“Las reformas educativas del 92 –que hizo obligatoria la secundaria– y la del 2012 – que parece reforma laboral– no dicen nada sobre los seres que habitan los salones de clase: los jóvenes” afirmó José Antonio Pérez Islas, del Seminario de Educación Superior y Coordinador del Seminario de Investigación en Juventud de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Durante su intervención en el II Coloquio de Sociología de la Educación que se lleva a cabo en el Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación (IISUE), Pérez remarcó que “parece ser que el trabajo educativo puede funcionar sin ver a los muchachos”.
Pérez Islas presentó el trabajo de investigación que se ha desarrollado en 600 escuelas del Distrito Federal, en quinto y sexto grado de primaria, así como en los tres grados de secundaria. Dicho trabajo incluyó grupos de enfoque, entrevistas a profundidad, etnografías y encuestas.
“Queríamos saber sobre el llamado malestar de la escuela, para empezar saber si hay un malestar o no”, aseguró el especialista en temas de juventud y agregó que “querer entender la escuela sin el asunto juvenil es muy difícil”.
Para abordar el problema, el investigador universitario se planteó tres paradojas, como puntos de partida en la relación de las y los jóvenes con la escuela. La primera es “¿dónde están los jóvenes? La escuela es la gran productora de juventud, pero parece una operación de encierro, los separa del entorno, los clasifica y los eleva a la concepción de la condición juvenil, donde se reconocen en sus compañeros”.
La segunda es “¿les gusta estar en la escuela? La respuesta, según los resultados arrojados por el trabajo de investigación, es: si, “se está volviendo un lugar donde niños y jóvenes están a gusto, la mayoría se sienten seguros, aunque los maestros sienten menos seguridad en la escuela que los jóvenes”, aseguró Pérez. Además advirtió que las y los alumnos refieren que su casa es peor que la escuela, porque la disciplina es más severa en su casa, no se toma en cuenta su opinión y en ocasiones son golpeados por sus padres.
¿Quién enseña a quién? Es la tercera paradoja, el universitario explicó “para los profesores, una escuela buena es aquella donde no hay conflicto, en armonía, según ellos esto permite el proceso educativo, sin embargo no es así, no se pueden entender las relaciones humana sin conflicto”.
“Al presentarse el conflicto, los profesores se muestran azorados, por lo que no intentan hacer cosas distintas, además los derechos de los niños los tienen en pánico, prefieren no hacer nada”, en cambio, “en la escuela los muchachos aprenden a leer fácilmente el contexto, saben a que profesores les pueden darla vuelta y a quien no le pueden decir nada”, asegura Pérez Islas.
Los maestros no tienen la capacidad de los alumnos para ir mutando, cambiando, entonces “los muchachos se quejan de que no hay trato personal con los profesores, hay una relación rota entre adultos y muchachos”, afirmó el especialista.
Concluyó su participación reflexionando sobre la falta de espacios públicos para jóvenes “se han reducido tanto los ámbitos públicos que el único que les queda es la escuela, es ahí donde se hacen las relaciones con amigos, las relaciones amorosas, pareciera que el tema educativo esta afuera del asunto, es como un anexo a lo que ocurre en la escuela”.