Para mis queridos Emiliano y Juan Martín, con el corazón
Estábamos en la plancha del Zócalo cuando mi hija me llamó para decirme que su coordinadora de seguridad le avisó que “ya se estaba poniendo feo” y me pidió angustiada que por favor saliera de ahí. Nosotros, desde la esquina de la catedral con 5 de mayo, no alcanzábamos a percibir nada. No le creí. La gente estaba tranquila, contenta, comiendo cuanta cosa, platicando, aguantando el río de gente que venía por esa calle y se topaba con la plaza a reventar.
En nuestro camino hacia la calle de Madero encontramos a Juan Martín Pérez, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). Estaba con Emiliano en su carreola, su mujer, su mamá y sus hermanas, esperando reunirse con otros familiares. Nos abrazamos con el gusto de siempre. Comentamos nuestra fortuna por haber asistido a una marcha que fue increíblemente numerosa, disciplinada, diversa y sin problemas. Nos despedimos con cariño, como siempre también, como hermanos que se quieren y como compañeros de lucha por los derechos de la infancia y la adolescencia en México recordando alguna cosa pendiente.
Luego salimos por Madero en un ambiente festivo, incorporados a la marcha de regreso en medio de familias y estudiantes con ánimo exultante. Recogí a mi hija en el Sanborn´s de los Azulejos, acompañada por un buen amigo que la cuidó hasta mi llegada. Le dije, ignorante de lo que ya estaba ocurriendo, que en el Zócalo no pasaba nada, y que debió alcanzarme allá.
Tomamos el metro en Bellas Artes y llegamos a casa. Inmediatamente buscamos los noticieros. Destacaban una marcha pacífica pero que al final hubo un enfrentamiento grave entre provocadores y granaderos, y que éstos además la habían tomado contra la mayoría pacífica de manifestantes. En eso estábamos cuando Xóchitl encontró un tuit de @ppmerino con la imagen de Martín, impotente y con Emiliano en brazos, aguantando golpes de la policía auxiliar y de la policía federal frente a los cuerpos derribados de su familia.
Me morí en ese instante. Llamé a Martín de inmediato y me dijo que no sabía cuántos golpes había recibido, pero que estaba bien, al igual que su compañera y su familia. Me regresó el alma al cuerpo. Lloré. Me horrorizó pensar en qué haría yo sin Martín, en que pudo haberle pasado algo grave a él y al pequeño Emiliano, un niño de sólo tres años, inteligente, vivaz, como todos los niños, precisamente en el aniversario 25º de la Convención de los Derechos del Niño.
Entendí que si se me hubiera ocurrido quedarme unos minutos más y comerme un elote con Martín me hubiera ocurrido lo mismo. Que si hubiera hecho venir a mi hija a la plancha del Zócalo le hubiera tocado la golpiza y que cargaría con esa culpa, que no era mía, para siempre. Que si hubiera perdido a Xóchitl en el tumulto, como ocurrió por momentos, probablemente ahora la tendría herida o detenida en una cárcel de alta seguridad en Nayarit junto con otros manifestantes pacíficos detenidos arbitrariamente, sin abogado, sin respeto al debido proceso y por supuesto sin respeto sus derechos humanos.
Estoy harto de que nos pase rozando la muerte. Estoy harto de sufrir la violencia en carne propia y que los delincuentes sigan libres. Estoy harto de que esté en alguna carpeta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos el caso de Jorge Armando, el llamado niño sicario de Zacatecas, entregado por la policía a los zetas sin ninguna consecuencia. Estoy harto de esperar a qué hora llegan por nosotros por escribir un artículo en el periódico o por alzar la voz. Estoy harto de esperar en qué momento destruirán nuestro blog en Internet. Estoy harto de evadir la noche. Estoy harto de esperar la mala noticia o la agresión siguiente. Estoy harto de pensar en que sigo vivo por suerte, no por un Estado que protege mi seguridad y mis derechos.
En la REDIM hemos dado, y seguiremos dando, una lucha leal, pacífica, apegada al artículo 1º constitucional, llamando al debate y aportando datos duros sobre la situación de niños, niñas y adolescentes en Zacatecas y en todo el país. Dialogamos con todos y construimos con mucha gente buena y democrática. Así impulsamos la aprobación de la Ley General de Protección de los Derechos de las niñas, los niños y los adolescentes, que por cierto el presidente Peña sigue sin publicar. Pero me queda claro que no hay ley que valga sin estado de derecho y sin una institucionalidad en la que los titulares de deberes apliquen la ley sin contemplación alguna, en ámbitos como la educación, la salud o la justicia.
Pensamos que existen dos ingredientes necesarios para “estabilizar” a México. Uno es hacer todo para construir un estado de derecho pleno porque, al igual que en tiempos de mis abuelos, México no ha podido rebasar una situación en que la ley se aplica discrecionalmente, con criterios políticos o económicos, a modo para los poderosos, los narcos y los corruptos.
El otro implica ponernos en la ruta de terminar con la enorme desigualdad que carcome al país y arroja a nuestros niños, niñas y adolescentes a la nada de la violencia o, en el mejor de los casos, a la nada de la destrucción de su amor propio y de su potencial.
Queremos estado de derecho y respeto irrestricto de los derechos humanos de todos y todas. Pensamos que la aplicación de la ley es el mejor camino para hacer de México un país decente. No es mucho pedir, es lo mínimo. Suena desproporcionado porque nunca lo hemos tenido y porque “desestabiliza” un “orden” que ha permanecido prácticamente incólume a lo largo de nuestra historia y que no es apropiado para la dignidad y la convivencia humana.
Lo lograremos tarde o temprano, a través de un diálogo nacional incluyente y de altura, que dé lugar a reformas profundas que aseguren un México en paz, no avivando el fuego de la faceta autodestructiva de nuestra patria.
Lo que podamos lograr sólo lo conseguiremos luchando pacíficamente, con la ley en la mano, porque México nos pertenece a todos y todas incluyendo, por supuesto, a los niños, las niñas y los adolescentes.
No nos vamos a ir a ningún lado, ni vamos a dejar de marchar. Es nuestro derecho.
Exigimos nos regresen a vivos a los muchachos de Ayoxinapa porque vivos se los llevaron y porque no queremos que esta historia se siga repitiendo ad infinitum.
“Júrame que no te rindes”, amable lect@r, como decía la convocatoria a la espléndida marcha del 20 de noviembre, que manchó una autoridad que no sabe ni quiere saber que la distinción entre los pacíficos y los violentos es la diferencia entre la democracia y el mundo salvaje.