Salzburgo. Marina Mahler tiene miedo a volar. Por eso, hasta ayer, la nieta del gran compositor austriaco Gustav Mahler no había podido corroborar la veracidad de los cuentos llegados desde Venezuela. Allí, le relataban, unos chamos de entre 8 y 14 años, eran capaces de interpretar laPrimera sinfonía de su abuelo, con un vigor, un entusiasmo y un sentido del romanticismo desgarrado que muchos profesionales en Europa quisieran para sí.
En el Felsenreichtschule del Festival de Salzburgo, ella misma pudo contemplar por la mañana, con los ojos empapados en lágrimas, como muchos de los presentes, el milagro. “La música transforma, es cierto. Y estos chicos conocen las emociones necesarias para interpretar la de mi abuelo”, aseguraba Marina Mahler.
Ella sabe de lo que habla. Cuando Rubén Rodríguez, de 13 años, primer contrabajista de la Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela, atacaba el tercer movimiento de la Titán, esa entre dulce y escalofriante danza que Mahler compuso con el recuerdo traumático traído desde su infancia del entierro de un niño, el resto de los 207 músicos que componen la orquesta, le acompañaron con un extraño pálpito.
Publicado en El País