Varsovia no tiene un centro claro, tiene muchos y ninguno. Acaso su centro más denso y más aparatoso se ubique en el tiempo más que en el espacio. Restos aislados del muro de aquel horrendo e inmenso ghetto en el que los alemanes concentraron a tantos miles de judíos; cubos pequeños en plan monumento de piedra gris dispersos por todas partes; el símbolo de la resistencia junto a una estación de tranvía o un puente. Una ciudad entera reconstruida, piedra a piedra, sobre el reguero interminable de escombros y muerte.
Vine a Polonia a tratar de entender los éxitos impresionantes de ese país en materia educativa a lo largo de los últimos 20 años. Entre otros, sus bajísimas tasas de deserción en bachillerato, la muy notable reducción del porcentaje de alumnos por debajo del nivel de suficiencia en PISA, y el igualmente notorio aumento de la proporción de estudiantes polacos que obtienen las máximas calificaciones en esa prueba en matemáticas. 17 por ciento de alumnos en los niveles más altos de PISA 2012 en matemáticas frente a nuestro 0.6 por ciento.
La explicación que obtengo de la mayor parte de los funcionarios y expertos en educación polacos con los que me entrevisto contiene los siguientes elementos. Primero, eliminación del viejo sistema que separaba a los buenos alumnos de los no tan buenos en el octavo grado y enviaba a los primeros al bachillerato camino a la universidad y a los segundos a una formación vocacional-técnica. Segundo, ampliación radical del margen de autonomía de maestros y directores de plantel bien preparados, orientados por un conjunto de estándares exigentes y un sistema de exámenes centralizados. En resumen: agentes educativos liberados del control hiper-centralizado de la era comunista, guiados por metas exigentes y por altos estándares de calidad administrados centralmente.
Los elementos mencionados los había encontrado ya en documentos disponibles públicamente en internet. Para lo que me sirvió venir a Polonia fue para ver otras cosas que encajan menos bien con las recetas simples y los checklistsconocidos. Cosas como el aumento –sustancial– de los salarios de los maestros y cosas como las ganas –el hambre intensa– de salir adelante.
En todas mis entrevistas pude ver, entre líneas y a todo volumen, un profesionalismo, una disposición para hacerse cargo de las deficiencias, y unas ganas de mejorar absolutamente fuera de serie. Deben de haber ayudado, sin duda, las importantísimas reformas institucionales de finales de los 90, pero me cuesta trabajo creer que los logros recientes de Polonia en lo educativo y en todo lo demás –entre otros, más de 100 de aumento del PIB per cápita en términos reales en dos décadas–tengan sólo que ver con ello.
Encuentro en esta Polonia tan ávida de futuro y en Occidente ecos fuertes de un pasado pesadísimo y, sobre todo, signos de una vitalidad colectiva empeñada en no rendirse frente a ese pasado de muerte y derrota que me deja patidifusa. En lo educativo atisbo, por ejemplo, los resabios resistentes de la era comunista y su énfasis –paradójico– en los mejores y también los ecos más remotos de una colectividad que valora como pocas la excelencia intelectual y que fue, seguramente por eso mismo, de las primeras en el mundo en armar un sistema de educación pública (fines del siglo XVIII). Percibo, más generalmente, una sociedad que se niega ser definida por sus múltiples derrotas, que se planta sobre ellas, y se sabe, se siente y se quiere exitosa.
Nuestra historia, tan dolida, palidece frente a una historia como la polaca. Visto desde Polonia, no hay sufrimiento histórico que valga como pretexto para proponerse hacer bien las cosas.