Pues si no te mueres,
te tienen que llevar a Toluca.
Esa fue la respuesta que nos dio la dueña de un puesto de quesadillas muy antiguo en el zócalo de Valle de Bravo. Le hicimos la pregunta, pues Antonio Cervantes y yo traíamos atragantado el tema a raíz de los sucesos que le tocaron vivir a él, el día anterior.
El primero del año, Toño iba en su coche por una pequeña carretera con su mujer y su hija y, por ahí de las 10 de la mañana, en la entrada a Avándaro, se toparon con un accidente horrible, recién ocurrido. En el suelo estaba tirado un joven con su moto, cuyo brazo había quedado atrapado debajo de una camioneta negra. Al lado de ésta, su dueña contemplaba todo absolutamente lívida. Ambos involucrados de clase [económica] alta.
Alrededor de la escena se había congregado un grupo de personas que miraban y comentaban lo sucedido. Al ver el brazo del chico debajo de la camioneta, Toño, sin pensarlo, se detuvo y bajó de su auto. Se sumó rápidamente a los hombres presentes y entre todos alzaron el vehículo para liberar el brazo del joven accidentado. Alguno de los que se habían congregado ahí había llamado ya a una ambulancia, pero nadie se estaba ocupando del chico. Toño empezó a hablarle para tranquilizarlo y a hacerle preguntas para poder localizar a sus familiares.
La ambulancia no llegaba. Toño pudo ver que el joven no se acordaba de nada y el dolor lo tenía en un grito. La dueña de la camioneta tampoco tenía muy claro nada. Al parecer, ella estaba dando vuelta a la izquierda para entrar a un centrito comercial en el lado opuesto de la carretera y, en eso, sin que quedara claro cómo, el chico en su moto había colisionado con ella.
Finalmente llegó la ambulancia y también la Policía de Tránsito. Toño acompañó al joven en la ambulancia y se hizo cargo de organizar el papeleo con la Policía. En el proceso se percató de la falta de protocolos adecuados por parte de los rescatistas, del estado precario de la ambulancia y de la sinrazón sin fin de los trámites con la autoridad (en este caso la Policía de Tránsito).
Llegaron a la unidad de urgencias del Hospital General de Valle, donde Toño se hizo cargo del registro de las pertenencias del joven accidentado y de explicarle la situación a la doctora que lo atendió. Por fortuna, el chico, si bien muy lastimado, no había sufrido, al parecer, lesiones demasiado graves. Su brazo estaba bien y su fémur, aunque fuera de sitio, entero. En la unidad de emergencias, sin embargo, no había medicina para el dolor (¡!).Toño tuvo que ir a comprarla a la farmacia de enfrente. Luego de eso, ya con la familia presente, Toño se ocupó de arreglar su traslado a la ciudad de México y tomó su camino.
Por una llamada de agradecimiento del accidentado a Toño, supimos que se había deshecho la rodilla, pero estaba bien. Casi un milagro, tomando en cuenta el tamaño del accidente y la ausencia total de un servicio de emergencias en un pueblo en el que se practican cotidianamente deportes extremos y en el que tienen su casa de fin de semana muchas familias ricas y poderosas.
Parece increíble que en un lugar como Valle de Bravo no haya un servicio de urgencias de primera o, de perdida, uno mínimamente funcional. ¿Cómo es posible que los ricos, que la comunidad, que los políticos del lugar no se hayan organizado para tenerlo? ¿Qué nos dice eso de ellos y de todos nosotros, del país todo?
Twitter: @BlancaHerediaR