En el proceso de cambio administrativo, reconstrucción del control corporativo renovado, o ajuste centralista de los sistemas de gestión del sistema escolar, llamado por sus impulsores Reforma Educativa, hubo una falla estructural cuyas consecuencias no serán menores: todo el discurso previo, abonado por un sistemático descrédito durante años, descansó en un solo término, el magisterio, como la causa de todo mal y “objeto” a modificar para tornar los descalabros en maravillas.
Había un culpable. Ese ente así, a secas, era un apiñamiento confuso de plazas laborales, puestos de trabajo y números de contrato. La homogeneidad de partida es heredera de la ignorancia al respecto de un sector social muy diverso, y deviene cómoda a quienes entienden los procesos de reforma social como modificaciones a cosas —plastilina— que las manos sabias, apéndices de iluminados, remodelarán de acuerdo a lo que dictan los cánones de sus prejuicios.
Todos son iguales. Maniquíes sin rostro social, cuencas vacías sin mirada propia: carecen de edad, sexo, trayectorias formativas, sitios donde trabajan muy distintos, experiencia acumulada, condiciones de trabajo, pareceres, opiniones, saberes y prejuicios, aciertos y fracasos en las alforjas de sus andares. Si la simplificación es un camino sin retorno al fracaso, la concepción chata e invariante de un millón y medio de personas dedicadas a la actividad docente conduce al acabose.
Por eso, el Informe 2015 del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE): Los docentes en México, es un primer paso, inicial sin duda, por diferenciar lo que, por desidia intelectual, se asumía como uniforme. Van algunos datos: de prescolar a secundaria, un millón 200 mil laboran, y más de 250 mil en la educación media superior.
La demanda para estudiar en las normales ha caído en 30%, de tal manera que del total de espacios sólo se ocupa el 73%. De los 132 mil normalistas en nuestros días, 6 de cada 10 viven bajo la línea de la pobreza. Hay cerca de 500 escuelas Normales, un par de centenas del total son privadas. De los profesores que trabajan en las normales, un tercio y 12% tienen tiempo completo en las públicas y privadas, respectivamente.
En otro tipo de escuelas que preparan para la docencia hay cerca de 30 mil estudiantes, y 80 mil personas están inscritas en las universidades en carreras que tienen que ver con las Ciencias de la Educación o Pedagogía. La mayoría se ubica en dos rangos de edad: 25 a 29, y 50 a 54 años. En prescolar y primaria, el predominio de las mujeres es contundente.
Ya en secundaria es menor. Las contrataciones de tiempo completo son frecuentes en prescolar y primaria, pero en secundaria las plazas se han “pulverizado”, de tal manera que conviven profesores repletos de horas, con personal ávido de algunas más para completar el gasto.
El 8.5% se podría jubilar hoy. En 2018, otros 61 mil y, en 2023, 160 mil más contarían con la antigüedad suficiente. Ahora, hay equilibrio entre jubilados y egresados de las normales, pero en 3 o 7 años habrá que sustituir a 70 mil plazas vacantes por retiro. Y eso si acaso a los egresados se les confiere el título nobiliario de “idóneos” en el examen de ingreso. No habrá como.
El informe aporta rasgos para un boceto inicial de la diversidad. Necesitamos saber más de sus vidas y trayectorias para que sean socios de una futura reforma educativa. El INEE ha dado un paso interesante, pero falta mucho. Urge conocer más y mejor al magisterio, heterogéneo y complejo.
Es preciso pasar de la simplificación y la ignorancia, al conocimiento de la diversidad, saberes, límites y posibilidades de avance, de los intelectuales más importantes del país: las y los profesores de la escuela de todos los mexicanos. Donde hay que aprender a dudar. A preguntar. Es el camino a pensar.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México y director Académico de Educación Futura.
@ManuelGilAnton
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