“¡Por Morelos y con usted, viva México!”, fue la frase con la que Aurelio Nuño cerró este año político que mucho tuvo de horrible, sobre todo durante sus últimos tres meses.
El pasado 22 de diciembre, el jefe de la oficina de la Presidencia recibió como encargo dar el discurso para el aniversario 199 de la muerte del héroe patrio que escribió los Sentimientos de la Nación.
Al mejor estilo de la escenografía mexiquense, cada detalle de ese acto público fue cuidado con esmero. La sede fue el municipio de Ecatepec de Morelos, ayuntamiento políticamente amable para el actual grupo gobernante. Acudieron los integrantes del gabinete, quienes se sentaron junto a Enrique Peña Nieto en una mesa larga que sirvió para lucir el poder.
El orador principal se encargó de colocar la palabra lealtad en el corazón de su pieza discursiva. Especial agradecimiento recibieron las Fuerzas Armadas por su respaldo al gobierno de la
República.
De todos los signos dispuestos en esa escenografía, el mensaje de unidad fue sin duda el más importante. Para hacer frente a los rumores que acusan al gabinete por estar quebrado y sin reconciliación, la Presidencia orquestó un evento que quiso demostrar cohesión alrededor del jefe del Ejecutivo.
Llama la atención que haya sido Nuño quien recibió el encargo de pronunciar las palabras del reencuentro. Si a principios de enero vendrán cambios en el equipo, después de ese acto quedó claro que el joven responsable de la oficina de la presidencia permanecerá en el gabinete.
En contraste resulta difícil decir lo mismo de otros asistentes: durante el evento en cuestión varios de los secretarios de Estado plantaron cara de pocos amigos.
No sorprende que haya sido el caso de Emilio Chuayffet Chemor cuya pugna podrida con el orador de Ecatepec es de todos conocida. Durante el video del evento el secretario de Educación no se permitió mover un solo músculo del rostro.
En cambio sí fue todo un síntoma que el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y el de la Secretaría de Hacienda, Luis Videgaray, imitaran la actitud de Chuayffet.
Cabe suponer que con incomodidad todos vieron nacer ante sus ojos a un nuevo delfín del presidente. Y es que a diferencia de la muina que varios traían, Enrique Peña Nieto vistió su rostro con gran satisfacción al escuchar cada una de las palabras del ponente.
En esta singular ocasión pareció que el redactor de la pieza oratoria hubiese sido el jefe del Estado y el encargado de presentarla al público el señor Aurelio Nuño.
El evento sin embargo fracasó en su propósito. La frialdad de los saludos dirigidos al delfín, la evidente incomodidad de varios funcionarios relevantes y su aplauso sin entusiasmo, hicieron poco
creíble el mensaje de unidad y más bien confirmaron las fracturas del equipo presidencial.
Quien quiera visitar la semiótica descrita aquí no tiene más que retirarle el sonido al video que registró el evento para constatar la acritud de los gestos.
Acaso más de un asistente a este acto público sabe que sus días están contados y por eso varios no se sintieron conmovidos ante los principios de José María Morelos y Pavón. Otro argumento que puede ayudar a comprender la notoria artificialidad de este festejo fue la muy forzada comparación que hizo Aurelio Nuño entre el presidente Enrique Peña Nieto y Morelos.
Para hacerse explicar el discursante afirmó con énfasis que, como en el siglo XIX, las resistencias enfrentadas por el actual gobierno “vienen de quienes no quieren perder los privilegios”.
De todas, esta es la sentencia más controversial del discurso: ¿a qué privilegiados se refirió el jefe de la oficina del presidente?
No me atrevería a poner en duda la admiración se pueda tener por ese héroe patrio, pero suponer que Peña y Morelos comparten similitudes es harto atrabancado.
Si el símil hubiera sido con los presidentes Miguel Alemán o Adolfo López Mateos, la metáfora habría sido menos chocante.
ZOOM: Para ser creída la palabra del orador debe ser verosímil, es decir, que necesita parecerse de alguna manera a la verdad. El discurso de don Aurelio no lo fue porque no hay unidad sincera en el gabinete y porque entre Alemán y Morelos hay más de un siglo de distancia.