El domingo pasado se dieron a conocer los resultados del primer concurso de ingreso al Servicio Profesional Docente. Si bien el concurso incluyó también a los docentes de educación media superior, los resultados dados a conocer el domingo sólo incluyen a los maestros de primaria y secundaria.
Empiezo por las buenas noticias. Este concursó dio fin a la muy larga práctica –sustentada en las Condiciones Generales de Trabajo de 1946– de acuerdo a la cual correspondía al SNTE asignar 50 por ciento de las nuevas plazas a quienes considerase pertinente y al gobierno asignar el 50 por ciento restante. Ello significa que, por primera vez en décadas interminables, se cerró la posibilidad de que obtener una plaza de maestro por vías tales como la compra o la herencia. Sin duda, una excelente noticia.
Otra buena noticia es que a diferencia de los primeros concursos de ingreso a la función docente celebrados el sexenio pasado, en esta ocasión el concurso incluyó a todas las vacantes y no sólo a las nuevas (nuevas plazas). Mucho que celebrar en ello, pues señala que el mérito como requisito para ser maestro ha dejado de ser una situación de excepción y está pasando a convertirse en regla general.
Nos tomó muchos años, pero, por fin, nos aproximamos a un estado de cosas en materia de ingreso a la profesión docente que resulta lógica y razonable, si de lo que se trata es de priorizar los aprendizajes de los alumnos. En concreto: ocupa un puesto de maestro aquel o aquella que demuestran contar con los saberes indispensables para el cargo.
La publicación de los resultados del Concurso de Oposición Docente arroja también, sin embargo, malas y muy malas noticias. La peor, los resultados mismos: 60 por ciento de los sustentantes a nivel nacional resultaron “no idóneos” para el cargo. La situación en algunos estados, aún más terrorífica y lamentable: Chiapas y Tabasco 80 por ciento de aspirantes no idóneos; Guerrero 78 por ciento, Campeche 70 por ciento y Michoacán 69 por ciento.
Estos números constituyen una pésima noticia, pues revelan que, tras tantos años de olvido, la profesión docente no logra atraer en México a gente bien formada. A juzgar por las cifras, de hecho, la inmensa mayoría de los que aspiran a enseñar en México son los que no han tenido la oportunidad o no han tenido la motivación para educarse y prepararse. En suma, retrato triste de una sociedad que lleva tanto tiempo no valorando a sus maestros que aquellos que, a pesar de ello, buscan serlo son, en su mayoría, personas cuyas opciones laborales no son, probablemente, ni muchas ni muy buenas.
Por último, noticias malas o menos buenas de lo que sería deseable en la parte de la comunicación y la transparencia del proceso y sus resultados. Entiendo que la evaluación educativa es un tema muy complejo técnicamente y, en el caso de los docentes, harto sensible políticamente. Me pregunto, con todo, si tras la hazaña de diseñar un montón de pruebas y organizar su aplicación en tiempo récord, no le hubiera convenido al INEE invertir un poco más en la parte de comunicación. Primero, por aquello de “no hagas cosas buenas que parezcan malas” (ejemplo, escala de calificación rarísima -60 a 170 puntos- , al menos, para los laicos). Segundo, porque los vacíos de información (ejemplos, datos sobre los sustentantes –no me refiero a su nombre, más bien a cosas como si ya estaban dando clases y poca claridad sobre instrumentos y parámetros) suelen llenarse con adivinanzas que le restan validez y credibilidad al proceso.
En balance, a mi juicio, más buenas noticias que malas, pero todavía muchísimo trecho por andar.