Caroline Gipps, en un discurso ante la Asociación Británica de Investigación Educativa, escribió en 1993: “La investigación y la evaluación siguen basándose en agencias centrales, pero el trabajo se ralentiza a la hora de informar –si es que se informa-; la prensa local lo expresa de forma equívoca y en general lo ridiculizan; esto ha conseguido, me temo que con demasiada eficiencia, afirmar la primacía del conocimiento propio del sentido común sobre el conocimiento especializado, experto, que se ha visto desplazado (¿para siempre?) a un segundo plano”.
En México, advierto, sucede lo mismo con la intervención de la prensa en el tema de la evaluación y los resultados de la prueba PISA y, en su momento, con ENLACE. Pero la calidad o profesionalidad de la prensa va más allá de esos actos focalizados en que se coloca a la escuela pública, a los maestros y estudiantes en la picota y se les expone al escarnio con calificativos superficiales y sin mediaciones reflexivas, producto de análisis mal enterados o sin la consulta de expertos, fuentes de primera mano o la deliberación en sus redacciones.
Aunque se expresan allí las liviandades de la prensa, digo que van más allá, porque son comunes esos juicios planos, más propios de despachos destartalados de comunicación que redactados desde un periodismo fundado en la razón o la persecución de las verdades en juego.
En México, infaustamente, la educación no es una sección obligada de la prensa escrita o digital, con notables excepciones. En otros países su presencia es más común. Es curioso el hecho, pues tal ausencia solo ratifica que la educación no es un tema importante: no para los medios y tampoco para el público lector. Si los primeros se rigen por criterios de mercado, y dan al público lo que espera o pide, entonces, dan por sentado que temas educativos no son parte de esas preferencias. Y al público lector, en consecuencia, le preocupa muy poco, o esa impresión genera.
En el caso de Colima, como hipótesis de un estudio que comenzamos recién en la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Colima, sostengo que la educación en la prensa es visible en dos formas preponderantes: por un lado, como mala noticia, de escándalo, entre ellas, la exhibición de malos resultados en las pruebas nacionales o internacionales hechas a los estudiantes; la segunda, en forma de boletines de prensa de las instituciones educativas o de oficinas gubernamentales. Más allá de eso, poco encontramos en la prensa que nos descubra un debate público de envergadura.
¿Importa el hecho, es decir, la invisibilidad del tema educativo? Me parece que sí, que parte del problema central de la educación en México está relacionado con la ausencia de la participación social en el sistema educativo (marginal y de carácter más asistencial o populista) y con una escasa deliberación en medios sobre las escuelas, el comportamiento de las autoridades en la materia, las políticas educativas y los problemas de la escuela.
Desde la trivialidad, la superficialidad, los juicios muy primarios y en el fondo un desconocimiento profundo del sistema educativo, poco puede aportar la sociedad, es decir, la ciudadanía en términos de exigencia (y compromiso) por una escuela mejor, por una educación de buena calidad. Estamos, pues, ante otro de los renglones torcidos alrededor del sistema educativo, o en lenguaje de moda: una más de las áreas de oportunidad.