No puedo coincidir más. Nos urge una visión que le dé brújula y motor a la reforma educativa. Ello en general y, muy especialmente, para los maestros.
Sí, se empezó por donde había que empezar, es decir: recuperando para el Estado mexicano el control de las plazas docentes y sustituyendo las viejas prácticas corruptas y clientelares en esa materia por un sistema de selección y acceso a la posibilidad de impartir clases basado en el mérito. Pero a nuestra reforma educativa le hace muchísima falta pasar de lo instrumental a lo sustantivo. Y eso sustantivo requiere para contar con la tracción necesaria para mover las montañas que hay que mover, para que la educación mexicana mejore en los hechos es una narrativa fuerte, emblemas y símbolos que nos entusiasmen.
Conviene, sin duda, definir objetivos precisos y medibles. Conviene también armar estrategias viables y buscar la manera de sortear con éxito la infinidad de obstáculos políticos, burocráticos, institucionales, técnicos y financieros que habrá que superar para concretar los cambios. Pero nada de ello resultará suficiente si los maestros no se suben al carro de la reforma.
Lograr que los maestros –si no todos, al menos una masa crítica de éstos- se vuelvan agentes del cambio no va a ser fácil en ningún escenario. Dado que el éxito de la reforma depende de conseguir que ello ocurra, convendría empezar a invertir tiempo y energía en imaginar cómo hacerlo.
Para subir a los maestros y a un número suficiente de los muchos otros de los actores que hace falta subir al carro para que la reforma prospere, el primer punto de la orden del día consiste en definir qué queremos de esa reforma. Y, junto a ello, ser capaces de expresar eso que queremos a través de algún objetivo emblemático que active nuestra imaginación y movilice nuestra voluntad.
Aventuro aquí algunos de los elementos que, para mí, tendrían que estar en el corazón de esa visión grande. El más importante es una idea de México que sin renunciar a sus particularidades se asume como parte activa del mundo, sin complejos, pero también sin estridencias folcloristas o esencialistas. El mejor símbolo que se me viene a la mente de ese México que imagino es el espectacular diseño gráfico de las Olimpiadas de 1968. Diseño mexicano sí, pero también innovador y universal. Un diseño que nos habla de un país que no se arredra ante nadie, de un artista que, dueño de su condición de mexicano, se habla al tú por tú con los mejores del mundo (igual, por cierto, que los pintores mexicas que pintaron el Códice Florentino como nos lo ha hecho ver Diana Magaloni. Iigual que cada uno es su momento: Sor Juana, los muralistas, Kahlo, Barragán, Iñarritu o Julieta Venegas).
Algo así quisiera yo ver en el centro del proyecto de nuestra reforma educativa: un sistema que forma mexicanos que, siéndolo, sean también ciudadanos globales, activos, creativos y potentes.
Mexicanos que se respeten entre sí y que dejen de vivirse como colección de radicalmente desiguales. Mexicanos capaces de articular sus ideas verbalmente y por escrito. Mexicanos que hablen inglés y construyan la siguiente generación de aviones, vacunas, tecnologías para optimizar el uso del agua. Mexicanos abiertos al mundo y seguros de su propia fuerza. Mexicanos más dueños y menos esclavos de su historia.
Twitter: @BlancaHerediaR
Publicado en El Financiero