Fue hombre culto. Vástago de una familia de clase media, su padre fue ingeniero y su madre matemática. Creció en un entorno rico en estímulos intelectuales; de niño estudió piano, leyó a los clásicos, aprendió inglés y, una vez que concluyó la preparatoria, cursó matemáticas en la UNAM y, más tarde, en el IPN. Desde muy joven se inclinó por las ideas socialistas.
Analizó textos clásicos de marxismo y mostró gran interés por la política y los problemas de la juventud. A los 21 años conocía bien las vicisitudes del movimiento estudiantil mexicano y de otros países como Guatemala, Perú, Brasil y España. Se unió en segundas nupcias con Ma. Fernanda Campa, hija del célebre líder ferrocarrilero Valentín Campa.
Conocedor excepcional de la historia de México y de las luchas sociales del pueblo mexicano, su inteligencia lo impulsaba a la acción Admiraba las realizaciones sociales de la Revolución Mexicana pero, al mismo tiempo, estaba muy consciente que el Estado de la Revolución había dado un giro conservador; que desde los años 40 los gobiernos “de la Revolución” se inclinaron a favor de la “industrialización a toda costa” que incluyó entre otras cosas: amplios prinvilegios para los empresarios, castigo a los salarios, abandono del campo, descuido de las instituciones de educación popular (Escuela Rural, Chapingo, IPN, Tecnológicos, Normales, etc.), conclusión de la reforma agraria y, en general, renuncia a la antigua política social que puso en práctica el General Cárdenas.
Muchas veces conversé con él sobre las luchas populares de años anteriores (IPN, 1956; Ferrocarrileros, 1958; Secciones IX y X del SNTE, 1958-61; UNAM, 1962; Michoacán 1963; etc.). Esto lo llevó a buscar opciones políticas dentro de la Juventud Comunista de México. En la JCM, promovió la creación de una organización nacional, democrátia, de estudiantes. En Morelia, 1963, una veintena de organizaciones estudiantiles firmaron la célebre “Declaración de Morelia” con la cual se creaba la Central Nacional de Estudiantes Democráticos. El cuerpo principal de la Declaración fue obra de Raúl. En 1962, se inscribió en la carrera de Matemáticas en la Facultad de Ciencias (UNAM), pero en 1962 cambió al IPN argumentando que “el Poli era, por su historia, la entidad de educación superior con raigambre popular”.
En Diciembre de 1964 lo conocí. Era guapo, joven, pelirrojo, fuerte, de mediana estatura. Su inteligencia nos sorprendió a sus interlocutores: con sorprendente habilidad desmeuzaba los acontecimientos estudiantiles vinculándolos con la política nacional. Viajé con él a Puebla para atestiguar la lucha popular contra el gobernador, general Nava Castillo, quien renunció al finalizar el año. Fue mi primer acercamiento con él. Advertí que además era amable, atento, generoso, que te escuchaba con paciencia y compartía sus conocimientos contigo.
Durante los siguientes 7 años fui su más cercano amigo y él se convirtió en mi “hermano mayor”. Constaté que Raúl tenía un espíritu rebelde. Su antiautoritarismo se extendía a todos los espectos de la vida. Esxplotó contra los viejos estalinistas que encabezaban el Partido Comunista Mexicano cuando comenzaron a maniobrar a través de algunos líderes de la JCM para apoderarse del lideraczgo de la CNED aunque ello suponía la división de la organización (los grupos no vinculados a la JCM se alejaron). Le gustaba el alpinismo.
A veces me invitaba a fiestas con algunos de sus amigos académicos “de izquierda”. Eran fiestas donde escuchábamos música de Joan Báez, de Peter Seger, del cubano Carlos Puebla o jazz estadunidense. Coreábamos las canciones del movimiento por los Derechos Civiles (We shall over come). En medio de todo se advertía en él y sus amigos, una cierta admiración por la cultura de EUA, país del que siempre habló con admiración.
En 1965 Raúl fue expulsado de la JCM por “rebeldía” contra los viejos líderes del PCM. Tuvo una hija, Manuela, que lo llenó de alegría (de su primer matrimonio había tenido a Raúl Jr.). Raúl estaba casi siempre alegre y de buen humor. Solía hacer bromas muy simples que no hacían reír. Tocaba la guitarra y a veces cantaba canciones que resultaban raras para nosotros como aquella que rezaba:
En Barcelona
En un café cantante,
Se quisieron coger a un estudiante,
El estudiante
Que era ducho en el oficio
Con un dedo ….el orificio.
Tenía algo de “Pedro Infante”. Su afán por hacer pesas y lucir sus brazos musculoso con la camisa arremangada nos hacía reír (a sus espaldas, desde luego). Nuestras conversaciones eran, a veces muy serias. Hablábamos de marxismo, por ejemplo, pero en ocasiones mostraba cierta rigidez dogmática. En 1966 estalló en la Universidad una huelga de aspecto turbio (fue dirigida por cuadros juveniles del PRI) y mi facultad se involucró en ella —aunque guardando distanciaa con los líderes que, a la postre, se revelaron como unos gángsters. Meses más tarde, en la Universidad se oganizó un debate sobre la “reforma universitaria” y se me propuso participar. Raúl me animó a hacerlo, pero lo comprometí a que me ayudaría a preparar mi conferencia.
Tanto él como Ma. Fernanda, su esposa, me ayudaron a escribir un texto que se llamó “Los objetivos sociales de la UNAM” que más tarde se publicaría en la revista Controversia de cuyo cuerpo de redacción yo formaba parte. Mi conferencia (o, más bien, “nuestra” conferencia) tuvo éxito notable y me dio cierto prestigio en la UNAM. En 1967, según recuerdo, nos dedicamos a estudiar. Ese mismo año terminó matemáticas y yo me esforcé por pagar varias materias que tenía rezagadas. El año siguiente, estalló el movimiento de 1968. En el momento del estallido (26 de julio) Raúl, que al momento era pasante. estaba en un congreso de Matemáticas en Cuernavaca y, al enterarse de los sucesos, regresó de innmediato. Inmediatamente se puso a la cabeza de su escuela con un grupo muy inteligente de estudiantes.
Fue él quien propuso la creación, a la semana siguiente, del Consejo Nacional de Huelga (CNH) y por su iniciativa se formularon las reglas organizativas mínimas del movimiento y el pliego petitorio. Esa fue la base racional mínima sobre la que se edificó la protesta de 1968. Todos los “sesentayocheros” lo recordamos en la asamblea del CNH pidiendo la palabra al mismo tiempo que decía (dirigiéndose al presidente de debates) “concretito, “concretito” y, una vez que hablaba, hacía formulaciones breves y acertadas que le ganaron el respeto de todos y los convirtieron en el líder número 1 del movimiento.
Luego fue, junto conmigo, preso el 2 de octubre. De su vida en la cárcel hay mucho que decir: su integridad, su seriedad, su buen humor y, sobre todo, su invariable conducta de respeto y amistad. Hoy que ha partido, sólo puedo decir estas palabras apresuradas y recordar su imagen, símbolo maravilloso de vida, de lucha y de alegría.
Gilberto Guevara Niebla. Profesor titular del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y director de la revista Educación 2001. Autor deIntroducción para la teoría de la educación y La libertad nunca se olvida: Memoria del 68, entre otros. Actualmente es consejero de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Fue, miembro del Consejo Nacional de Huelga en 1968.
Publicado en Nexos