su contra. Asimismo, los docentes también tendrán que demostrar que no le tienen “miedo a la libertad” y que saben construir y ejercer su autonomía, si no, una prisionera en su celda seguirá esbozando una sonrisa, en palabras de Roberto Rodríguez.
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