Todos intuimos que para una vida exitosa importan muchísimo habilidades socio-emocionales tales como la disciplina, el empuje, el auto-control y la capacidad para relacionarse bien con otros. Dentro de los estudios sobre educación, sin embargo, ese “saber” carecía, hasta hace bastante poco, de un buen fundamento empírico y había sido opacado por la tesis según la cual lo determinante para el éxito escolar, profesional y personal eran el conocimiento y la capacidad intelectual.
En fechas recientes y, sobre todo, a raíz del trabajo sobre ese tema de James Heckman, premio Nobel de Economía 2000, la investigación académica y la discusión en materia de política educativa sobre las habilidades socio-emocionales o no-cognitivas han crecido exponencialmente. Un indicio claro de ello tiene que ver con la decisión de la OCDE y específicamente del equipo detrás de PISA –la prueba más importante para evaluar habilidades cognitivas– de invertir más y más atención en el análisis y la medición de las habilidades no-cognitivas de los estudiantes.
Al respecto, habría que destacar dos hechos principales. Primero, la inclusión en la edición 2012 de PISA de un cuestionario específicamente diseñado para recabar información sobre las habilidades no-cognitivas de los alumnos participantes, tema que había recibido mucho menos atención en ediciones anteriores de la prueba.
Segundo, la puesta en marcha de un nuevo proyecto denominado “Educación y progreso social”, cuyo primer reporte, Skills for Social Progress: The Power of Social and Emotional Skills, fue publicado por la OCDE hace algunas semanas.
El reporte sintetiza la investigación empírica sobre el impacto de distintas habilidades socio-emocionales, así como del peso relativo de estas vis a vis las habilidades cognitivas en resultados tales como el logro escolar, el éxito laboral, la salud y la satisfacción personal. También examina distintos instrumentos para medir esas habilidades y analiza las políticas, programas e intervenciones más efectivas para promover su desarrollo en niños y jóvenes.
Las principales aportaciones y hallazgos del reporte incluyen, entre otras, las siguientes:
–El bienestar individual y el progreso social dependen de procesos educativos que incluyan el desarrollo tanto de competencias cognitivas, como de las habilidades emocionales y sociales.
–En un contexto global cada vez más competitivo en términos sociales y económicos, las competencias cognitivas resultarán insuficientes para acceder a buenos empleos, razón por lo cual se vuelve cada vez más urgente invertir en el desarrollo de las habilidades socio-emocionales de los niños y los jóvenes.
–Los seres humanos no nacen con una dotación fija de habilidades. Las habilidades cognitivas y no-cognitivas son maleables y pueden desarrollarse. En ambos casos, el desarrollo temprano es clave, pero las socio-emocionales pueden seguir fortaleciéndose hasta la adolescencia.
–Las competencias cognitivas y socio-emocionales se alimentan recíprocamente. Así, por ejemplo, un niño con mayor capacidad para controlar sus impulsos suele aprovechar más los aprendizajes escolares más que un niño que no los regule bien.
–Las tres categorías de habilidades socio-emocionales más importantes por sus efectos en el bienestar personal y el progreso social son: la orientación a metas, la capacidad para trabajar con otros, y la habilidad para administrar las emociones.
–Las habilidades cognitivas influyen de modo especialmente importante en la probabilidad de acceder a la universidad, así como a mejores empleos y salarios.
Las habilidades socio-emocionales, por su parte, parecen tener efectos particularmente grandes en los niveles de salud, en la propensión a incurrir en conductas violentas y en los niveles de satisfacción de las personas.
En entregas futuras abordaré otros de los hallazgos de este reporte, en especial los relativos a la medición de las habilidades socio-emocionales –campo aún muy joven–, así como a las mejores prácticas para promover su desarrollo, por parte tanto de los padres de familias como de las escuelas.