¿Qué significará para una maestra en Querétaro o en Yucatán la reforma educativa? ¿Y, para un director de escuela en Chiapas, un funcionario educativo de Nuevo León o una madre de familia en Tamaulipas, qué querrá decir? ¿Cuántos alumnos sabrán algo de ella?
Me temo que para la mayoría de los maestros del país la reforma representa, sobre todo, incertidumbre sobre su estabilidad laboral. Para los directivos escolares, así como para muchos de los funcionarios federales y estatales que trabajan en la burocracia educativa, la reforma seguramente ha implicado, fundamentalmente, más chamba administrativa. Para los alumnos mexicanos la “reforma educativa” debe ser, poco más que el ruido de los spots que la anuncian y celebran. Para los padres de esos alumnos, no tengo ni idea qué pueda significar una reforma que no les habla ni ha intentado hablarles.
Importa preguntarse sobre cómo ven y cómo significan todos estos millones de actores la reforma educativa, pues sus conductas determinarán, al final de cuentas, su éxito o fracaso. En breve, si los maestros siguen dictando, si los alumnos siguen callados o ausentes, si los directores siguen enterrados entre trámites y formularios, y si los funcionarios siguen sometidos al papeleo infinito, seguiremos igualito que hasta ahora. Cada uno hablando de lo suyo, mientras sucesivas generaciones de mexicanos transitan por las aulas sin adquirir las competencias fundamentales para convivir civilizada y productivamente, para ser libres, desarrollar sus capacidades y hacer más ricos sus intereses y sus sueños. Cada quien metido en su laberinto, sin más brújula común que seguir reproduciendo lo de siempre: lo de simular, lo de mandar y obedecer, lo de aprender a cabalgar el abismo entre las normas y la realidad de un país en el que la supervivencia pasa por saber que las reglas no son -en absoluto- iguales para todos.
¿Cómo modificar lo que ocurre en las miles y miles de aulas de México todos los días, cuando la maestra cierra la puerta de su salón? ¿Cómo hacer de las colecciones de directivos, maestros, alumnos y alumnos comunidades orientadas por propósito común? ¿Cómo lograr que los funcionarios hagan su trabajo bien y que el de aquellos que lo hacen bien, sume?
“Mover a México” en lo educativo como en todo lo demás pasa, centralmente, por mover millones de voluntades. Y como no hay ni aquí ni en Suiza recursos o policías que alcancen para obligar a cada uno a moverse en el sentido deseado, resulta indispensable generar condiciones para que se sumen al barco de motu propio. Para logar cambios de conducta, los gobiernos suelen usar dos recursos principales: incentivos e información. Ambos son cruciales porque los seres humanos somos racionales, pero también insuficientes, pues nuestra racionalidad adolece de numerosas fallas y porque, además de cabeza, también somos emoción.
El aterrizaje de la reforma educativa requiere muchas cosas. Pero, si acaso su objetivo va más allá de recuperar el control de las plazas docentes y del presupuesto en educación, urge dotarla de contenido educativo y pedagógico concreto. Urge darle objetivos comprensibles y específicos, capaces de movilizar a los millones de maestros, alumnos, directivos, funcionarios y padres de familia de cuyas decisiones dependerá que las cosas cambien o no. Algo que se enfocara en cosas como cero violencia en las escuelas, cero faltas de ortografía –idea de una gran periodista-, dominio de la lectoescritura a finales de la primaria, o el impulso a los aprendizajes requeridos para convertirnos en potencia mundial, digamos, en robótica, en servicios de salud o en lo que sea.
Sin una canción común capaz de movernos y conmovernos, habremos desaprovechado una oportunidad única y nos quedaremos donde estamos. Atrapados en la mediocridad, la injusticia rampante y la desigualdad brutal.
Publicado en El Financiero