México tiene problemas a raudales. Problemas muy serios de degradación ambiental, problemas gravísimos en materia de justicia, problemas tremendos de calidad, equidad y exigencia en educación. Problemas para generar suficientes empleos calificados, para crecer más y de forma más incluyente. Problemas de representación política, de pobreza, de desigualdad, de seguridad, y muy enraizados problemas de corrupción e impunidad.
Podría seguir, la lista es interminable. Tenemos todo tipo de problemas: grandes y chicos, comunes a otros países y, también, algunos mucho muy nuestros. Son tantos nuestros problemas, tantísimos que, a ratos, dan ganas de mirar a otra parte y salir corriendo.
Dos son, sin embargo, nuestros meta-problemas mayores. Primero, un discurso machacón que insiste en que ya sabemos cuáles son las soluciones y que el problema es solo de voluntad e implementación. Segundo, y muy vinculado al anterior, la poca disposición –casi diría, aversión– a mirar la realidad con ojos frescos, a probar cosas nuevas, a experimentar, a intentar y fracasar, para volver a intentar y quizá atinarle. Ello, especialmente, entre los que ya “llegaron” y la “hicieron”; es decir, los que son hoy los dueños del tinglado.
Lo primero se resume bien en la idea según la cual estamos “sobre-diagnosticados”. ¿Por quién? ¿A qué hora hicimos en México el estudio? ¿De dónde sacamos que el diagnóstico imaginado para realidades distintas y, en muchos casos, remotas es el atinado para nosotros? Ejemplos sobran de diagnósticos que importamos acríticamente y terminaron por no tener los efectos deseados.
Transparencia, por ejemplo. Tenemos ya mucha más transparencia que antes y ello es bueno en sí mismo, pero, la verdad sea dicha, poco ha servido para atajar la corrupción. Evaluación del logro académico, otro ejemplo notable, del que sacamos ¿qué exactamente? ¿Mejoraron los resultados educativos gracias a ENLACE? Muy bueno evaluar –si se hace y se usa bien–, pero, después de tanto gasto y de tantos dimes y diretes ¿qué han ganado, en aprendizajes, los alumnos mexicanos con las pruebas estandarizadas? Hay sin duda ganancias en la visibilidad que las pruebas le han traído al tema educativo en el debate público. También importantes ganancias en cambios legislativos. Hasta el momento, sin embargo, las pruebas de logro escolar no parecen haber generado muchos beneficios directos para los alumnos.
Podemos, sin duda, aprender de otros y copiarles. Podemos y debemos conocer de los últimos desarrollos teóricos y mejores prácticas sobre muchos temas desarrollados en contextos distintos al nuestro y aprender de ellos. Eso solo, me temo, simplemente no nos va a sacar del hoyo. En mucho, porque los diagnósticos y soluciones que pueden comprarse en el supermercado global de las ideas para los problemas de justicia o de educación o de corrupción que padecemos, por citar tan sólo algunos ejemplos, simple y sencillamente no nos sirven.
Nos faltan muchas de las piezas del rompecabezas requerido para entender por qué no funciona nuestro aparato de justicia y nuestro sistema educativo (entre muchos otros). Y para encontrar esas piezas faltantes, tenemos que crearlas. Sí, sí, inventarlas, con rigor, pero también con ojos agudos y honestos, con imaginación grande y con la valentía para equivocarnos.
Urge dejar de seguir privilegiando –particularmente entre los que ya tienen hoy una posición de poder– la copia y la repetición. El INE –esa institución tan amenazada hoy–, por ejemplo, no se lo copiamos a nadie, lo inventamos nosotros. Urge atrevernos más a inventar proyectos, a pensar ideas nuestras, a hacer cosas distintas. Nos hace una falta enorme volver a creer que sí podemos, cada uno y en grupos grandes y pequeños, construir el pedazo de país que imaginamos y, atrevernos a intentarlo.
Twitter: @BlancaHerediaR