Lo sabemos sobre todo por los resultados de Finlandia, Japón y China: la excelencia educativa se inaugura en el momento en que los gobernantes entienden que los docentes son individuos cultivables y que, como la naturaleza, su profesión se cuida o se abandona. Es decir, que las mentes de los profesores se hacen o se deshacen y, por tanto, ellos, como todos, llegan a ser la suma de logros o frustraciones que su contexto les ofrece: las siembras, los abonos, los cuidados que la sociedad, las instituciones y el poder político les hayan ofrecido.
En ese sentido, sólo unos gobernantes diestros, alimentados por una filantropía superior y una conciencia ética colectiva podrán demostrar el beneficio real de la educación; políticos que defiendan la educación pública y que consigan que ésta sea mejor que la privada, que contribuyan al mejoramiento de la polis, esto es, de la sociedad en general. Así lograremos la excelencia en educación: cuando nadie quiera ir a otra escuela que no sea la pública.
¿Cómo no retroceder ante el anuncio por parte de la SEP de la “suspensión indefinida” de las fechas de evaluación del servicio profesional docente? La declaración ha generado desconcierto, escepticismo y desorientación. La tarea educativa es ardua y, cuando las pautas son vacilantes, se hace todavía más compleja. La reciente noticia entorpece el avance de la reforma educativa: en educación, si se quieren tener buenos resultados, no caben improvisaciones ni empeños parciales, porque ante el desconcierto, la desconfianza y la mediocridad crecerán.
Actualmente las presiones políticas sobre la educación van más hacia la complacencia que hacia la alta calidad. ¿Cómo hacerles ver a las autoridades que en educación “cumplir” y “exigir” son dos verbos pilares? Imprescindibles. Con el anuncio de “la suspensión”, se desaprovechan los avances de los buenos profesores, sobre todo porque con esta medida no se conseguirá cambiar las actitudes de los malos docentes ante las evaluaciones, que es de lo que finalmente se trata. Las actitudes, las formas de vida, tienen que ver con los hábitos, la manera de ser, el carácter o el éthos, es decir, tienen que ver con la ética.
Si el Gobierno no abandona la improvisación, la conveniencia efímera y el oportunismo gris, nunca conseguiremos avanzar. Requerimos gobernantes que dejen de concebir la educación como un poder económico y dejen de programar las agendas académicas a la orden de los que siguen haciendo de la educación un territorio estéril.
En el sistema educativo existe un descontrol, una ausencia de disciplina, y no puede ir más allá de sus profesores y ningún profesor puede dar lo que no tiene. En ese sentido, las prácticas administrativas deberían ir dirigidas a que las mentalidades, las preferencias y las formas de vivir de los maestros se adapten a las nuevas circunstancias de calidad: hacerles ver que la evaluación se encamina a su propio beneficio intelectual y profesional.
Los países con los mejores resultados en educación reclutan a sus profesores entre la tercera parte más brillante de los jóvenes egresados del bachillerato. En Finlandia hay entre cinco y diez solicitantes para cada plaza en formación docente. Esta selección previa prestigia a la profesión además de que evidencia la “rentabilidad” de invertir en los profesores, aquellas personas elegidas que, en general, entran en la profesión docente y ahí permanecen.
Si pretendemos que en las escuelas se eduque a los niños en el respeto y el esfuerzo tendríamos que exigir que las autoridades educativas sean respetuosas y responsables de las decisiones que toman. Como bien escribió Justo Sierra “Una democracia analfabeta como la nuestra es una no democracia […] Y no es que yo piense que la instrucción primaria basta para hacer ciudadanos prudentes, acertados y fuertes en sociología […] se trata de una mejoría relativa, se trata de superar una inferioridad bien pronunciada”.
La autora es Presidenta de Educadores sin fronteras.
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