La pasada fue una semana pletórica en información sobre libros y literatura debido a la celebración de otra edición de la FIL, que la Universidad de Guadalajara ha organizado por 28 años. Uno de los acontecimientos más sonados, aparte de los homenajes a nuestros escritores fallecidos, fue la presentación del libro Capital en el Siglo XXI (publicado por el FCE) del economista francés Thomas Piketty, que atrajo una gran audiencia en la FIL. Otro libro notable más, no presentado en la FIL y que ha sido opacado por el glamour internacional de Piketty, es el de dos autores, Atif Mian y Amir Sufi, (House of Debt), publicado por la Universidad de Chicago.
Los dos libros comparten algo especialmente importante: están basados en un gran cuerpo de evidencia económica, recopilada y analizada laboriosamente por muchos años. Ambos son un diáfano ejemplo de cómo la teoría debe surgir de evidencias y hechos cuidadosamente estudiados y no, como parece ocurrir con pertinaz frecuencia en la economía actual, tratar de acomodar los hechos y la realidad a una teoría previamente cocinada. Ya en tiempos de la Gran Depresión en EU, Keynes criticaba a sus colegas economistas por su insensibilidad ante “la falta de correspondencia entre los resultados de sus teorías y los hechos observables”.
No pretendo hacer un análisis sesudo del contenido de los dos libros ya que no tengo el entrenamiento en la disciplina económica para ello. He revisado parte de los libros como unlector interesado en entender algunos de los fenómenos de la
economía que nos afectan socialmente. Encuentro en ambos explicaciones, basadas en toda la evidencia factual que manejan, de gran sentido común y que resultan en una crítica de muchos de los “dogmas” que sostienen a los sistemas económicos que rigen a la mayoría de los países. Creo que es una lectura accesible, en sus postulados centrales, a cualquier persona interesada en entender qué pasa con la economía dominante en la actualidad.
Un postulado central de Piketty es que la distribución de la riqueza y las grandes desigualdades económicas que se observan en casi todos los países surgen de la distorsión producida por el peso excesivo de la renta acumulada en el proceso de producción de riqueza, particularmente cuando éste cae. El autor sintetiza esta relación como r>g, es decir que la renta (r o intereses) del capital crece, por razones del tiempo transcurrido y g, que es el producto de la actividad económica del país, no lo hace. Así, la riqueza se concentra más en los más ricos y la escasa actividad económica no permite un mayor beneficio económico de la población más desposeída. Considera a la educación y el conocimiento como los igualadores sociales y económicos por antonomasia.
Mian y Sufi, por su lado, establecen, entre varios otros puntos respaldados por un gran volumen de evidencia, un hecho por demás claro: las recesiones económicas y sus problemas acompañantes (crecimiento económico débil, crisis inmobiliarias, etcétera) se originan por un gasto superior a los ingresos de los hogares y a la falta de ahorro, cosa que cualquier ama de casa entiende por instinto. Por ello me pregunto cómo políticas tan disonantes en nuestro país como aconsejar el ahorro familiar, concuerdan con la proliferación de tarjetas de crédito y el ofrecimiento de préstamos “fáciles” por los bancos, los “buenos fines”, etcétera. Estas son dos obras que deben ser leídas por todos, especialmente por los economistas que conducen la política de desarrollo de cada país. Quizá ya es tiempo de que la economía sea sujeto de la política y no al revés.
Investigador emérito de la UNAM y coordinador nacional de la Conabio