Por Claudia Altamirano
La evaluación, actualmente, cumple una función punitiva que es necesario erradicar y que se ha convertido en una moneda de cambio en la escuela, advierte la investigadora chilena Carolina Hirmas, y propone un esquema en el que los estudiantes se califiquen entre ellos y propongan sus propias formas de evaluación.
“Con la nota se califica cómo es el alumno como persona, eso genera que el alumno se paralice y crea que es incompetente. Ahí se hace una distancia entre el estudiante y su escuela porque él se siente descalificado como persona”.
Entrevistada en el marco del Seminario Internacional de Educación Integral (SIEI), organizado por la Fundación SM con la colaboración de Educación Futura, Hirmas señaló que las escuelas deben involucrar más al alumno en la toma de decisiones sobre sus procesos de aprendizaje, así como modificar la concepción que se tiene de los exámenes.
“La evaluación también cumple una función de retroalimentación para que el alumno sepa cómo está avanzando, en qué aspectos tiene que mejorar y en cuáles ha mejorado; que los alumnos sepan que van creciendo y se van potenciando”.
Otra de las fallas del modelo educativo actual, señalado por la experta, es precisamente, el error, concebido como un fallo, cuando en realidad se trata de un medio fundamental para el aprendizaje, “si no cometemos errores no aprendemos, porque la vida es así, cuando tú estás trabajando tienes que corregir procedimientos. Esa debiera ser la función de la evaluación y no otra”, puntualizó la formadora.
La profesora Liliana Ramos, participante también en el SIEI, instó a reflexionar cómo y para qué se evalúa: si es para revisar lo aprendido por el alumno, o como un método de control.
“En una escuela tradicional que evalúa a todos por igual y espera lo mismo de todos, es difícil pensar cómo se ajusta esto a niños con capacidades distintas. Se requiere una evaluación que considere la realidad de los estudiantes, que ponga en juego sus expectativas de aprendizaje, que permita que los estudiantes pongan de distintas maneras en juego el aprendizaje”.
En entrevista con Educación Futura, Ramos apuntó que es necesario romper las construcciones que hemos hecho en torno al concepto de escuela, y trascender hacia un modelo inclusivo que considere las diferencias: sociales, culturales, individuales, de intereses y de capacidades, pues incluso los niños que no tienen discapacidad podrían tener un ritmo distinto de aprendizaje.
“Hay que considerar visiones del mundo, creencias, cuando hablamos de inclusión hablamos de que la escuela modifique sus formas de funcionamiento, sus estructuras pedagógicas para acoger esa diversidad y responder a cada uno de los estudiantes”.
Y es que nos hemos acostumbrado por tradición y por inercia a un modelo de escuela, como si fuera la única, precisa la experta en Educación Diferencial. Las escuelas que expulsan a los alumnos que tienen un comportamiento “inapropiado” y conservan a los que logran someterse a una estructura, advierte, otorgan la ilusión de una escuela normal, pero tiene un costo: la exclusión de todos aquellos que están en situaciones de diferencia.
“En general, tenemos la ilusión de que todos los estudiantes construyen lo que el profesor dijo exactamente, pero la realidad es que el alumno construye lo que construye, independiente de la situación del niño. Aunque todos los niños tuvieran las mismas capacidades y vinieran del mismo pueblo y la misma clase social, aún en condiciones de homogeneidad máxima, cada persona aprende de forma distinta. Es un mito pensar que todos los niños aprenden lo mismo, por eso somos todos diferentes”, explicó la profesora.
“Cuando aprendo que el otro es diferente, que el otro es otro, aprendo más de mí, que yo soy yo y tengo otras características, y aprendo a relacionarme, a vivir y ser feliz”, agregó Carolina Hirmas.