Media noche el domingo. Bajé del autobús y tomé un taxi. ¿Por dónde quiere que nos vayamos, jefe? Usted decida. ¿De paseo o trabajo? Fui a chambear. ¿En fin de semana? Sí, fue una reunión con profesores. ¡Ah qué los maestros! Para mí, jefe, que todos son una bola de vagos ignorantes, por eso estamos como estamos. Es cierto, dije. Antes que retomara resuello para seguir hablando, comenté: sí, todos los taxistas son rateros. ¿Qué pasó, jefe? ¿Cómo cree? Yo no, ni los del sitio de la terminal, me consta; es más, la mayoría somos personas honradas que le damos duro a la chamba cada día. ¿Y entonces por qué dice que todos los profesores son incapaces y flojos? ¿Sabe que son un millón 200 mil, no más contando hasta secundaria? No, jefe, ni idea. Silencio… ¿Le llovió mucho en el camino? Algo.
No es ficción este relato, tampoco trivial: fue la idea (es un decir: el prejuicio) que operó como piedra angular en la apresurada labor de los artífices del conjunto de modificaciones legales que se hace llamar Reforma Educativa sin serlo: ¿La causa de los problemas? Fácil: los profesores. ¿Solución a los problemas educativos? Sencillo: evaluarlos a mansalva (es un decir: examinarlos) para que siga el que sepa y el que no, que se vaya. Si todos somos culpables hasta que demostremos inocencia en el Estado contrahecho en que vivimos, es lógico que la barbaridad de la simplificación y la ignorancia se extienda: todas las maestras y maestros del país no saben nada, hasta que demuestren lo contrario. Consenso de partidos variopintos: rojos, verdes, turquesa, azules, amarillos, anaranjados y anexos en las alturas del Pacto dizque por México: fue por y para ellos. Imagen extendida a cargo de los medios. Confluencia en la reducción de un problema muy complejo a las fallas, expuestas como evidencia, de un solo actor en la trama: el magisterio feo.
¿Acaso no importa el papel de los maestros? Claro que sí, y mucho, pero no basta y menos sin distinguir su gran diversidad en muchas dimensiones. No den lata. Lárguense con su cuento del camión desvencijado y la brecha intransitable a otro lado. Sí sabemos: desde mañana, corbata de ovalitos y falda de opción múltiple obligatorias. Viento en popa.
La primera, la más importante de todas las reformas estructurales careció, justo, de estructura educativa: se fincó en el desprecio y la desconfianza sin matiz alguno del profesorado. Por eso, los que saben del oficio “serían profesionalizados” (es un decir: controlados) por el centro, desde arriba y por decreto. ¿Por qué no hablar con ellos? Ya se hizo: se ha conversado con los secretarios generales de todas las secciones del SNTE. ¿Tiene otra ocurrencia, señor? No: si contra la base por bolas no hay defensa, contra la confusión entre el aparato sindical y el magisterio, menos.
¿Y el horizonte educativo, un proyecto de formación que valga la pena? Luego. ¿Acaso revisar los programas de estudio? Luego. ¿Y cómo se va a evaluar a tantos miles? Hay expertos. Pero si han de ser profesionales, deben participar en su regulación. ¿No es preciso organizar un proceso de evaluación entre pares? ¿Pares? Nones: habrá un Instituto de sabios que dirá cómo, cuándo y dónde, y una Coordinación de políticos que dirá qué y a quién. ¿No apunta esto a un cambio en la administración de cosas, como si fueran tiliches a acomodar, y no personas? Falso: la mudanza es educativa. Pero si el cambio se espera producto del temor, ¿tiene sentido? ¿Será de fondo? Silencio.
Hecho bolas el engrudo, los antaño socios en la simplificación y la soberbia se acusan: mataste a la Reforma Educativa. Ingenuos: ¿puede morir lo que nunca existió? Imposible. Sin propuesta de un proyecto educativo, lo que sucede hoy es ruido, mucho y tanto ruido. Lo que mal empieza, mal acaba. Y nos acaba de alcanzar. ¿Idóneos?
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Twitter: @ManuelGilAnton