Hace siglos que sabemos que el “carácter”, entendido como el conjunto de atributos éticos, mentales y de personalidad, que distinguen a una persona importa mucho en la vida de los individuos. Contar, por ejemplo, con excelencia moral y firmeza son cualidades que han sido valoradas casi desde que tenemos memoria colectiva registrada.
Lo curioso, dada su importancia, es que hasta hace muy poco tiempo, el asunto del “carácter” o cómo se le denomina ahora: “habilidades o rasgos socio-emocionales”, había recibido bastante poca atención en el mundo educativo. Ello, particularmente, en el ámbito de la investigación, pero sobre todo en del análisis y la discusión sobre política educativa.
Más curioso aún, resulta el hecho de que, de pronto, el asunto del carácter se haya vuelto tan central en todo lo que tiene que ver con la educación. Así, y como resulta fácil constatar no sólo en las revistas especializadas, sino incluso en los medios de comunicación masiva, las habilidades socio-emocionales se han vuelto la flor más bella del ejido educativo.
Las explicaciones más sencillas de este súbito y notorio interés en cosas como disciplina, perseverancia, empatía y resilencia son dos. Primero, la investigación académica en las últimas décadas ha mostrado que dichos atributos no son puramente heredados, sino que son producto, también, de la crianza y del contexto en el que ocurre el desarrollo de los niños y los jóvenes. Estos hallazgos han vuelto a los atributos de personalidad un objeto posible de intervención y manipulación, y, por lo tanto, un campo muy atractivo para todos aquellos interesados en mejorar la educación. Una segunda explicación tiene que ver también con la investigación académica, y, en concreto, con los primeros análisis empíricos de James Heckman, profesor de la Universidad de Chicago y premio nobel de Economía, sobre el efecto –imputado, más que directamente observado– de los atributos de personalidad sobre el éxito escolar y académico de los jóvenes. El trabajo de Heckman abrió todo un nuevo campo de investigación dentro de la economía académica y dio un fuerte impulso a los esfuerzos de conceptualización y medición de las habilidades no-cognitivas o socio-emocionales. Al convertirse en tema abordable desde el análisis económico y, en principio, medible, el “carácter” obtuvo su pasaporte de entrada al mundo de la investigación científica aplicada y, sobre todo, al de las políticas públicas a escala planetaria.
El hecho de que la academia más dura e influyente haya mostrado que las habilidades socio-emocionales son, en principio, manipulables y medibles, junto con el boom en el interés global sobre la educación desde principios de la década en el 2000, aportan parte de la explicación del enorme interés que han despertado entre expertos y tomadores de decisión. Tomando, en cuenta, sin embargo que la investigación rigurosa sobre este tema se encuentra aún en su infancia y que los instrumentos de medición son aún más incipientes, cabe preguntarse qué otras posibles razones pudieran haber contribuido a hacer de un tema tan olvidado, uno tan centralísimo en el estudio y la discusión sobre educación y política educativa de unos cuantos años a la fecha.
Aventuro aquí una primera posible hipótesis adicional o, incluso, alternativa. La súbita centralidad de lo socio-emocional en el mundo de la educación y del empleo pudiera tener que ver con las profundas disrupciones en el mercado laboral generadas, entre otras cosas, por la revolución tecnológica. Ello en virtud de que, por ahora, cada vez se generan menos empleos, pues mucho de lo que antes hacían las personas ahora lo hacen las computadoras (a menor costo). El tipo de empleos disponibles, además, está crecientemente polarizado entre trabajos que exigen competencias muy sofisticadas y empleos que demandas habilidades muy básicas y limitadas. En un contexto así, el énfasis en la importancia de las habilidades socio-emocionales pudiera estar sirviendo no como el ingrediente que faltaba para ofrecerles a los niños y a los jóvenes más oportunidades de desarrollo, sino y sobre todo, como un nuevo filtro para discriminar entre candidatos –muy abundantes, y con más y más años de escolaridad– para ocupar buenos trabajos, muy escasos.
Twitter:@BlancaHerediaR
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