—A Indra y Alessandro
El pasado lunes 18 inició el ciclo escolar 2014-2015 y, según la Secretaría de Educación Pública (SEP), regresaron a clases 26 millones de estudiantes en los servicios de preescolar, primaria y secundaria. “La educación básica capta poco más de 20 por ciento del total de la población mexicana y el tipo de sostenimiento predominante en este nivel es el público”, como señala el Panorama Educativo Mexicano (INEE 2013). La mayoría de las niñas, niños y jóvenes de este país se forma en escuelas públicas cuyo número rebasa las 200 mil. En éstas, trabajan un poco más de un millón de profesores. Por número, la educación básica es una proeza; por su calidad, un reto nacional ineludible.
Pero más allá de las estadísticas, discursos y anuncios espectaculares, ¿qué más deja ver el regreso a clases? ¿Cómo entender el esfuerzo que hacen millones de hogares para que sus hijos tengan los insumos necesarios para ir a la escuela y estudiar? ¿Qué regresa a clases además de la presencia del estudiante, maestro y conserje? Con las clases, cierto, regresan los embotellamientos, levantadas temprano y pesadas rutinas; pero también una inconmensurable esperanza. Es curioso que tengamos que recordar que los seres humanos no sólo somos recipientes de las políticas y programas educativos, sino también agentes de nuestro propio destino. La educación, en buena parte, nos da conciencia de ese destino.
Con el regreso a clases se refrenda un esfuerzo social de grandes proporciones. Si bien es cierto que este nuevo ciclo escolar abre con “nuevas leyes y nuevas condiciones”, como comentó el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, es excesivo afirmar que “[b]ajo el liderazgo del Presidente Peña Nieto, la educación básica avanza” (Comunicado 241, 18/08/14). Los gobiernos que son elegidos democráticamente tienen la legitimidad para proponer políticas y “reformas”, pero su avance depende de los que todos hacemos. Por eso son públicas las políticas, ¿o es que aparte de regresar a clases, ya también volvimos a los tiempos en donde el magnánimo presidente de la República nos da a los mexicanos lo que, según él, queremos y deseamos?
Celebro que la educación haya recibido una atención central e importante en este sexenio, pero me sorprende que se diga que la reforma a este sector fue la que “tuvo mayores consensos y mayor respaldo para poder llevarla a la Ley” (Peña Nieto www.presidencia.gob.mx). Pudo haber consensos entre los partidos para elevar la calidad educativa o sobre la necesidad de limitar las atribuciones de la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y de su presidenta, pero las estrategias, esquemas y programas que se proponen en la reforma siguen siendo materia de debate público y conflicto. ¿Qué significará para el presidente Peña Nieto el término “oposición”? ¿Volvimos al “ni los veo ni los oigo?
Además, como señalé en estas páginas, la aprobación de la reforma por los congresos Federal y estatales dejó ver que el debate parlamentario y la persuasión de los representes del poder Ejecutivo están muy lejos de su forma de hacer política. Ingenuamente, pensé que con las iniciativas de ley para la educación se iba a inaugurar un “tiempo de discusión” (Campus, 21/08/14). Me equivoqué. Tales propuestas fueron aprobadas rápidamente y pocos conocimos las razones de nuestros legisladores para actuar como lo hicieron. ¿Pudieron tales leyes mejorarse a partir de los que para algunos era un “infructuoso” diálogo? Ahora que veamos que los lineamientos normativos en la práctica son limitados y habrá incumplimientos, no faltará algún comentócrata, organización o think tank que indignado diga: “los mexicanos no saben cumplir la ley”.
Cada ciclo escolar es distinto por la energía renovada que cada persona despliega con sus acciones y no, desafortunadamente, por los discursos, anuncios espectaculares, subestimación de la crítica pública y ausencia del “gobierno por discusión. Nuevas reglas, viejos vicios.
Publicado en Campus milenio